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No valemos nada

07 de Febrero de 2017
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El sábado me contaba una amiga un episodio la mar de esperpéntico que había sufrido en propias carnes.

Mi amiga es aparejadora, estudió la carrera cuando ser aparejador/a, era una conquista, algo así como estar en la cúspide de la pirámide. Eligió esa carrera seguramente por las salidas profesionales que ofrecía, también porque con su talento natural le encajaba como anillo al dedo.

Encontró trabajo en una de esas grandes promotoras, entregadas sin pudor a sembrar de norte a sur y de este a oeste toda nuestra geografía de ladrillos.

Llegó la crisis y como tantos se quedó en el paro. Inició entonces el duro camino de, primero encontrar trabajo y, después, al no encontrarlo, intentar reinventarse.

En ese camino que duró unos cuantos años, encontró por fin un trabajo. Un trabajo a media jornada que le permite pagar las facturas y no mucho más. Está contenta. El ambiente es bueno, el trabajo es interesante, pero claro, media jornada, es lo que hay. Qué le vamos a hacer, “mejor eso que nada”. Gran frase que suelen pronunciar los que no tienen que enfrentarse a esta realidad.

Mi amiga lleva unos meses trabajando, mientras ha decidido prepararse una oposición. La oposición representa tener una cierta seguridad que le permita abrir otros caminos a través de los que explorar ese talento natural del que hablaba al principio y una también innegable predisposición por lo que tenga que ver con las artes.

El caso es que hace un par de semanas le llegó una oferta de trabajo que suponía una mejora. Se colocó sus mejores galas de mujer triunfadora, de Ally MacBeal dispuesta a comerse el mundo y se plantó en la entrevista de trabajo. Le dijeron que su perfil era maravillosísimo, que la necesitaban para antes de ayer, así que debía notificar en su actual trabajo que se iba para incorporarse con urgencia, esa misma semana, en su nuevo puesto.

Mi amiga al día siguiente ya había pedido la cuenta y estaba preparadísima para afrontar lo que le pusieran por delante; así las cosas se fue a ver a su nueva jefa para contarle que ya estaba disponible. Nuevamente todo era estupendo y maravilloso. Encantada de la vida se subió al autobús y cuando llegó a su casa recibió una llamada. Era la susodicha, vamos su supuesta nueva jefa, le dice que oye mira que lo he pensado, que ya sé que es una putada lo que te estoy haciendo, pero creo que esto no va a funcionar. Vamos que donde digo digo, digo diego y te quedas tirada y en la calle.

Menos mal que mi amiga decidió colgarle el teléfono para soltar a gusto un par de maldiciones y se ahorro escuchar el famoso “no eres tú, soy yo”, seguido de “con lo que tú vales nena y con la experiencia que tienes, encontrarás otra cosa”. Menos mal, también, que en su trabajo la readmitieron, cosa rara en los tiempos que corren y que dice mucho de la diferencia entre unos y otros.

Eso es lo que “valemos”, el mismo valor tenemos que esa chaqueta “chollo” que compramos en rebajas”, de la que esperamos cumpla como alta costura y que cuando llegamos a casa, una vez la probamos, decidimos que no nos cae bien, que el color no nos va y volvemos al día siguiente a cambiarla por otra prenda que nos encaje mejor.

Para qué va a pensar esta buena señora que no somos cosas, qué más le da a ella el frío que hace fuera, la situación en la que nos quedamos, que existe una forma correcta de hacer las cosas, que nadie la obliga a contratarnos y un largo etcétera.

¿Para qué? Ella está encantadísima de la vida mirando desde su oficina de mega súper empresaria la vida pasar y a los demás, pues eso, que les den que la vida es muy complicada.

Dedicado a mi amiga (ella sabe bien quién es), una mujer valiente. De las que no se rinden nunca y que cada mañana se visten la sonrisa como pueden y salen a conquistar el poco mundo que queda, aunque la mayoría de las veces lo que se encuentran es un auténtico asco.

 
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