Aún no ha amanecido y ya está toda la calzada llena de lecheras. Han tomado la calle y no dejan entrar a nadie. Y eso que, al contrario de lo que suele ser habitual, no hay gente esperando en el portal. Ni tampoco en las escaleras. Juan Alfonso se encuentra sólo con sus ancianos progenitores que apenas son conscientes de lo que está pasando y lo que sucederá en un rato. Una vecina, cuando la vieja Edicta y su marido Medardo, le contaron que habían recibido la primera notificación de que debían abonar la deuda o el banco ejecutaría el aval de la hipoteca de su hijo, llamó a los de la PAH, que vinieron a entrevistarse con el hijo Juan Alfonso. Este los recibió con una actitud malencarada, borde, con la chulería de quién se cree mejor que su oponente. Les dijo, “aquí no pintáis nada. No quiero cerca ningún perroflauta”. Las dos mujeres que encabezaban la comitiva antidesahucios intentaron explicarle que podían ayudarle con el banco, pero él les cerró la puerta en las narices y ya nunca más volvieron.
Ahora, fumando en la terraza mientras observa como los antidisturbios toman posiciones como si vinieran a una guerra (y eso que él es un español de bien) Juan Alfonso cabila ensimismado dónde se torció todo.
Hace doce años, Sito, como le han llamado en casa desde que era niño, tenía un buen trabajo. Era informático de un grupo empresarial que, entre otras cosas, edita uno de los grandes diarios y llegó a hacerse con la cabecera de la revista del corazón más prestigiosa del país. Ganaba un sueldo de casi tres mil euros y estaba casado con Patricia. Ambos vivían en un buen piso del barrio de San Blas, que al perecer se les quedó fuera de su nivel social y optaron por mudarse a un chalet adosado, con sólo 15 metros cuadrados más que su piso de la calle del General Aranaz, pero situado en una zona más chic. Pero Patricia sólo trabajaba en casa y a pesar de haber vendido el piso por un precio elevado, la letra del préstamo hipotecario del nuevo chalet suponía mil cien euros al mes durante cuarenta años. El banco hizo sus cábalas y les comunicó que no habría hipoteca sin avalistas. Así que Sito que siempre se creyó un tipo que había nacido de pie y con una flor en el culo, a pesar de no haber acabado el instituto, pensó que, si entonces ya ganaba dos mil ochocientos euros, mal se tenía que dar la cosa para no elevar esa cantidad con los años. Y habló con sus padres y les convenció para que firmaran como avalistas poniendo como garantía su vivienda de toda la vida en la calle Laviana.
A Juan Alfonso nunca le gustó su barrio. Los pobres le dan alergia y siempre creyó que cada uno tiene lo que se merece. Él, era la demostración palpable de esa teoría. A los quince años dejó el instituto y se puso a trabajar en una droguería como chico de los recados. En dos años, había cambiado a aprendiz de artes gráficas gracias a la amistad que hizo con el hijo de uno de los clientes de la droguería. Cuando pudo, se compró un ordenador y aprendió tanto el manejo como el funcionamiento. Eran los primeros años noventa. Eso le llevó a hacerse, con el cambio de las linotipias por offset hasta ser el responsable informático de la imprenta y de ahí, cuando esta quebró, al grupo PROST como jefe de mantenimiento informático. A pesar de no tener estudios, de no gustarle la lectura y de darle alergia cualquier tipo de cultura que no fuera informática o de impresión, siempre se ha considerado una persona de clase social alta. Dice ser apolítico, pero nunca quiso que su mujer trabajara fuera de casa. Fregar, barrer, limpiar y los críos son cosas de mujeres y su misión en la vida es llevar el sustento a casa. Cuando se mudaron al chalet, contrataron una asistenta por horas. Por supuesto no española, a la que pagaban a 3 euros la hora y a la que descontaban del salario todo lo que se rompiera accidentalmente. Le duraban poco y él siempre decía que la gente es que no quiere trabajar.
Cuatro años después de comprar el adosado, el grupo PROST entró en crisis. Dos año después habían echado a la calle a casi mil trabajadores. Entre ellos Juan Alfonso. Se acabó la asistenta, el colegio de pago de su retoño y Patricia se tuvo que poner a trabajar. Juan Alfonso sólo buscaba trabajo en lo suyo y sin estudios, nadie le quería. Otras ofertas en las que se trabajaba 50 horas semanales por 1000 euros le parecían indignantes (pero seguía pensando que los demás si no trabajan, es porque no quieren). La situación en casa se volvió tensa. Ocho meses después, el matrimonio se dio un tiempo y Sito volvió a casa de sus padres. El banco les acabó embargando la casa que con la crisis, apenas si se valoró en la mitad de lo que les costó, por lo que acabaron tirando de los avalistas.
No ha querido buscar soluciones. Sus padres sospechan algo, pero desde la primera notificación de embargo, Juan Alfonso se ha encargado de ocultarles todas las demás.
Se ha acabado el cigarro. Mientras los policías toman posiciones en el portal y llega el secretario judicial, un golpe seco retumba en la acera. Dos policías tienen restos de sangre en el casco y en los pantalones. El cuerpo tendido de Juan Alfonso evita que hoy, sus padres se queden en la calle.
*****
ósmosis
Durante dos días, los medios de manipulación de masas que se autodenominan medios de comunicación y dan lecciones sobre los fakes de internet y el peligro de la desinformación (como si el zorro nos advirtiera sobre el peligro de que el gavilán se coma las gallinas), estuvieron machacando al personal para que empatizara con unos señoros ricos, que aburridos de todo, necesitaron meterse en un cacharro cuya fiabilidad sólo estaba en la palabra del «inventor» del negocio, para vivir la experiencia de visitar el fondo del mar y los restos del Titanic. Durante dos días, la inmensidad de los componentes del #idioceno dedicaron horas en las redes sociales compadeciéndose de los pobres millonarios que iban a morir por falta de aire. Y es en estas redes, leyendo comentarios, es dónde te das cuenta de dos cosas: que la ignorancia es infinita y que el manejo de la actualidad por los medios de comunicación no sólo ejerce de palo y zanahoria, sino que provoca que la masa sienta más cercanos a cinco millonarios excéntricosque a los 1.800 migrantes muertos en el Mediterráneo en lo que va de año, o los 37 muertos, entre ellos dos niños, frente a las costas de Canarias en esos últimos dos días. Que a la plebe le indigna que no haya solución para cinco excéntricos a pesar de dedicarle cuatro buques, diez helicópteros y miles de dólares en el rescate, pero se la pela que los pobres que murieron en Canarias llevaran 24 horas suplicando rescate sin que nadie se pusiera manos a la obra.
Y aquí es donde está el vértice que reflexiona la luz de este prisma social. Que alguien con un salario alrededor de mil euros que vive de alquiler o en casa de sus padres o incluso que alguien con unos ingresos de dos mil euros, una hipoteca de seiscientos, dos hijos y un trabajo por cuenta ajena se sienta más cercano a un millonario que se gasta en un viaje de «ya no saber que hacer para tener vivencias exclusivas» lo que tú no vas a poder acumular en tu puñetera vida trabajando; que a un pobre subsahariano que se juega la vida y los ahorros del futuro en atravesar el desierto africano en busca de una vida de subsistencia, para acabar en una patera que posiblemente naufrague en medio del mar, no sólo es indecente sino lejano a cualquier atisbo de realidad. En este periodo de #idioceno en el que hemos consentido vivir, es más fácil que te acabe sucediendo lo que al protagonista de la historia del comienzo de este artículo, a que puedas disfrutar, aunque sea solamente una vez en la vida, de un placentero viaje en un yate privado por el Mediterráneo. Es más probable que acabes viviendo debajo de un puente, que en una mansión con tres baños en una urbanización de clase media.
Y con ese pensamiento generalizado de sentirse más cercano a la exclusividad de la riqueza que a la generalidad de la miseria, es absolutamente inútil apelar a la ciencia, a los hechos, a los incumplimientos de programa o a los destrozos de lo público, o de los derechos laborales o a la muerte por inasistencia de ancianos, para intentar hacer entrar en razón a la masa y que deje de apostar en las urnas por todos aquellos que nos hacen cada día menos libres, más esclavos y más precarios. España se parece demasiado a una corrida de toros dónde el torero es el preboste político o empresario; el toro, el pueblo; y el capote la bandera y la nación, y aquí, se entra al trapo de la bandera y la nación aunque con ello sigan clavándote banderillas y el picador su puya. Y el toro, osea nosotros, en lugar de cornear al torero y su cuadrillas, embestimos sobre un trapo de colores o un sentimiento territorial que hoy es así y mañana puede ser de otra forma. Ahí tienen ustedes el caso de Torrelodones. Hace 8 años, hartos de corrupción, eligieron a una ciudadana de la calle como alcaldesa. Una corporación que terminó con los derroches, los asesores y que acabó con los números rojos de la corporación. Ocho años después, la gente ha vuelto a elegir a los mangantes de los amigos, las comisiones, los desmanes y el despilfarro de lo público.
En este #idioceno en el que hemos consentido que la coyuntura sea precaria, parece mentira pero el pobre ni se plantea quién es el culpable de su indigencia, porque los que han provocado que el escudo social sea cada vez más un recuerdo lejano, quién plantea ya sin pudor y sin careta que la sanidad universal es un lujo que no podemos permitirnos, ha conseguido en la individualidad, el egocentrismo y en la apatía social, que el relato sea que los pobres crean que pertenecen a la clase media y que pueda más un sentimiento individual etéreo como la nación o la bandera que los derechos colectivos como los laborales, los sociales o la educación y/ o la sanidad universal. Y de eso, es también culpable una pseudoizquierda que se comporta igual que la derecha porque sólo son muletas del Régimen establecido en el 39 maquillado de democracia.
Todos estamos en peligro mientras no seamos capaces de asumir que el futuro es mañana y no un punto lejano en la eternidad, que la economía sólo es un magufo del capitalismo, que el crecimiento eterno es imposible y que el PIB sólo muestra la cantidad de riqueza del 1 % y no el bienestar del otro 99 %. Que el agua es ya un bien escaso (en Francia Macron acaba de prohibir una asociación ecologista que lucha, entre otras muchas cosas, porque el agua no pueda privatizarse) y que lo único que se pretende al negar el derecho universal a la sanidad, al acceso al agua potable o a la supervivencia humana, es que quiénes no puedan aportar nada a la riqueza de ese 1 %, desaparezcan de la faz de la tierra.
Vivimos en una sociedad egoísta que se identifica con un mundo lateral de telefilmes que, como la droga, te lleva a mundos irreales en los que los problemas son pasajeros y los finales felices. Un mundo en el que los sufrimientos permanentes diarios son compensados con el rato efímero de la caña y la terraza, el Burguer King o la hora nocturna de Netflix. Un mundo en el que las mascotas sustituyen a la familia, los conocidos virtuales a los amigos reales y la ilusión individual por la realidad social. Así, intentar ridiculizar a los García Margallos, Abascales, Feijoos o Borreles de la vida es como intentar vender un bosque en plena plaza de la Puerta Cerrada en Écija un 18 de julio a las cuatro de la tarde. Porque probablemente con ese calor, lo que necesita el paseante es bajar la temperatura, pero el individuo lo quiere es buscar una sombra lo más inmediata posible, aunque no sea consciente de que a los dos minutos de estar bajo ella, va a seguir sudando como un cerdo.
Si no somos capaces de llegar a concienciarnos de que la única solución es el decrecimiento controlado y que para ello, si no queremos ser de los que no tengan sitio en la tierra, la forma de hacerlo es mediante el reparto solidario de bienes y recursos, acabaremos mal. Porque, una vez más hay que insistir en que el decrecimiento es irreversible y que, si lo hace el capitalismo especulativo e insolidario, sobraremos más de cinco mil millones de seres humanos. Y si esa reducción se hace a base de hambre, penuria e insolidaridad, es muy posible que en el camino además, estemos dejando el planeta como un erial inhabitable.
Intentar advertir a la plebe del peligro de la extrema derecha, cuando la derecha extrema ya está instalada, no sólo en España, sino en todo el imperio, es como advertir al rebaño que el águila sobrevuela cuando el zorro está ya dentro de la tenada. Si queremos combatir este fascismo que se está imponiendo, el camino es la lucha cara a cara y no depositar un voto y esperar que el mal menor nos consuele para poder seguir en nuestra penosa comodidad de Netflix, las cañas y el mucolítico del odio en las redes sociales.
Salud, feminismo, ecología, decrecimiento, república y más escuelas públicas y laicas.