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Ochenta y nueve años del asesinato de Lorca

25 de Agosto de 2025
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Lorca en Kabul

A nosotros, que éramos niños pobres de un Colegio de pijos, siempre nos estremeció el asesinato de Lorca, como aquella crónica de una muerte anunciada de García Márquez.

Será por eso que siempre privilegiamos a Luis Cernuda o la perseverancia republicana de Juan Ramón Jiménez, ese Nobel escondido bajo los titulares que presagiaban a Santiago Bernabéu y el efecto cobra.

Nos empecinábamos en las causas de aquel barranco de sangre donde los historiadores ingleses ubicaban el cadáver, frente sobre el endecasílabo que mece las mareas.

Pobre España, cuya historia languidece sobreescrita por las excrecencias anglosajonas.

Timadores y vividores de la memoria, forjada en el perjurio de Ian Gibson sobre la hectárea en que crucificaron a Federico. Luego vino Preston, que empezó pontificando las cagaleras de Azaña y acabó santificando al Emérito.

No quiero olvidarme empero de Gabriel Jackson, que no hay regla sin excepción. Frente al golpe del gagá de Besteiro, él ponderó aquel Consejo de Ministros, en que Negrín lanzó a la aviación republicana sobre la flota de Hitler que, desde el estrecho, bombardeaba y masacraba, como ahora Gaza, a quienes huían a pie desde Málaga a Almería.

La Guerra Civil sigue viva, como sigue en pie la causa de 1.714 en Catalunya. Esa justicia que encarcela a Puigdemont en Waterloo y que criminaliza al disidente. Será por eso por lo que España nunca tuvo una revolución.

Mas hoy quiero acordarme del poeta. Limpiar de sangre sus estrofas, anegadas por el hielo de las dos Españas.

Quiero aventurar que fuera su familia quien –a escondidas- hurtó sus restos del Barranco de Viznar; o de aquel amante americano que, con una caja blanca, dicen que lo veló y enterró en Estados Unidos, en presencia de Margarita Xirgú.

Aun emerge aquel documental de Canal Sur (a ver si Antonio Salvador lo reedita) en que Basilio Martin Patino, lo situaba en la Cartuja de Cazalla.

Esta España no encuentra terrones que soporten la efigie del poeta.

Y al igual que Machado no debe salir de Colliure o Azaña de Montaban, es lo cierto que no encontrar sus restos agranda la poesía de Federico, que siempre se impone a sus huesos quebrados. Asesinato.

En este verano negro de golondrinas achicharradas, we are fucked.

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