La historia demuestra que las guerras solo traen muerte y destrucción. Cada incremento en gasto militar aumenta el riesgo de iniciar nuevos conflictos armados. A esto se le suman las armas nucleares y su inmenso poder destructivo, que convierten cualquier conflicto en una amenaza existencial para toda la humanidad. La guerra de Ucrania ha demostrado que los conflictos no se resuelven con más armas. Después de tres años de guerra y cientos de miles de muertos, la paz llegará sólo mediante unas negociaciones como las que fueron saboteadas en el inicio del conflicto.
El gasto en armamento se termina restando de las partidas de educación, sanidad, vivienda, pensiones o en mejoras de la sostenibilidad ambiental, que son las verdaderas garantías de seguridad para las personas. Los recortes en gasto social, en un contexto de militarización, no harán sino contribuir al auge de los movimientos de extrema derecha. Estos presupuestos multimillonarios también se financiarán con deuda pública, hipotecando el futuro de las próximas generaciones. El aumento del gasto militar va dirigido a financiar a empresas productoras de armas y de servicios militares, que están aumentando sus ingresos, beneficiándose de la guerra de Ucrania, del genocidio en Gaza y la tensión geopolítica.
La industria militar y los ejércitos tienen un enorme impacto ambiental, con un consumo desmesurado de combustibles fósiles y una gran huella de carbono. Es incoherente que el gobierno español se comprometa a reducir emisiones, mientras el sector militar queda fuera de las regulaciones ambientales. El aumento del gasto militar fomenta el autoritarismo interno, el control social y la vigilancia masiva de la población. La militarización refuerza la cultura del miedo y de la represión, alejándonos de sociedades libres y justas.
Hay que oponerse, con fuerza, a la amenaza de restauración del servicio militar obligatorio, que ya se ha reintroducido en Europa en 6 países (Suecia, Noruega, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania) y en 2025 lo harán al menos otros tres más (Alemania, Serbia y Croacia). Otros países están adoptando otras medidas de adiestramiento militar a la población civil como Reino Unido, Países Bajos o Polonia. A la guerra siempre acaban yendo los hijos de las clases trabajadoras, nunca los hijos de los dueños de la industria de armamento ni las élites sociales o políticas.
Por otro lado, la OTAN, es una organización que solo sirve a los intereses estratégicos de Estados Unidos, utilizando a otros países como peones en sus conflictos. La solución no es sustituirla por una organización europea “de defensa” destinada a imponer intereses neocoloniales que faciliten la rapiña de recursos en el Sur global, el papel de policía internacional, o el cierre de fronteras a las migraciones.
La industria armamentística es una de las más poderosas, oscuras y corruptas, operando con plena impunidad y presionando a los gobiernos para mantener conflictos activos como el de Ucrania. Es totalmente inmoral apoyar una escalada armamentística en defensa de una Europa “de los valores” mientras se permite la consumación de un genocidio como el de Palestina.
El gobierno de Rusia es responsable de la invasión de Ucrania. También de sojuzgar a su sociedad civil y de impulsar políticas reaccionarias. Pero es pura propaganda sostener que significa una amenaza para el conjunto de la Unión Europea (salvo por el posible uso de armamento nuclear, ante el cual no habría respuesta militar posible). Los necesarios cambios políticos en Rusia, así como el freno al avance de las extremas derechas en los países europeos requieren de más democracia, de más políticas en favor de las poblaciones y de la sostenibilidad, más negociación y diplomacia.
Queda mucho trabajo por hacer, pero diplomático y al margen de la guerra.