Como si no hubiera un mañana: hay que odiar a Vox. Esa es la principal premisa programática de la izquierda institucional –y aspirante- para frenar un fascismo fantasmagórico e inexistente. Llevamos desde 2019 con la misma cantinela: VOX suelta una boutade en un mitin o un medio de comunicación y toda la izquierda se revuelve rabiosa como una horda del Days Gone, retroalimentando de esta manera a la formación pistacho.
La última de estas “provocaciones” ha sido la de Macarena Olona asegurando que Julio Anguita –héroe del izquierdismo patrio- se “avergonzaría” del gobierno más progresista de la historia y estaría “orgulloso” de Vox, si viviera hoy. No es una declaración espontánea: forma parte del giro obrerista del partido de Santiago Abascal para abarcar a los votantes de izquierda huérfanos o desencantados con los petimetres posmodernos que dirigen las formaciones progresistas. Pero lo peor no es que una organización de derechas especule con las hipotéticas piruetas jorgeverstryngeanas de un político de izquierdas muerto, sino que puede que tengan hasta razón: Anguita hubiera sido el primer opositor a esta coalición parásita, traidora e inoperante. O, al menos, eso me gustaría creer.
Todos esos litros de bilis expulsados a caños por las abrasadas gargantas de izquierdistas desnortados son prueba inequívoca del éxito de esta estrategia. Líderes, militantes y simpatizantes de la izquierda saben perfectamente de qué va la vaina, pero no tienen un proyecto definido de país ni agenda propia para confrontar las propuestas de Vox. Por esta razón, su única estrategia es odiar fuerte a Vox, tacharlos de “vendeobreros” o de “falsos patriotas” y montar en cólera cuando los liberal-conservadores se apropian de los símbolos y del patrimonio histórico de la izquierda española. Ésta, sin embargo, se muestra incapaz de hacer lo propio con los símbolos y patrimonio de la derecha: no pueden hablar siquiera de unidad nacional sin justificarse de inmediato, por ejemplo.
Puesto que saben que tienen la partida perdida de antemano, sólo les queda rabiar, patalear, hiperventilar y aspaventar. Y es que en el fondo de sus corazones saben que son responsables y culpables –por obra u omisión- del auge de Vox, ya que no han sabido construir una izquierda nacional definida que les haga frente. Durante todos estos años se han dedicado a bailar el agua a identidades (de género, étnicas, etc.) y a minorías subjetivas, olvidándose por completo de la mayoría objetiva: la clase trabajadora española (con más conciencia nacional que de clase). Han abandonado un importante nicho de mercado electoral que ahora está siendo absorbido por los que antaño se llamaban a sí mismos “la derecha”.
Por supuesto que aún hay resistencias sociológicas en el país más ideológicamente polarizado de Europa, pero la balanza se va decantando –poco a poco- del lado pistacho. Y lo saben. Y sólo les queda ir a rebufo de Vox y odiarlos, odiarlos mucho.