El nazismo ha proyectado su sombra tenebrosa sobre Nietzsche. ¿Fue elfilósofo alemán un precursor de la barbarie del Tercer Reich? Ningún autortiene la culpa de cómo otros manipulen su pensamiento. En su caso, resultaasombroso que se usara para legitimar al Tercer Reich la obra de un hombre alque se le hubiera indigestado Mi Lucha. Para empezar, por su oposicióndecidida al nacionalismo. Tanto era así que durante buena parte de su vida,como nos dice su biógrafa Sue Prideaux, fue apátrida. Para ejercer de catedráticoen Basilea tuvo que renunciar a la nacionalidad prusiana pero nunca cumplió losrequisitos para ser suizo. Lo suyo no era el culto a Alemania por encima detodas las cosas sino el europeísmo, la fusión de las naciones, como queda claroen Humano,demasiado humano.
Nietzsche tampoco hubiera sido nazi porque sentía una profundarepugnancia hacia el militarismo. La Alemania del canciller Bismarck, a sujuicio, no era sino un estado comparable en su brutalidad a la Antigua Roma.Cuando estalló la guerra franco-prusiana en 1870, condenó la manera en que losgermanos dejaron morir de hambre a sus enemigos en el asedio de París. Supostura nada tenía que ver con la de Richard Wagner, un músico que incluso senegaba a leer cartas en francés, apóstol de un nacionalismo fanático y,obviamente, discriminatorio. Muy crítico con la paz armada en la que vivíaEuropa, Nietzsche creía que podía darse un uso mejor a la cantidad de dinerodemencial que los gobiernos gastaban instrumentos de destrucción: “Tomar a unaselecta cosecha de juventud, energía y poder y colocarla delante de loscañones, eso sí es una locura”.
El culto al Estado propio de los camisas pardas tampoco le resultabasimpático Desconfiaba de una estructura que aspiraba a sustituir a la Iglesiacomo objeto de veneración entre los hombres. El poder también le suscitaba recelopor su tendencia a menospreciar la verdad: el conocimiento no tenía valor en símismo sino solo en función de su utilidad práctica
¿Antisemita? Tampoco esta acusación se sostiene. Contemplaba conaprehensión la existencia de panfletos desagradables que hacían de los judíoslos chivos expiatorios de cualquier calamidad. Si todos los seres humanosposeen defectos, ¿por qué demostrar una particular intolerancia con los depersonas concretas solo por su pertenencia a un grupo determinado? La historiamostraba que no había razones para estigmatizarlos sino más bien paraprofesarles admiración. Los judíos, como librepensadores, habían mantenidoencendida la luz de la cultura en los tiempos más oscuros de la Edad Media.
Pero… ¿No se adelantó nuestro protagonista a las teorías sobre elsuperhombre ario? A primera vista, la expresión “bestia rubia” suena fatalporque nos pensar en desfiles con esvásticas. Sue Prideaux nos aclara que semejanteterminología nada tiene que ver con una raza superior. Alude, de hecho, a unsupuesto ancestro de todas las razas, tanto de los germánicos como de griegos,árabes o japoneses. Seguramente, Nietzsche no pretendía hacer una clasificaciónrigurosa de distintos tipos étnicos. Lo más probable es se dejara llevar por elefecto sonoro producido al unir “bestia” con “rubia”. Con su lucidez habitualera consciente de la tentación en la que cae todo aquel que quiere seducir conla magia de la literatura: “Incluso al escritor más honesto se le escapa unapalabra de más cuando quiere redondear un periodo”.
La que sí fue racista era su hermana Elisabeth, una mujer de fuertepersonalidad con ideas autoritarias, nacionalistas y conservadoras, siempredispuesta a manipular la realidad para que coincidiera con sus deseos. CuandoFriedrich murió, quedó al cargo de sus manuscritos y no dudó en tergiversas susobras para hacerlas coincidir con su visión reaccionaria del mundo. En unaoperación propagandística, reunió en La voluntad de poder unos aforismosque no estaban destinados a la publicación, por lo que no se los puedeconsiderar opiniones definitivas.
Elizabeth, que había alentado la fundación en Paraguay de la coloniaantisemita de Nueva Germania, con resultados desastrosos, no dudó en manifestaruna confianza sin fisuras en Hitler durante los inicios del Tercer Reich. ElFührer –“nuestro portentoso canciller”, según sus palabras- le hizo el honor deacudir a su entierro y permitir, e forma insólita, que se le fotografiara conuna mirada triste.
Los nazis no fueron estudiosos de Nietzsche. Se limitaron a utilizarpara sus fines eslóganes como la “voluntad de poder” o “más allá del bien y delmal”, sacados fuera de contexto. Ante esta descarada apropiación ideológica, unideólogo hitleriano, Ernst Krieck, comentó con ironía que el autor de Asíhabló Zaratustra habría sido un nacionalsocialista de primera de no ser porunas pequeñas cuestiones: no era nacionalista, tampoco socialista niantisemita. Se cumplía así, con toda exactitud, una de las profecías delfilósofo: personas incompetentes invocaban su autoridad.
Friedrich Nietzsche nunca nos deja indiferentes. Nos encontramos ante unhombre excesivo en muchos aspectos, en ocasiones ególatra hasta la saciedad ymás que irritante. Imbuido de mesianismo, creía que su aportación a lafilosofía iba a salvar a la humanidad del estancamiento. Su seguridad en símismo resulta más que paradójica, al venir de un filósofo que promueve elcuestionamiento radical de los dogmas y la certidumbre excesiva. Por suerte,poseía la virtud de contradecirse y no tomar en serio el sentido desuperioridad de los intelectuales, tan habituados a lloriquear cuando nadie leshace caso, como si el resto del mundo tuviera la obligación de santificar todoaquello que producen.
También su advertencia contra el exclusivismo de los fanáticos resultamás oportuna que nunca en tiempos de crispación como los nuestros, en los queel mérito se mide en función de la adscripción partidaria y no del rigoranalítico. Las convicciones, para Nietzsche, eran “unas enemigas de la verdad máspeligrosas que las mentiras”. Quería decir que las verdades absolutas no seavienen con los métodos de investigación.
Sus pensamientos intempestivos no han perdido su capacidad paracuestionarnos. Como filósofo de la sospecha buscaba la superación de todos losdogmas, fueran los de la religión o los del cientificismo. Por otra parte, sereía provocadoramente de la vanidad del hombre moderno, orgulloso de sulibertad de pensamiento pero no siempre dispuesto a tolerar pensamientoslibres.