Desde el siete de octubre de 2023, ha pasado más de un año. En todo este tiempo, Israel ha podido ejercer el “derecho a defenderse” combatiendo a Hamás en Gaza, y a Hizbolá en el Líbano, con el balance de cerca de 47.000 muertos en Palestina y más de 2.600 en el Líbano, así como incontables heridos. Como quiera que, en términos relativos, solo una pequeña parte de las bajas producidas han correspondido a las respectivas guerrillas, se deduce que la gran mayoría pertenece a la sociedad civil; es decir, Israel se ha “defendido” de miles de mujeres y niños peligrosos que, de acuerdo con sus tesis, han recibido el castigo que se merecían.
Pero lo peor es que el “derecho a defenderse” parece no tener fin. Ya no es noticia el que cada día mueran varias decenas de palestinos y libaneses, siendo muy pocos los guerrilleros fallecidos y menos los soldados del ejército israelita, armado hasta los dientes y con el nada desdeñable apoyo incondicional de los Estados Unidos. Israel se defiende, pero no en su territorio sino en ajenos. Es como si un equipo de fútbol se defendiera en el entorno de la portería contraria: una nueva y original forma de ejercitar una defensa. Pasará a los anales.
Y mientras esto ocurre, la Unión Europea, con la excepción para bien de España, permanece callada como si esta masacre no fuera con nosotros. Es más, me parece entender que ciertos partidos conservadores, se sienten cómodos de que se lleve a cabo este exterminio que a mí, por lo menos, me pone los pelos de punta y me hace difícil conciliar el sueño.
¿Cómo en un mundo de seres “racionales” se está produciendo semejante atrocidad?, ¿o será que no somos tan racionales como pensamos?, ¿cómo es posible que el mundo entero no se levante y termine con tamaño exterminio? Está claro que, a pesar del bienintencionado de Güterres, la ONU pinta menos que la blanca doble porque, a la hora de la verdad, los países que tienen “derecho a veto” son los únicos que tienen opinión válida. Bonita forma de entender la democracia: tantas armas tienes tanto vales.
Pero lo peor puede estar por llegar, estamos a ocho días del 5 de noviembre en que se celebrarán las elecciones en los Estados Unidos y Donald Trump, que ahora, de forma más que oportunista, le está haciendo guiños a los árabes pero solo para obtener votos de los disgustados por el apoyo estadounidense a Israel, si gana las elecciones, al día siguiente, Netanyahu será libre de hacer todo lo que quiera con los palestinos.
Porque a estas alturas del conflicto, se ve más a las claras que lo que busca Netanyahu no es un más o menos duro castigo. Lo que quiere es el exterminio palestino. El hecho de que diga frases como “esto solo ha hecho empezar” apoya la teoría del genocidio. También el que los colonos israelíes se estén repartiendo Gaza en pedazos para establecerse en territorio actualmente palestino. ¿Dónde queda lo de los dos estados? Está claro, en una frase retórica.
No me quiero imaginar lo que estarán padeciendo las gentes de Gaza, y también los libaneses, sin comida, sin medicinas, con los hospitales destruidos bajo la amenaza israelí de ser “escudos humanos”, sin escuelas; es decir, sin paz que es lo mínimos que se merece la gente para vivir.
Y lo malo es que cualquier vaticinio bienintencionado que se haga sobre esta vorágine, al día de hoy, está llamado al fracaso. Israel es mucho Israel, más aún si va de la mano de los Estados Unidos de América.
Solo nos queda preguntarnos, ¿cuándo terminará esta barbarie?