En un lapso temporal breve se han producido una serie de circunstancias vinculadas a los intelectuales. Por un lado, un manifiesto de intelectuales de “izquierdas” pidiendo que se vote contra aquellos que vetan (haciendo un veto, vamos) y, por otro lado, un artículo de Víctor Lenore sobre la publicación de un libro de la Fundación Disenso sobre la “exclusión” del intelectual de derechas puro. ¿El mundo de la intelectualidad en campaña? Pues aunque parezca que sí, no.
Si se quedan con que un intelectual es aquel que utiliza el intelecto, que no la inteligencia, para trabajar, tienen millones de intelectuales en España. Si el concepto de intelectual se restringe un poco más a quienes no solo piensan sino que estudian, leen y escriben entonces la reducción del monto de personas intelectuales, al menos en España, queda más restringida. Si a eso le añadimos que tengan una participación en el foro público, analizando, criticando o exponiendo sus conclusiones realmente intelectuales, lo que se dice intelectuales tenemos pocos o casi ninguno en España.
La digitalización de los medios de comunicación ha traído consigo un tipo de columnismo, que ya existía en los tiempos de la dominación del papel pero ahora es el mayoritario, donde cualquier ganapán tiene columna propia y vomita en ella la primera ocurrencia que le viene a la cabeza y que encaje con la imagen que se ha creado de él o ella misma y con el sesgo del periódico en el que escribe. De este tipo hay un abuso y exceso de periodistas, a uno y otro lado del espectro político-mediático, que han pasado de dar noticias a intentar ser la noticia. Son imágenes de marca (propia) que se deben vender y para ello cuanto más salvaje y menos inteligente la columna, mejor.
El problema es el arrastre que hacen con los demás columnistas, pues gentes que podrían analizar, advertir u opinar con consistencia, por capacidad, acaban atrapados en la bazofia del pensamiento light, macarra y/o banal. La “banalización del intelectual” podría llamarse a este proceso del espacio público de debate y confrontación de ideas. Cualquier abogadilla acaba en programas de radio y escribiendo libros sin tener la capacitación suficiente. O cualquier tuitero joven haciendo vídeos de dos minutos (como pueden comprender ninguna idea desarrollada puede caber ahí) acaba como referente de cierta parte del espectro (con su libro correspondiente). De hecho, si se fijan bien, aquellas personas que salen y acaparan la radio y/o la televisión son los que acaban publicando libros. Esos mismos que casi nadie lee y que acaban descatalogados al año de haber sido publicados.
Claro que existen buenos columnistas y buenos intelectuales (como hay buenos periodistas de investigación) pero casi en los márgenes del sistema mediático. Se pueden encontrar buenas columnas de intelectuales en algún periódico regional, en alguno de corte católico, en alguno nacional –casi por casualidad–. El resto son columnistas que lanzan sus prejuicios para confirmar los prejuicios de quienes les leen. Una retroalimentación espectacular, banal y carente del más mínimo atisbo de reflexión. Ninguno, o casi ninguno, pone en cuestión que podría estar equivocado. Bien al contrario se pontifica desde una supuesta infalibilidad de no se sabe bien qué.
En el artículo de Lenore se reflejan las críticas de la derecha intelectual porque los partidos de derechas no les quieren pues no desean posiciones fuertes. Posiciones de derechas de verdad. Lo mismo ocurre en la izquierda. Miren el patronato de la Fundación Pablo Iglesias del PSOE y verán los grandes intelectuales que hay allí. Los partidos políticos en general no desean intelectuales porque mantienen un sentido crítico y eso molesta a los que están instalados en la canonjía y el poder. Claro que nadie del mundo de la política (entendido globalmente y más allá de los partidos) quiere a intelectuales cerca, lo que más les molesta son las críticas de los “suyos” porque quedan desarmados. Aunque ahora en la izquierda se han inventado lo de los neorrancios o rojipardos.
En términos generales lo que se quiere son activistas. Esto es, personajes con apariencia de intelectual pero que, como sucede con los columnistas periodistas, trabajen dentro del espectáculo; utilizando los prejuicios de grupo para masificar, amoldar y desmovilizar; que entren en el agonismo propio de esta época de bastardía democrática; y esencialmente no dialoguen con el otro. Porque el otro ya no es más un igual que yo, un ser fraterno sino un enemigo en potencia, un rival, un antiyo. Y no se crean que Eric Zemmour o Vanessa Kaiser (buen, en general toda la familia Kaiser) son intelectuales, no, son activistas con un perfil de intelectualidad pero que reproducen los prejuicios propios del lugar donde se encuentran posicionados.
A todo ello hay que añadir otra situación que, en parte, es reproducción de lo que sucede en el ámbito académico y musical: la rueda de columnistas y/o intelectuales. ¿Qué es? Pues algo tan sencillo como que los de un mismo círculo se citan unos a otros, se magnifican unos a otro, se colocan unos a otros. Por eso ustedes siempre verán las mismas caras en los platós de televisión, en los estudio de radio y en las columnas de los periódicos. Una gran limitación del espacio público que se llena de opinólogos, doxósofos, correveidiles y en muy pocas ocasiones de intelectuales. Y haberlos haylos, aunque hoy es cada vez más imposible que un Louis Althusser, un Raymond Aron, un Augusto del Noce, o un Norberto Bobbio aparezcan en lo mediático.