Nuestra diestra policía ideológica
15
de Febrero
de
2019
Actualizado
el
02
de julio
de
2024
Guardar
La policía es una herramienta que posee el Estado y que necesariamente debe ponerse a disposición de la ciudadanía. Esa es la esencia real de las Instituciones Policiales, garantizar la seguridad ciudadana de todos y todas y favorecer que su labor redunde no sólo en términos de seguridad pública sino también en el libre ejercicio de libertades.Es por tanto su función, un servicio público cuyo fin primordial es ser garante de derechos y favorecer el disfrute y el desarrollo democrático de los mismos.Si bien es cierto, en España, el sentido y uso de las policías como instituciones de y para el pueblo, no ha sido un concepto que se haya puesto nunca en práctica, aunque quieran hacernos creer que es así y se obcequen en vendernos a todos que tenemos unas fuerzas de seguridad cuyo afán principal es la defensa de nuestros derechos individuales y colectivos.El pasado más inmediato de nuestras instituciones de seguridad pública durante la denominada Transición, habla de ascensos y privilegios para policías que asesinaron, maltrataron y torturaron a detenidos, nos cuenta sobre la negación de un proceso de regeneración institucional no solo necesario, sino indispensable para la salud de unas estructuras que se suponía iban a ser renovadas. No hubo transformación más allá de un cambio de nombre y de las siglas de algunas unidades policiales y secciones, así como la muda de color de los uniformes con los que los mismos de siempre empezaron a vestirse. En definitiva, una limpieza de cara en toda regla y sin recorrido.No existió depuración de responsabilidades de los torturadores, ni una limpieza institucional, ni una democratización real y efectiva de las estructuras de poder, por lo que la base sobre la que hemos construido las identidades policiales que ahora tenemos se sustentan sobre unos pilares básicos que son: la represión, el maltrato, la impunidad y la injusticia. Si bien hubo y sigue habiendo núcleos o bloques de policías demócratas, que somos minoría dentro de las colectividades y que vivimos por tanto en estado de enorme y constante opresión, dándose la circunstancia de que a lo largo de la historia más reciente de nuestro país, y ya en democracia lógicamente, muchos de estos compañeros se sindicaron y formaron agrupaciones específicas que luchaban por la apertura de las colectividades y el fin de corruptelas internas, por lo que muchos de ellos fueron duramente sancionados y como no podía ser de otra manera, obligados, mediante la coerción de grupo, a colgar el uniforme.Como ejemplo de no regeneración que ilustra claramente la construcción de las identidades que perduran a día de hoy, nombraré a José Matute, policía que torturó hasta la muerte al militante del sindicato CCOO Antonio González Ramos y que no sólo se benefició de la ley de Amnistía de 1977, sino que fue posteriormente ascendido en el escalafón jerárquico y pasó a gozar de un nuevo destino en la unidad encargada del cumplimiento de los derechos humanos de los detenidos que estaban bajo su custodia.O Antonio González Pacheco, más conocido como “Billy el niño”, policía de la Brigada Político -Social, reclamado por Argentina para responder por agresiones brutales en forma de torturas contra detenidos, agresor en potencia a quien la justicia española protege mediante la negación de la extradición dictada por la Audiencia Nacional. Recordar que fue nombrado al mérito policial y recibió una medalla por sus servicios prestados a este país, servicios en forma de brutalidad, abusos, dolor y sangre.O el comisario Roberto Conesa responsable de la Brigada Político- Social que fue acusado de graves torturas y asesinatos y aun así nombrado Jefe Superior de Policía de Valencia, teniendo en su haber una medalla también que reconoce su labor dentro de la corporación.Estos ejemplos ponen de manifiesto la imposibilidad de que las construcciones identitarias policiales hayan podido sustraerse a esa base ideológica que las conforma y las impregna haciéndolas parte de un modelo de Estado represor en esencia.En el año 2006 el juez Baltasar Garzón puso en marcha un procedimiento para erradicar las torturas en centros de detención, que estaba incardinado a reforzar los derechos de los detenidos acusados de terrorismo y en régimen de incomunicación. Esta herramienta legal fue desarrollada debido a las numerosas denuncias de presos y detenidos, algunos de los cuales murieron a consecuencia de graves lesiones tras las palizas recibidas por parte de funcionarios policiales, y también a las numerosas resoluciones judiciales de organismo de Derechos Humanos que desde Europa sancionaban a España en esta materia. La respuesta desde las Instituciones de Seguridad Pública fue en forma de bloqueo a dicha medida, bajo el argumento de una supuesta pérdida en el acceso a la información, dejando claro y patente que el uso de la tortura en los interrogatorios era un método extendido y lo suficientemente consolidado que tan sólo permanecía oculto por una tácita ley del silencio en la que callaban tanto policías como jueces, médicos y fiscales.La violencia de Estado empleada de manera flagrante durante el “Procés català” pone de manifiesto la permisibilidad y absoluta normalización de una crueldad gratuita, desmesurada y peligrosamente impune, que es aplaudida y vitoreada desde el Gobierno de este país. Ese uso indiscriminado de la fuerza en forma de atropello y violación de derechos fundamentales pone en evidencia la existencia de una policía ideológica, que responde sin deontología profesional, con furia y rabia porque está lo suficientemente adoctrinada como para creer que está sirviendo a algo superior que les trasciende como personas, y ese Dios supremo que les guía no es el ciudadano a quien se debe, sino el vigente, inmaculado y perenne concepto de “todo por la patria”.Vivimos en un Estado de excepción encubierto, las Fuerzas de Seguridad son el enemigo del pueblo, pues no son gente, y sabedores como son del trabajo sucio que están realizando solicitan en Noche Buena algo más que unas simples croquetas.Todo sistema de opresión necesita, para sustentarse y prevalecer, que el uso de la fuerza bruta se una a una ideología lo suficientemente potente para que sea capaz de hacer creer a la gente que la opresión es el estado natural de las cosas. En España este cometido lo hemos logrado hace ya mucho tiempo, por eso aun cuando las imágenes claman al cielo y todos vemos a policías pegar en la cabeza a gente sentada o tirar por las escaleras a personas para después saltarles encima, no falta el que se expresa en términos de ¿Y que esperaban? Apostillando a viva voz: ¡Aún deberían darles más fuerte! Yes que el opresor es descarado y exhibicionista y además es una labor tan gratuitamente reconfortante que de vez en cuando hasta por poner la bota encima de la cara de la gente te acaban dando un premio.
Lo + leído