Nadie aprende en la vida lo que decide, sino es la vida la que lo enseña; nadie aprende en la sociedad lo que decide, sino es la sociedad la que le deja en el cerebro o en la mente muchas cosas que no va a advertir siquiera. Es decir, aprende cada uno del entorno... ¡lo que no decide! Y se hace o se construye o se desarrolla así de él, de sus errores incluso.
Muchos, cansados o cobardes o impotentes en ser muy responsables de lo que pasa en la sociedad, dicen muy frescamente “yo no voy a cambiar el mundo”, sí, y reiteran “yo no voy a cambiar nada entre tanta mierda, así que voy a hacer lo que me dé la gana”. De ese modo tan tentador, la cobardía, o el tirar la toalla a un irrenunciable DEBER ÉTICO, tiene esas triquiñuelas o ése venderse al otro bando (o sea, al de no favorecer al bien, sino a todo lo contrario).
Pero lo que pasa es que, racionalmente, no entienden nada (sí, prefieren entenderlo todo antiéticamente o.... hijoputamente); pues no, no se trata, en el fondo, de que tú vayas a cambiar el mundo (puesto que eso es muy irreal para verlo muy pronto, o es irracional en parte o utópico), sino se trata (al fin) de que no lo estropees o de que no vengas a la vida a darles alas o beneficios a esas herramientas que ya tienen los errores para seguir adelante en el mundo.
Se trata todo, de una vez (y todo el bien o la decencia que tengas), de que no seas otro cobarde más u otro sucio aliado de la derrota desalmada y miserable, ¡claro!, ¡a ver si te enteras!, de que no seas otro rendido a los pies del rentabilizador del mal, otro más, del humillador del mundo, ¡claro!, dándole tú así ya todas las razones o ventajas a la maldad, no a alguna dignidad.
“Es que soy solo una voz”, “es que yo no puedo impedir nada”, “es que siempre va a haber corruptos y malvados y yo no puedo hacer nada” en tentativa plañidera, etc., dicen y dicen muchos a cara muy dura, a mucha debilidad ética y a cobardía ya muy conocida en los que solo quieren ser míseros esclavos y pensar como esclavos y asustarse como malnacidos esclavos.
“Es que todos se lavan las manos”, “es que siempre van a llamar en televisión a los mismos”, “es que el que es bueno es tonto entre tantos lobos”, “es que digas lo que digas siempre va a quedar lo que digan los hijoputas” dicen muchos; bueno, y es cierto escalofriantemente, es cierto en indignidad y es cierto diabólicamente y “es lo que hay”, no más. Pero, ¡ah!, “¡quieto parao!”, se trata de hacer lo contrario, como hizo antes Jesucristo, hacer todo lo contrario a todo, en honra a una mínima esperanza de bien; en claro, se trata de desenmascarar a todos como “servidores al mal” o lo que no se merece el mundo, sí, se trata de que tú no seas OTRO MÁS, ¡otro más! (¡exacto!, ya sea... otro machista, otro racista, otro ególatra, otro miserable en tener ya unos valores u otro justificador de la cobardía).
Lo que quiero decir, en fin, es que se trata de no rendirte ante el error o ante el mal, ¡eso!, se trata de que no seas una cucaracha arrodillada mientras que todos los explotadores o todos los farsantes o todos los manipuladores o todos los generadores de intelectualidad basura o todos esos incalificables adictos a algún mal, se salgan con la suya o sigan saliéndose con la suya. Se trata de eso, de que la oscuridad no te gane.
Muchos dicen “debe salvarse uno entre tanta mierda política o entre tanta insalvable cultura para los mismos”. Pero no se trata de eso, ¡no!, sino se trata de que no seas otro inútil (de corazón) más, de que no seas tú otra reverencia al diablo más u otra maldita servidumbre a la mentira ratera más. ¡De eso solo!, de marcar una diferencia digna al asco. Sí, se trata de la dignidad que te avala, como digno ser humano.