No se puede pretender reindustrializar España pero votar en contra de la nacionalización de Alcoa. Al menos si se quiere tener una mínima congruencia entre lo que se dice y se hace. No se puede pretender recuperar la soberanía industrial de España sin inversión pública ni Estado, a no ser que uno siga viviendo inmerso en el mito del libre mercado ajeno a lo político. O se puede, si uno se olvida de una de las lecciones más vigentes del marxismo: la economía es política, economía política, no una ciencia infusa de mercados libres que se regulan solos y funcionan armoniosamente. Tal vez convendría recordar esta lección básica de materialismo, en vez de combatir molinos en la forma de fantasmagóricas conspiraciones social-comunistas. Si uno quiere combatir la hegemonía de las élites globalistas, habría de preguntarse sobre la coherencia que tiene presentarse a unas elecciones con un programa económico abruptamente neoliberal, ofreciendo tipos planos en el IRPF, una suerte de proporcionalidad fiscal manifiestamente regresiva, mágicas rebajas fiscales para reactivar la economía pasando por el cercenamiento último de algunas figuras tributarias netamente progresivas (patrimonio o sucesiones). ¿Es que acaso todo ello no es hegemónico desde, al menos, la década de los ochenta del siglo veinte? ¿Cómo marida una aparente retórica proteccionista con la defensa del antedicho mercado libre? ¿Cómo casan las vindicaciones de una patria soberana con las defensas de un Estado mínimo como el que dibujaba Rubén Manso, hoy portavoz del grupo parlamentario de VOX en el Congreso, durante la campaña electoral? ¿Cómo ayudaría a la España que madruga el sistema mixto de pensiones - camino a uno enteramente privado - que contenía aquel programa electoral con aroma a think tank madrileño donde se reverencie a la Escuela Austríaca y sus postulados anarcoliberales? ¿Esos trabajadores a los que interpela VOX no serían condenados a la más absoluta miseria en su vejez si dependieran de una pensión dimanante de su, con frecuencia, nula capacidad de ahorro? ¿Es posible querer proteger a los trabajadores y mantener intactas las reformas laborales desregulatorias que han degradado la negociación colectiva, abaratado el despido y aquilatado un sistema económico basado en la devaluación salarial y los sueldos de miseria?
Todas estas incógnitas están suspendidas en el ambiente de la derecha española tras la moción fallida, tras la ópera bufa que, sin embargo, y a pesar de las apariencias, no terminó de tener gracia alguna para los cientos de miles de españoles afectados por el embate de la pandemia, y de una sombría erosión social y económica, especialmente lesiva, como siempre, para la clase trabajadora. VOX se debate entre ser una cosa y otra. No termina de encontrar la ligazón entre las tentaciones populistas de la derecha alternativa, su retórica proteccionista, sus automatismos trumpianos, y un programa genuinamente ortodoxo. Sus tentaciones obreristas no dejan de desafinar cuando se les añade la música desregulatoria en lo fiscal, laboral y económico. Esa música reverberaba aún con fuerza cuando Abascal presenta al mileurista español como una persona saqueada fiscalmente por el Estado. Por supuesto, no se precisa ni se dice la verdad en cuanto a los impuestos que realmente paga un trabajador con semejantes emolumentos, que son impuestos indirectos, no progresivos sino proporcionales, como el IVA, ese que ahora pretende subir el gobierno dizque progresista. No sólo se cae en la clásica demagogia libertaria confundiendo los impuestos como un todo, sin las mínimas distinciones entre fiscalidad progresiva o regresiva, sino que se denuncia al Estado como un ente chupóptero que extorsiona a los trabajadores. Acto seguido se apela al Estado-nación como dique de contención frente a una colección de enemigos, algunos reales y otros ficticios, de esa soberanía nacional. En definitiva, el batiburrillo ideológico que guiaba la moción destapa ciertas carencias de fondo en un proyecto por definir.
La respuesta de Casado fue impecable en la construcción retórica del discurso, si bien habrá que esperar a ver los efectos reales que todo eso tenga. No deja de ser alarmante que en la presunta centralidad política de España se vea con buenos ojos las citas - aunque ciertamente, poco más que las citas de los nombres, como si de una alineación de jugadores se tratase - a pensadores como Popper, Hayek o Von Mises. Haría bien en repasar el líder de la oposición los planteamientos, especialmente del último, a favor de la secesión plebiscitaria de los Estados y la privatización del territorio político. No vaya a ser que los referentes teóricos no sean, precisamente, los mejores para salvaguardar la unidad de España. Otro de los elementos llamativos es que nadie ponga en duda que el consenso centrista e institucional pase por defender de forma acrítica y cerrada tanto el sistema autonómico como la Unión Europea.
Algunos tenemos muchas dudas al respecto de ambos dogmas incontrovertibles, aunque nos parezca aberrante que las críticas a las dos realidades las capitalice un partido reaccionario como VOX: ese que apela a la España cristiana, como si la religión o las esencias identitarias fueran filtro de ciudadanía, y que en muchas ocasiones practica la estridencia patriótica al tiempo que prescribe un estrechamiento sustantivo de las funciones del Estado, como si existiera tal cosa como un patriotismo minarquista, una posible defensa de la nación con un Estado mínimo. Algo así como la imposible cuadratura del círculo: la soberanía hueca. Tampoco es especialmente halagüeño el hecho de que sea este partido el que capitalice una crítica, de nuevo mal enfocada, a la Unión Europea. Y es que el problema no es tanto la burocracia o personalidades concretas caricaturizadas como demonios con los que expiar todos los males, el problema es una configuración neoliberal del diseño del euro, con una unión monetaria que no ha venido acompañada de una verdadera integración social y de una verdadera armonización fiscal; diseño que fomenta deslocalizaciones y paraísos fiscales, políticas de profundo desequilibrio entre norte y sur, e inexistencia de verdaderas transferencias entre Estados, sustituidas por préstamos (cuando los hay, y no directamente austericidio) con una condicionalidad y letra pequeña enormemente gravosas. Ese diseño neoliberal de la unión es el verdadero problema que no se señala, lógicamente, por cuanto VOX es incapaz de desmarcarse de esas líneas ortodoxas, vacas sagradas de la política hegemónica de nuestro presente.
Y es que para desafiar la hegemonía imperante, se necesita algo más que la grandilocuencia tremendista y el trazo grueso del populismo. Si hoy un partido así puede jugar la baza nominal del obrerismo, cuando dista tanto de poder ofrecer soluciones a los enormes problemas de la clase trabajadora, ello se debe a la falta de izquierda en España. Ese espacio político está tristemente arrasado por populistas de todo pelaje, extraordinariamente esforzados en el simbolismo huero, pero inanes a la hora de hacer políticas verdaderamente trasformadoras. Mientras se para por enésima vez una amenaza fascista felizmente inexistente (de momento), se externalizan las funciones de la Inspección de Trabajo en un escándalo sin precedentes que pasa desapercibido. Y como gran medida estrella de política económica, albricias, se nos propone subir el IVA. De la derogación de la reforma laboral o de una verdadera fiscalidad progresiva, hablaremos mañana. Y así llevamos años.
Lo que parece claro e indiscutible para nuestra falsa izquierda es la necesidad de exteriorizar pactos contra el fascismo con partidos con una oscura historia, precisamente cercana a esa ideología, como ERC, o con ese maestro de silencios cómplices, el PNV, hoy acreedor de toda suerte de loas y parabienes, aunque nuestra memoria democrática nos ayude a recordar su infame traición a la II República española en Santoña. Parar al fascismo, se nos dice, con esta tropa. O con los herederos de los servicios auxiliares de ETA. Con partidos neoliberales o racistas, enemigos declarados de la igualdad, esforzados secesionistas contra el Estado. Como si uno se compromete contra el racismo de la mano del KKK. Muy razonable no parece.
Sin izquierda, el descontento social provocado por la pobreza, la precariedad y el sufrimiento de demasiados puede ser capitalizado por los reaccionarios. De ahí los movimientos de fondo dentro de VOX para reposicionarse, aunque con torpeza y con un tranquilizador exceso de farfolla. Demos gracias que ese reposicionamiento aún dista mucho de ser verosímil, y sí sea torpe, amigo de los trazos gruesos. Pero si desde la izquierda no hacemos nada, pronto será tarde.