Que me perdone Walt Whitman por parafrasear para estos menesteres tan poco poéticos el título de su monumental poema a Abraham Lincoln después de su asesinato. Este “mi” general al que me dirijo, que se parece a Lincoln como un purasangre a un gorrino, es ni más ni menos que el ya celebérrimo general Francisco Beca. Y puedo dirigirme a él como “mi general” con toda propiedad porque serví en el Ejército del Aire, concretamente en el Escuadrón de Vigilancia Aérea E.V.A número dos, situado en el término municipal de Villatobas, provincia de Toledo, en el ya lejano mil novecientos ochenta, el año que mataron a John Lennon. Puedo decir también, y con todo derecho, que serví porque en aquel tiempo serví una cantidad incalculable de botellines de cerveza a los militares de carrera que acudían a lo que llamaban el “Club”, un elegante eufemismo para no llamarlo lo que en realidad era: un bar puro y duro donde consumían tanta cerveza que llegué a pensar si aquellos suboficiales, oficiales y jefes, no estarían formando parte de un programa militar secreto destinado a averiguar cuánta cerveza puede llegar a filtrar un hígado humano a distintas edades. Tengo que decir que el Teniente Coronel Jefe del Escuadrón no escurrió el bulto y se implicó tanto como el que más en aquel experimento secreto. En los calurosos días del verano en medio de aquella ardiente y desolada estepa, había horas en las que no daba abasto a servir botellines y a llenar las cámaras para la próxima oleada de bebedores, sufridos, abnegados y sacrificados militares voluntarios de aquel programa ultrasecreto que yo imaginaba a mis dieciocho años y que bien podría haberse llamado “¡Birra España!”.
Sentía tanta vergüenza ajena, tanta indignación, por esto y por muchas cosas más, algunas de ellas tenían que ver con pequeñas y medianas corrupciones, que llegué a escribir unos folios con apretada letra donde hacía recuento de todas aquellas fechorías que tanto me escandalizaban a aquella tierna edad de dieciocho años donde ya sufría de un idealismo agudo que luego se hizo crónico. Lo del “Programa secreto” era ya lo de menos cuando había gente que hacía negocio, pequeñas y medianas sisas aquí y allá, aprovechándose de su cargo. Eso sí, aquellos sinvergüenzas querían a España con locura y lucían banderitas por todas partes, en la pulsera del reloj, en el uniforme, en el llavero, en el cinturón, en la cartera, en el coche... en todas partes. En aquella temprana, ingenua y candorosa edad uno daba por hecho que la gente cumplía con su deber y más tratándose de militares que habían jurado servir a la patria hasta el último aliento. También hay que decir, y sería injusto no hacerlo, que había muchos militares buenos, honrados, intachables que cumplían ejemplarmente con su trabajo, pero la buena labor de estos quedaba empañada por la negligencia de los otros.
Cuando acabe mi “informe” decidí enviarlo al Ministro de Defensa, que por entonces era Alberto Oliart, un civil, además de hombre honrado y cabal. Pero antes de echar la carta al correo me dio el pálpito, que diría Plinio, el policía de Tomelloso de las novelas de García Pavón, que aquella carta solo me causaría serios poblemas, y en el milagroso caso de que llegara a las manos del ministro y éste la leyera, no arreglaría absolutamente nada, por lo que y decidí romper la carta en pequeños pedazos. Y continué despachando cervezas como si no hubiera un mañana mientras canturreaba por lo bajo el Himno de Aviación, escrito por Pemán, el poeta oficial de régimen. Y tengo que decir que mientras abría botellines me reía mucho cantando muy bajo algunas estrofas del himno, por ejemplo: “ Alcemos el vuelo sobre el alto cielo...” “Volad alas gloriosas de España, estrellas de un cielo radiante de sol” y la mejor: “Alegre la mano, tenaz el empeño / la rosa del viento tomamos por cruz / jamás bajaremos desde nuestro sueño / a una España sin gloria y sin luz ”. Pensaba que allí, en aquel rincón de España, nunca faltaría luz porque todos iban bien “alumbrados”. Hay que decir también que aunque éramos soldados del arma de Aviación, jamás vimos un avión en los quince meses de servicio militar que nos metimos entre pecho y espalda, solo vimos uno que estaba fotografiado en un almanaque. Un día pedí la llave de la biblioteca porque quería ver los aviones que salían en la revista “Aviation Week” a la que el escuadrón estaba suscrito y me dijeron con el tono despectivo que solían usar algunos mandos con sus subalternos, que me fuera a la cantina a abrevar con el resto de la tropa. Otro día, con las manos haciendo visera para protegernos del sol, vimos lo que en principio parecía un avión, luego resultó ser una avutarda. Otros dijeron que era un sisón. Y pudiera serlo porque aquella era tierra de melones y a los sisones les gustan mucho. Pero donde más melones había era, sin duda, dentro del perímetro vallado del escuadrón.
No me extraña que el general Beca, criado y amamantado en este hábitat cuartelero que respiraba entonces, y todavía respira por desgracia, franquismo por todos sus poros, haya eructado las palabras que ahora están en boca de todos: “Hay que fusilar a 26 millones de rojos hijos de puta, y me quedo corto”. Y por qué no treinta millones? No se quede corto mi general, más vale que sobre que no que falte. Lo que igual no ha caído es que su holgada pensión de general sale de los impuestos de muchos de esos veintiséis millones de hijos de puta. Lo que ya no me ha gustado porque creo que es indigno de un españolazo como él es que después de decir esas palabras a su grupo de nostálgicos del “irrepetible”, como llama a Franco, ahora se ha rajado diciendo que los mensajes en su móvil son una “suplantación”. Vamos general, no se desdiga ahora, no se venga abajo, con lo bien que le había quedando su proclama”. Venga, no se arrugue ahora que había cogido carrerilla. Descanse un poco de sus desvelos por la patria y tómese una más que merecida cerveza.
El general Beca y su grupo de heróicos mandos retirados, salvapatrias medalla de oro y catorce puntas todos ellos, después de dirigir sendas cartas al rey y al parlamento europeo dando de la voz de alarma de que la patria, una vez más está en peligro por culpa de los rojos del satánico gobierno socialcomunista, bolivariano de Sánchez, se ha puesto a preparar todo ese reto digno del querido camarada Heinrich Himmler, de ese laborioso trámite logístico que supone fusilar a veintiséis millones, vamos a poner treinta por si las moscas, de rojos hijos de puta. Hay que decidir cómo se va a hacer, dónde, por quién empezar y todo eso. Y ahora hablando en serio, el rey debería haberse desmarcado con meridiana claridad de este grupo de salvadores, remendadores, estañadores y lañadores de la patria rota por los rojos malvados de siempre. Por cierto que rojos y malvados, que es lo mismo para ellos, deberían ser declarados sinónimos por la RAE. Pero el rey, ha permanecido callado y su silencio habla por sí mismo. Don Emiliano García – Page, presidente de esta nuestra Comunidad de Castilla- La Mancha, ese español prístino, de manual, que merecería figurar junto a las grandes figuras hispanas que salían en la Enciclopedía Álvarez, y que nunca aparecerá en esa lista de veintiséis millones de fusilables, ha dicho que el rey no debe meterse en política. Eso nos ha recordado una de las frases más conocidas de Franco, “El irrepetible”: “Usted haga como yo y no se meta en política”. Una surrealista frase digna de Groucho Marx, que según la leyenda se la dijo a uno de sus ministros, recién llegado a una reunión en el palacio de El Pardo.
Hay mucho que decir de todo lo que ha salido de la sucia boca de ese general, que insulta a placer y con chulería al actual gobierno sin temor ni reparo alguno. A un gobierno legítimo salido de unas elecciones democráticas. Pero a él eso le da igual porque no cree ni ha creído nunca en la democracia. Da repelús pensar que este sicópata ha estado haciendo la carrera militar y ejerciendo puestos de responsabilidad en una democracia. Y cuántos como él no habrá todavía en las Fuerzas Armadas. La ministra de Defensa de este gobierno insultado y amenazado debería hacer algo al respecto. Pero mucho nos tememos que no hará nada. Hasta ahora solo se ha limitado a defender al rey actual y también al emérito, que ya son ganas de defender. Quizás también debería defendernos a nosotros, los que no pensamos como ellos y tenemos todo el derecho, de momento, a hacerlo, de los que desde el estamento militar, como este general, atentan gravemente contra la democracia
No vamos a entrar, sería muy penoso de analizar, quizás sea más labor de veterinarios, todos y cada uno de los rancios regüeldos castrenses, coces, relinchos, rebuznos emitidos por este salvador de la patria en los últimos días. Vaya para él y su grupo todo el desprecio de esos veintiséis millones de españoles que creemos en la democracia, que apostamos por ella y que ya somos lo bastante maduros como para decidir con nuestros votos la forma de gobierno y el país que queremos. Y todo desde la democracia como regla de juego primera y principal.
El general y sus nostálgicos, la extrema derecha fanática populista que representa Vox y parte del PP más radical, no se cansan de decir que este gobierno lo que busca es destruir España. Y lo dirán de éste o de cualquier gobierno que ellos no controlen. Porque ellos viven en el delirio, en la alucinación de que todavía son los dueño de este país. Un país al que sí rompieron el irrepetible y los suyos a conciencia con las “maniobras del 36”, como llama con su repugnante gracejo cuartelero este indigno general al golpe de Estado llevado a cabo por traidores militares fascistas contra el legítimo gobierno de La República.