No todo el que bosteza tiene miedo de aburrirse y no todo el que se aburre ha bostezado alguna vez delante de un espejo para ver cómo se miente.
Yo le tengo miedo a decepcionarme a mí mismo, a no vivir mi propia farsa, a mentir con las mentiras de otros.
No soy lo que se entiende por un ser humano engreído pero, puestos a mentirnos los unos a los otros, elijo las mentiras que me favorecen;
porque todas mis mentiras me recuerdan a mí y no conozco a ninguna otra persona que me haga tan feliz al recordarla.
No es poca la arrogancia de los hombres cuando duermen y no conozco una virtud que no contenga su defecto.
Yo me arrogo la capacidad de disfrutar de todos mis defectos.
Ha vivido mi dolor su propia decadencia.
No sufro, mi conmoción está desafligida; mi voluntad, igual que el ojo izquierdo, ha de cerrarse sólo con los rayos del sol.
No sufro, no gasto mi felicidad en derrumbarme.
No sufre la cosecha cuando es recolectada ni caen los muertos más allá de donde fueran enterrados.
Donde se hallen los hombres dichosos allí estará de compañera infatigable la desgracia; pero observa a un hombre desdichado y no verás a nadie alrededor tratando de robarle su desdicha.
Yo pospuse mi dolor para el pasado e incluso ahora, estando muerto, tengo la virtud de ilusionarme.
Pero no creo en la esperanza porque toda esperanza pretende ser profética.
La esperanza es la más cruel enemiga de los españoles y no necesito estar esperanzado para ser optimista.
Yo hago lo que hago por principios sin esperar nada a cambio y así nunca me cansé de defenderlos.
No me esperanzo para no acabar desesperado y prefiero hacerlo ahora de rodillas, aunque no consiga mi objetivo, que esperar a levantarme para hacerlo.