Frente a mí estaba al canciller austriaco, el rey de España, varios dignatarios europeos y numerosas personalidades especialmente invitadas.
Después de haber desfilado en la Appleplatz de uniforme, junto a mis compañeros memorialistas entre un mar de banderas republicanas, me sitúe en la misma esquina de salida de las comitivas, un lugar privilegiado para contemplar la llegada de los grupos nacionales que al frente de sus banderas y sus autoridades, rendían honores a las víctimas de de los campos de exterminio nazis.
El vínculo común entre los miles de asistentes y participantes en los actos del 80 Aniversario de la liberación del campo, parecía ser la necesidad de recordar, respetar y homenajear la memoria de las víctimas de un régimen criminal condenado por los tribunales y por la historia, no haciendo baldío el inmenso sacrificio de los que fueron inmolados, condenando los métodos y la ideología que sembró a la Europa del siglo XX de guerra y de muerte.
Así pensaba yo... hasta que llegó el turno de la llegada de la delegación israelí.
Nada más aparecer la comitiva presidida por la bandera de Israel, la tribuna de autoridades e invitados se puso en pie rompiendo aquel respetuoso silencio, con una entusiasta ovación que les acompañó todo el tiempo hasta la salida.
Nada tiene de excepcional en estas conmemoraciones la cálida acogida con aplausos a la representación israelí, pese a que no fue este campo el que más víctimas judías logró reunir, sin embargo en esta ocasión la duración y la intensidad de la ovación ha sobrepasado todo lo conocido hasta ahora.
Este cambio en la percepción colectiva de lo que la presencia oficial israelí significa en estos actos, solo tiene una interpretación: el apoyo entusiasta de una parte importante de los asistentes a las acciones perpetradas por el gobierno de Israel contra la población palestina, dentro y fuera de la Franja de Gaza.
Ninguna de los miles de personas allí presentes, ignoraban el sufrimiento del pueblo judío bajo el régimen nazifascista, de la aniquilación del gueto de Varsovia a los trenes de la muerte y las chimeneas humeantes de los campos de exterminio.
Conquista del espacio vital, eliminación de elementos antisociales, amortización de propiedades, supremacía racial...
Todos cuantos el pasado día 11 se rompían las manos aplaudiendo a la bandera de Israel, conocían la historia, ideología y procedimientos que Alemania, pero también Italia y todos sus aliados, utilizaron para deportar y asesinar a millones de personas.
Todos los aplaudidores sabían que el ejército israelí ha asesinado en el último año y medio a 54.000 personas, causado 150.000 heridos y varias miles de personas cuyos cadáveres se encuentran sepultados bajo los escombros, de los que antes fue una de las mayores concentraciones urbanas de la zona.
Uno puede dedicar el tiempo que quiera a analizar la doble moral, de quienes condenan el Holocausto nazi, mientras al propio tiempo con su aplauso alentan y justifican el Holocausto israelí contra el pueblo palestino.
Al final sólo cabe llegar a una conclusión: la incoherencia injusta, inhumana y reprochable de quienes con su ovación, han respaldado de forma entusiasta e inequívoca el genocidio israelí contra el pueblo palestino.
En este 80 Aniversario, el único gesto honesto que hubiese merecido la delegación israelí, es haber sido recibida con el más absoluto de los silencios.
