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Parábola del niño gruñidor

02 de Enero de 2025
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Parábola del niño gruñidor

Muchas veces me tiene contadas mi tío esta anécdota sucedida hace muchos años en una visita de cumplido. Visitaba, en compañía de mi tía, a un matrimonio con un niño de muy corta edad. El padre del niño estaba tan encantado, tan absolutamente cautivado, maravillado y entusiasmado con su pequeño retoño, que no dejaba de decir una y otra vez lo listo, lo dispuesto, lo espabilado, lo vivo e inteligente que era. Y a pesar de que el niño no hablaba ni sola una palabra, apenas  articulaba algunos sonidos más cercanos a los gruñidos que a las palabras, el padre, para impresionar a la visita, empezó a preguntarle cosas al niño, como si éste entendiera la pregunta y pudiera contestar algo con algún sentido. Le preguntó, entre otras cosas, cuántos años tenía, a lo que el niño le respondió con un gruñido, que el padre tradujo inmediatamente por “un año”. Mi tío asentía a las “respuestas” con una leve sonrisa de compromiso cada vez más forzada. Después el padre le tocó la oreja al niño y le preguntó qué era eso y cuántas tenía. El niño emitió el mismo sonido, y el padre aseguró que había dicho oreja, y que tenía dos, lo que hizo que mi tío empezara a mosquearse ante el disparate, el bochornoso espectáculo de un padre que había perdido la cabeza por su niño gruñidor. El mosqueo fue creciendo cuando mi tío empezó a sospechar que aquel hombre le estaba tomando el pelo.

Siguió la “exhibición” con otras preguntas que invariablemente eran respondidas con un gruñido más o menos idéntico por parte del niño, seguido de la correspondiente traducción del padre. Mi tío fue mosqueándose cada vez más hasta que, en un momento dado, el padre le preguntó al niño que dónde tenía la boca, qué por donde comía, a la que el niño emitió su habitual gruñido mientras se señalaba de forma clara y ostensible el culo. El padre, esbozando una gran sonrisa de satisfacción, dijo que el niño había dicho “por la boca”. A lo que mi tío, perdida toda compostura, ya fuera de sí, se levantó y dijo a voz en grito que ¡de eso nada! que el niño se había señalado el culo. “¡Ha dicho que por el culo!” gritó mi tío con todas sus fuerzas mientras, seguido por mi tía, se encaminaba a buen paso hacia  la puerta de la calle. Y salieron a la calle y estuvieron paseando un buen rato sin decir nada hasta que, poco a poco, a mi tío se fue pasando el cabreo.

Recordé esta vieja anécdota al leer la ya clásica columna dominical de mi admirado Manuel Vicent del pasado 22 de Diciembre. En ella señalaba que no le parecían bien los actos que el gobierno socialista había preparado para el año 2025, donde se cumplían 50 años de la muerte de Franco. Consideraba que eso suponía “ volver a manosear su nombre cuando la mayoría de los españoles no conocieron al dictador y quienes saben cómo se las gastaba, salvo una minoría de nostálgicos, lo tienen olvidado o les importa un comino. Para cargarse más de razón, Vicent argumentó que “El gobierno socialista debería saber que basta con que se le nombre, bien o mal, para que Franco exista”. Y añade que “eso es lo que quiere  la extrema derecha, que el dictador salga de la tumba”. Y advierte del peligro de que “las redes, desde el anonimato, podrían unirse a esa gran charca de mierda en que se ha convertido la política española, ahora de nuevo con Franco en la disputa tabernaria”.

Nunca hubiera creído que alguna vez no estaría totalmente de acuerdo con sus siempre, más que acertados, lúcidos y agudos análisis de mi querido maestro Manuel Vicent. Pero tengo que discrepar de su opinión al oír las declaraciones en el Congreso de los Diputados de un tal Manuel Mariscal  diputado de Vox diciendo con total desfachatez, como suele ser habitual en los miembros de esta formación, que “gracias a las redes sociales “muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la Guerra Civil no fue una época oscura, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. Con estas alucinantes declaraciones,  o mejor cabría decir “regüeldos”, emitidos en sede parlamentaria, para más desvergüenza, este impresentable personaje, este  mentiroso patológico  intentó lavar,   blanquear, engañar a la ciudadanía vendiendo como “una época de progreso y reconciliación” la que fue la etapa más oscura de nuestra historia reciente. Una terrible época bajo el franquismo, un régimen tiránico, criminal y asesino;  una de las más atroces dictaduras del pasado siglo. Una época siniestra donde  todo abuso, atropello, cacicada, injusticia, crimen y brutalidad tuvo en ella su asiento.

No hace falta decir, pero después de oír a este energúmeno es necesario hacerlo, que la etapa posterior a la Guerra Civil, desatada tras el golpe de Estado fascista contra el legítimo gobierno de La República, no fue una época de reconstrucción, progreso y reconciliación sino, todo lo contrario: en aquella época se multiplicaron por todo el territorio nacional las cárceles para encerrar a los centenares de miles de vencidos de la guerra que no pudieron escapar o esconderse. Y cada día  fueron torturados y ejecutados cientos de estos  ciudadanos y ciudadanas, cuyo “delito” fue permanecer fieles, leales a la República, defendiéndola de la agresión fascista. Un fascismo que, además de asesinar a decenas de miles de personas que se resistieron a someterse a su salvaje despotismo, a su tiranía impuesta a sangre y fuego, aniquiló a conciencia todo vestigio del formidable legado cultural republicano, su laicismo, su apuesta por la instrucción pública construyendo miles de escuelas. Del afán de la República por instruir a la población da fe el dato de que en los pocos años  que duró la República, hasta que los terratenientes, los banqueros y las altas jerarquías de la Iglesia decidieron acabar con ella, se construyeron más escuelas que en los 250 años anteriores.

Se pueden dar miles de razones que desmienten las falsas, las repugnantes afirmaciones del diputado Mariscal, pero basta con decir que medio siglo después de la muerte del dictador, todavía permanecen a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, cientos de fosas comunes con miles y miles de  asesinados dentro. El segundo país con más fosas comunes después de Camboya. Esto también es “Marca España”, pero en negativo. Seguimos esperando alguna iniciativa para acabar con ese espantoso récord, esta “medalla de plata” de la indignidad, de la ignominia mundial.

De la ultraderecha puede esperarse cualquier cosa, cualquier mentira, no importa la gravedad ni el calibre de ésta. Su ideología de odio y su clamoroso desprecio por los derechos y las libertades; y por  la misma democracia, de la que se sirve y que, sin dudarlo, acabaría con ella si llegara al poder.

De lo que no puede esperarse tal cosa es de un partido conservador, homologable al resto de partidos conservadores europeos, como es el Partido Popular, cuyo máximo dirigente ha mantenido una inhumana indiferencia hacia el sufrimiento y el heroísmo de quienes lucharon contra un régimen que no solo no movió un dedo   hacia reconciliación alguna, sino que no dejó ni un solo día de celebrar, de festejar, de humillar y  “restregar” su derrota a los vencidos; de glorificar su victoria en la Guerra Civil; así como tampoco dejó de torturar y asesinar hasta más allá de la muerte del tirano. También dice Núñez Feijóo cosas tan repugnantes, tan odiosas como que  “el pasado le da mucha pereza” y que “la izquierda es tan retrógrada que se muere de nostalgia por los años cuarenta,cincuenta, sesenta y setenta”. Sobre estas indecentes afirmaciones de Núñez Feijóo, dice Antonio Muñoz Molina: “Se ve que la izquierda añora las cárceles, los juicios sumarísimos, las condenas sin misericordia, la persecución, el despojo de los bienes y de los puestos de trabajo, las torturas, las cabezas rapadas, la pérdida de todos los derechos, incluyendo el derecho a la vida”. También suscribo la afirmación de Muñoz Molina de que, salvo la deshonrosa excepción del Partido Popular, no hay en toda Europa partidos conservadores que sean hostiles al recuerdo de los horrores de las dictaduras y que se nieguen a honrar a sus víctimas. 

En Madrid, en lo que fue la Dirección General de Seguridad, ahora sede del gobierno regional, los actuales dirigentes de la Comunidad de Madrid, con la impresentable Ayuso a la cabeza, se niegan a poner ninguna placa de recuerdo a toda la gente que luchó por la democracia, por los derechos y las libertades que ahora tenemos. Y que allí, en ese mismo lugar, sufrieron todo tipo de torturas y vejaciones, cuando no asesinatos, por enfrentarse valientemente a la tiranía franquista. Una gente admirable, a la que nunca agradeceremos bastante su generosidad, su entrega, su heroísmo. Unos incansables luchadores por la libertad, por los derechos que ahora disfrutamos, sin pararnos a pensar ni por un momento de donde vinieron; una gente valiente, heroica, indomable, que fue detenida y  llevada a este siniestro lugar donde fue torturada y en ocasiones asesinada.  Los dirigentes regionales ya han dicho que no permitirán que el edificio sea designado como “lugar de la memoria democrática” ni que sea usado el próximo año para ningún acto conmemorativo. “Pero, dice Muñoz Molina, cuando más niegan, borran, ignoran, desprecian, más revelan sin darse cuenta la fealdad de lo que son”.

Como puede verse, no solo la ultraderecha, también un partido conservador, teóricamente una derecha civilizada como el PP, a través de sus poderosos medios de comunicación, por no decir medios de propaganda, la llamada “caverna mediática”, intenta desesperadamente blanquear el franquismo, suavizarlo al máximo quitándole  todo el hierro posible, inventando un relato que poco o nada tuvo que ver con lo que realmente pasó. La historia real, la escrita por prestigiosos historiadores nacionales y extranjeros, no deja lugar a dudas de que la dictadura que surgió tras el golpe de Estado del 36, y la posterior Guerra Civil, nunca, jamás, muy al contrario, movió un dedo por la reconstrucción, el progreso y la reconciliación.

Ahora, como aquel padre cegado por el amor a su hijo, nos quieren convencer de lo que no tiene ni pies ni cabeza; vender el relato de  lo que nunca fue, lo que nunca ocurrió. Quieren convertir la mentira en verdad. Para evitar que la ultraderecha, y los sectores más  extremistas, más intolerantes, más exaltados del PP, sigan ganando terreno, todos los que nos llamamos demócratas tenemos la responsabilidad de defender la verdad, la justicia, la  memoria y la reparación de los que dieron su vida por esta democracia que, con todos sus defectos, todavía disfrutamos. Y, por supuesto, estar muy atentos para distinguir con toda claridad las palabras de los gruñidos.  Unos gruñidos que no solo no dejarán de oírse, sino cada vez se oirán más  en estos malos tiempos de ultraderechas populistas que no dejan de extenderse por todas partes. Una peligrosa  ideología del odio que va de la mano del neoliberalismo más radical, más salvaje, y que ya está adquiriendo proporciones de pandemia. 

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