
Atribuida a Margaret THATCHER, no existe a estas alturas método válido capaz de garantizar a ciencia cierta qué hay de correcto en tal atribución; aunque si de algo sirve mi opinión personal, el porcentaje de acierto que la misma presenta a la hora de describir con precisión el estado de las cosas propio de un tiempo que, lógicamente, se encontraba muy lejos del que habría de resultar propio para la protagonista, me lleva a darte cierto viso de verosimilitud.Un tiempo, nuestro tiempo, en el que no sólo los miedos propios de la que fuera Líder del Partido Conservador y Unionista parecen haber cristalizado, sino que los mismos bien pueden haberse tornado en heraldos de otras muchas, y a la postre superiores, desgracias.Propios de un tiempo vacuo, en el que el valor del concepto supera al de la esencia, un tiempo en el que las características más soeces del Relativismo han aupado a los Sofistas hasta el Partenón; la sociedad asiste, una vez más, hipnotizada, a la enésima representación de una obra teatral cuando no circense de cuya premier Sócrates ya fue testigo, a la vista de las consabidas y nutridas crónicas que al respecto nos legó.Si bien puede parecer que el salto temporal difumina en parte la esencia de lo contemporizado, bastará no obstante con llevar a cabo un somero ejercicio de ordenación cuyo logro se substancie en separar el grano de la paja, logrando entonces configurar un modelo de la realidad que contenga, en la medida de lo posible, los componentes llamados a ser tenidos por imprescindibles. Entonces, como ahora, y como habría de suceder en cualquier otro momento de la Historia digamos desde que el Hombre es Hombre, es a la sazón la predominancia del propio Hombre lo que dota de rigor a todo el desarrollo.Sin embargo, un detalle marca la diferencia, erigiéndose a la par en capital, un detalle que torna en revolucionario, y vuelve contemporáneo al nuestro al tiempo que fue propio a Sócrates, y que conviene ir desvelando: El Hombre de Sócrates, y el nuestro, es por primera vez un Hombre eminentemente Político.Se vertebra la esencia del hacer político en un procedimiento complicado que bien puede resumirse en el que va de identificar las demandas de los integrantes de una comunidad, hasta lograr la puesta en marcha de las medidas destinadas a satisfacer tales demandas. Sin embargo esta lectura resulta ingenua, o incluso desleal, desde el momento en el que constatamos históricamente hasta qué punto y a menudo, el pueblo como tal no sólo no es capaz de saber qué desea.Puede parecer una reflexión vacua. Pero si nos detenemos un instante sobre ella bien podría resultar a título de corolario la certeza esgrimida por tantos a la hora primero de justificar, para luego llegar a imponer, la existencia de representantes políticos entendidos éstos como los destinados a interpretar, en nombre de los que no están capacitados para hacerlo, los procedimientos dirimidos en aquellas consideraciones en las que la tradición consuetudinaria, los usos y costumbres, han dejado de ser útiles.Las consecuencias de tal razonamiento son sobradamente conocidas, pues la lectura de la Historia nos ofrece un nutrido catálogo de las mismas, y de las derivadas que resultan propias. Mas si nos detenemos precisamente en una de estas derivadas, podremos comprobar hasta qué punto los efectos del drama que para el proceder democrático supone la eclosión de tales consideraciones se encuentra precisamente en el hecho de comprobar cómo un Caballo de Troya logra introducirse allí donde nada ni nadie logró antes hacerlo; en la línea medular que une nuestro componente emotivo, con nuestro componente racional, provocando entre ellos y de manera tan consciente como intencionada, un conflicto.Porque efectivamente, y en última instancia, de eso se trata. De provocar un enfrentamiento que visto desde el punto de vista individual, en el que aparentemente sólo combaten la tendencia racional contra la disposición emotiva; bastará una ligera interpretación para alcanzar cotas diferentes a saber, las que permitan extrapolar tales resultados a procedimientos de carácter más social.En otras palabras, el conflicto en el que actualmente nos encontramos inmersos, y del que la falta de perspectiva nos impide tener una visión plena responde, como no puede ser de otra manera, a la enésima representación de esa coreografía tantas y tantas veces escenificada, en la que el denominador común no es sino el Hombre, ataviado con sus virtudes y defectos, con sus certezas y sus dudas; y que en esta ocasión, y como novedad resultante de ese proceso reconocido como evolución, presenta ahora la variación emotiva como estandarte de la que está destinada a ser la enésima revolución.Aristóteles ya ubicó en el corazón la morada donde habría de residir la fuerza de los destinados a servir a la polis como guerreros y lo que es más, anunció también el enfrentamiento entre éstos, y los que haciendo uso de la Razón, optarían a la misma gloria.El enfrentamiento es a todas luces inevitable. Que cada uno se posicione.
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