Estaba viendo ayer Euronews y asistí a la entrevista que una joven locutora le hacía al venerable líder de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas (87 años). La profesional parecía bastante escéptica sobre las posibilidades de ver algún día un Estado palestino y cuando apretó un poco el pedal y pidió detalles de quién podría estar detrás del proceso, el líder palestino dijo sin dudar y como sin dar importancia a la cosa. “España”. Casi me caigo de la silla. Verdad es que siempre hemos tenido buenas relaciones con los palestinos y que ya en octubre del 2023 el Sr. Abbas se encontró con Pedro Sánchez en la Cumbre del Cairo por la paz. Pero ese tipo de gestos me pilla ya algo mayor y tengo cierta tendencia al escepticismo tomasiano, ya saben, meter la mano en la herida para creer que la herida existe.
¡Vaya si existe! Y el Ministro Albares va a Washington a dar explicaciones. Esto de Palestina hay que explicarlo un poco. A los EEUU no se les cae de la boca la afirmación de que desean dos Estados, algo previsto desde 1948 y la fundación del Estado de Israel. Es comprensible que la negativa árabe a reconocer a Israel diese argumentos a este país para no embarcarse en el cumplimiento de la legalidad internacional. Pero a partir del proceso de Oslo de 1994, el no cumplir con la resolución fundadora del Estado de Israel y del Estado judío convierte al Estado de Israel en potencia ocupante. Lo que es peor. Ocupante beligerante cuyos actos se rigen por la 4 Convención de Ginebra, ratificada por Israel en 1951.
Ella proclama que el ocupado está obligado a cumplir con las leyes de la guerra cuando inicie hostilidades sin más requisito que hacerlo a través de un grupo de liberación reconocido y llevar sus armas bien visibles. En cuanto a la potencia ocupante, en ninguna parte se habla de legítima defensa, lo que es coherente con su status de ocupante beligerante y también le son de aplicación las leyes generales de la guerra, de las que destaco dos especialmente aplicables a este caso. No usar el hambre ni la sed como armas, ni tampoco las transferencias de población. Y digo esto último porque ha habido profesionales que han acusado a Egipto de provocar la desgracia palestina al no admitir habitantes de Gaza en su territorio. Es obvio que reconocer al Estado de Palestina es la primera condición para que haya dos Estados y podamos empezar a hablar de paz en tan atribulado territorio. El curso legal es conocido. Según el Art. 4 de la Carta lo propone la Asamblea General tras la solicitud del Consejo de Seguridad y la Asamblea ha de aprobarlo por mayoría de dos terceras partes. Y aquí viene la sorpresa.
El país que defiende los dos Estados y que facilita a Israel las armas con las que infringe normas elementales de Derecho Internacional Público, los EEUU, se atreve a vetar la resolución del reconocimiento, apoyado por su socio, el Reino Unido, que se abstiene. Vistos los hechos, la Asamblea ha convocado una reunión de urgencia para volver a intentarlo. Aclaremos que no se trata de hacer de Palestina un miembro con todos los derechos (algo que espanta a China por Taiwan, y a Serbia por Kosovo). Podrá dar un paso adelante y formar parte de comités, aunque no votar en la Asamblea, y la resolución aclara que la decisión es excepcional y no crea precedente. Entre tanto, Israel sigue en sus trece de entrar en Gaza como el caballo de Atila, lo que ha de provocar todavía mas muertos que los 38.000 que ya lleva, y los USA se han negado, por primera vez, a facilitarle más armas. No puedo pasar por alto dos extravagancias. La primera, la justificación de Netanyahu para infringir las leyes de la guerra: el mandato de Yahvé a Saul para arrasar toda forma de vida en su campaña contra los amalakitas. (¿¿¿???). Y la otra, tampoco menor, acusar a los estudiantes que se manifiestan contra la vesania de Israel, de antisemitas. Yo no sé si se dan cuenta de la barbaridad que están cometiendo. Al identificar cuerpo espiritual judío y cuerpo político estatal y defender la impunidad de tal Estado, justifican a los que niegan el derecho de los judíos a tener un Estado propio y, todavía peor, convierten al antisemitismo en algo debatible, puesto que afecta al juicio sobre políticas de un Estado. Y eso no puede ser de ninguna manera. El antisemitismo es un mal atroz y debe de perseguirse en toda sociedad civilizada. Claro, que por definición no se refiere al Estado creado por el sionismo, sino al pueblo judío, a ese cuerpo espiritual que suma afectos, tradiciones, convicciones y mitos y que por serlo es impune y protegido. Esto último, obligado por el curso salvaje que hemos seguido con ellos desde que se constituyó el primer estado occidental, y estoy hablando del Reino visigodo, el nuestro.
Cuidado con este apartado porque de consagrarse el principio-antisemitismo es lo mismo que criticar al Estado de Israe-l, se cruza la raya roja entre lo espiritual y lo político el tsunami de antisemitismo que prepara va a dejar chiquito al que se vio en el pasado y, lo que es peor, tendrá justificación. Como muy bien lo ha dicho el Canciller alemán Olaf Scholz, la existencia del Estado de Israel es clave para la definición de la República Federal, pero también lo es el cumplimiento del Derecho Internacional, afirmación que resume el dilema en el que estamos. El sionismo solo puede serlo y sobrevivir si el Estado de Israel se ajusta a las exigencias que encuadran todos los Estados. Claro que un comentarista del New York Times, Brett Stephens, ha atacado ayer mismo la decisión americana de negar armas a Israel y la acusa de dar la razón al terrorismo (de Hamás, se entiende).
Sinceramente, no sé cómo pueda defenderse tan cosa después de haber leído algunos textos elementales sobre el derecho de guerra. En fin, hay opiniones para todos los gustos. Pues yo, desde este modesto rincón de Occidente, con pocas esperanzas de que prevalezca la razón, defendida por nombres tan ilustres como los de Stephen Walt o Jeffrey Sachs en la Academia o por líderes morales incontestables como lo son los judíos supervivientes del Holocausto que han honrado las calles de Londres con banderas palestinas, o los chicos judíos que con filacterias y kippa han rezado en la calle al lado de musulmanes o los miles de estudiantes que se ha tirado a la calle a defender lo evidente, o a esa heroína artista, Ruth Patir (¿por qué no Judith?) que se ha negado a abrir el pabellón de Israel en la Bienal de Venecia mientras su país siga bombardeando mujeres y niños, sí, yo mismo, nada entre dos platos, escucho perplejo e incrédulo que mi país, la vieja España que fue Sefarad y Al Andalus, vuelve por sus fueros. Me refiero a las contradicciones que la esmaltan.
La patria que dio al mundo la primera Monarquía Universal ejemplarmente funcionante terminó por ser un reñidero de gallos en su propia casa. Todavía a mediados del S. XX presentaba unos índices de analfabetismo tercermundistas, siendo así que el español fue la primera lengua en tener gramática y hasta Diccionario, obra de un cura solitario, Covarrubias. Podría seguir páginas y páginas. Diré solo que fuimos tras Francia el primer país que se constituyó en Estado soberano con un sacrificio en vidas que solo es comparable al de Rusia en las “tierras de sangre” que ha descrito Tim Snyder y, sin embargo, hoy ese sustantivo, España, se ha convertido poco menos que en sacrílego a ojos, precisamente, de la izquierda que debería de sentirse heredera de tal sacrifico colectivo de humildes y pobres. En fin, lo cierto es que hemos vuelto a contradecirnos y pasamos a ocupar un lugar de privilegio en la geopolítica del mundo, y sobre todo, en la conciencia moral de la humanidad. Yo califiqué a esta administración de guerracivilista, y lo sostengo. Pero en punto a Palestina ha colocado a España en un raro lugar de vanguardia.
Nada me gusta más que decir que algo me gusta, y ya en el campo de la política exterior había perdido la costumbre, si es que la tuve alguna vez. Hace muchos años que no veo nada en España ni en Europa ni en Occidente nada ni remotamente parecido y es con gran alivio y hasta con orgullo que lo digo: muchas gracias.