Existe el horror. Existe. Existe. El horror existe. Como un mantra indeseable. Como un credo abominable. Existe el horror. Existe como un demonio sutil con cara de playa y de embarcación de recreo que se oculta debajo del mar y sube a la superficie y vuelve a bajar todavía más oscuro y lastrado. Traicionero y anclado a mil metros de profundidad. Sí, se comporta como un demonio invisible que se abalanza sobre tus ojos para incendiártelos y descoyuntar la gramática y el léxico para entregarte el maldito mantra: Existe el horror. Existe. Existe. El horror existe.
La crueldad puede ser más poderosa que la ternura. Esa es la gran tragedia del ser humano -y la herida sin cauterizar de nuestra época-. Así se definen en román cotidiano los fríos tecnicismos de violencia de género y la devastadora violencia vicaria contra las mujeres. No hay psicología consolativa. No hay legislación coercitiva. No hay punición compensatoria. No hay explicación metafísica. No hay amparo ni horizonte donde ponen brutalmente el final. Sólo la soledad salvaje del océano frente a la muerte que guarda y custodia encomendada por los hombres. Llorar no es suficiente. Gritar es inofensivo. Ser madre es empezar a desintegrarse. Ojalá tuviéramos un silencio elocuente y balsámico y no uno desolado y abrasivo.
No le caben al mar muchos más mártires. El agua, el sol y la sangre se entreveran y parece azul y plácido. La sutileza del mantra y de su demonio: Existe el horror, que es la sublimación demencial del dolor. Cualquier día va a explotar de ira negándose a ser un almacén de crímenes y va a escupirnos a nuestros rostros bronceados inmigrantes desesperados, niños con el vientre hinchado y niñas preciosas como una mañana radiante de junio que nos seguirán sonriendo con inocencia porque la apuesta es siempre la vida, en la ley, en la ética, y en el pan nuestro de cada día.
La madre, Beatriz Zimmermann, pensaba que su expareja estaba jugando al despiste y apelaba con grandeza femenina al cariño y a la magnanimidad. Y se refugiaba en la esperanza que es una virtud teologal para los creyentes y un agarradero de supervivencia para los mortales. Pero el padre de las niñas estaba jugando a matar. Ya había racionalizado el instinto y la violencia y había decidido inclemente parar el tiempo e instaurar su verdad de plomo y un reino de egoísmo y atrocidad en la tierra y en el agua. Existe el horror que rima con terror cuando el despecho y la maldad se aúnan en un veneno psíquico que penetra hasta la última neurona y la voluntad más sombría dicta el resultado del aniquilamiento. No hay ninguna incógnita que resolver, ningún resultado que averiguar. La ecuación del amor es igual a libertad.
A los niños de seis años -que ya entienden- en las escuelas después de recortar bonitas cartulinas de colores habrá que empezar a explicarles eso de la ecuación del amor y habrá que enseñarles con sutileza que en el primer mundo en que viven tan rico y hermoso en apariencias también hay niños esclavos y víctimas que están tasados con un precio horrendo por sus propios seres queridos.
Existe el horror. Existe. Existe. El horror existe. Como un mantra abominable.
...Y existe el mar como un poema inmortal y sobre el mar un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella Olivia y Anna.