Yo he odiado, igual que tu querido lector. En algunos momentos de nuestras vidas esa emoción ha caído sobre nuestras conciencias porque –si hay que decirlo todo- es una emoción muy humana. En algunos casos ha sido una respuesta emocional intensa de repulsa hacia algo o alguien. Entonces el odio fue aversión, enemistad, para evitar o limitar aquello que nos provocaba consecuencias negativas.
A veces venia por un trauma, otras veces por una envidia y otras por una desconfianza. Incluso pudo haber llegado por miedo hacia alguien y hasta por rechazo hacia una persona que sabíamos nos podía hacer daño. En la literatura universal el odio se describía como lo contrario al amor y al afecto. No obstante eso es algo muy subjetivo.
De ninguna manera estaba justificado puesto que no partía de una reflexión racional sino de una emoción pura como fuente. Pero el odio tenía efectos secundarios. Para empezar una permanente sensación de desagrado y de malestar se apoderaba de nosotros. En algunos casos el odio conducía a la frustración. Para algunos filósofos el odio ha tenido diversas interpretaciones.
René Descartes ha visto el odio como la conciencia de que algo estaba mal, combinada con un deseo de retirarse de él. Baruch Spinoza, definió el odio como un tipo de dolor que se debía a una causa externa. Aristóteles veía el odio como un deseo de la aniquilación de un objeto que era incurable por el tiempo. Por último, David Hume creía que el odio era un sentimiento irreductible que no era definible en absoluto. Consideraban al odio como lo opuesto al amor o amistad.
Pero Fromm se acercó más. Creía que el odio era destructivo hacia esa persona u objeto de odio. No obstante –y añado- esa destructividad o negatividad lo era también hacia uno mismo. El que destruía también se destruía. Por eso el odio no podía ser una emoción permanente. Sin renunciar a nuestra humanidad el odio es una respuesta emocional normal.
No puede reprimirse porque debemos dejar que nuestro cuerpo se manifieste. No obstante –y ahora vamos al centro de gravedad- el odio no puede quedarse para siempre. Debe ser racionalizado para superarse, ya sea a través de la reflexión sobre su origen o incluso perdonando al objeto de odio. Debemos dejar el odio atrás para que no nos destruya a nosotros. De lo contrario el odio se apoderará de nuestra vida y hará de ella una amalgama de pesares.