Nosotros, los hijos de la abundancia, no sabemos bien lo importante que es el pan, lo que representa un pan sobre la mesa ni la expresión <compartir el pan>.
Pero si falta el pan todo se viene abajo, los grandes motines de la historia tuvieron por causa su carencia. Estamos viviendo malos tiempos, se están precipitando los acontecimientos tan rápido, estamos cambiando a peor con tanta velocidad que la vida, intervenida por los medios, la guerra y las decisiones extravagantes de nuestros mandatarios, se va tornando un mar donde no dan los brazos para tratar de llegar a la orilla.
Cada día perdemos más riqueza, más derechos -individuales y colectivos-, más futuro, y siempre tras cada decisión opresiva escuchamos una excusa para ejecutar el corte diciendo que es por nuestro bien y dirigiendo la culpa a donde convenga.
Pero el pan, tocar lo sagrado (que es el pan y nuestros muertos) puede ser el final de una época de estupidez sin límite.
Está levantada parte de la sociedad que ya no tiene fe en los gobernantes y otra parte apoya al gobierno casi con los ojos ciegos, no obstante las dificultades económicas crecen y crecen para todos día a día. Y como la soberanía nacional la tenemos sangrantemente seccionada entre organismos supranacionales, compradores de deuda, y gobiernos, en el fondo ya no sabemos a quién debemos reclamar, quién es el verdadero responsable de según qué decisiones.
Sin embargo, mientras los ideales democráticos han muerto en la práctica, la palabra líder -en mi opinión la más aborrecible del mundo- se agiganta. Los líderes -sean de los distintos gobiernos, de grandes fundaciones globales, de las grandes empresas u organismos supranacionales- están siendo ensalzados, hablan con el dedo señalando, se sienten fuertes, se sienten unidos, se sienten respaldados.
El pan ya va faltando -hay muchas dudas ante la próxima cosecha-, y esto nos hace recordar que hubo una época, al principio de nuestra inclusión en la Unión Europea en la que echamos a perder la producción de cereales, de leche, de carne de vacuno, de frutas…, decían que había excedente de producción en Europa y teníamos que ceñirnos a unos cupos, ¿cupos en un mercado global y por eso importábamos de otros países los mismos productos? Nosotros callamos, ¿por eso había hambre en el mundo y era necesario dejar de producir? Volvimos a callar. ¿Alguien pensó que las subvenciones al campo para dejarlos yertos eran por nuestro bien? Muy barato salió nuestro silencio. Y ahora hay que pedir permiso a Europa para aumentar la tierra cultivable, es preciso salir de este sin sentido y traer la cordura al mundo. Demasiado tarde vienen las protestas.
Mi madre, como todas las madres de ayer, no tiraba nunca el pan y no dejaba que lo tiráramos nosotros. Ahora que empieza a escasear, que los productos van faltando en los supermercados, que amenazan con intervenir de nuevo nuestras vidas, nuestra cotidianidad con normas represoras, recuerdo ese gesto protector del mundo, protector de la prole, de la historia y de los muertos que es tener el pan bien guardado y no tirarlo nunca.
Necesitamos pan y futuro y sólo nos lo podemos dar nosotros mismos.