En una reciente entrevista, Elena Benarroch, la conocida diseñadora ya retirada, de origen judío sefardí, ante la pregunta de si ha percibido un repunte del antisemitismo responde que “por supuesto, y es aterrador. A la gente se le ha olvidado el Holocausto y lo que pasó el 7 de octubre de 2023”. Y recuerda que “hay 137 rehenes en manos de Hamás”. Cuando la periodista le pregunta: ¿qué siente cuando ve las imágenes en Gaza? Benarroch primero afirma que “siente horror, como en toda guerra” y que “ambas partes están jodidas”. “Pero, añade para dejar las cosas claras, una cosa no quita la otra, no se puede obviar la evidencia: como no eliminen a Hamás, corre peligro el mundo entero, no solo Israel”. Por sus palabras, la señora Benarroch no siente el horror que dice sentir “como en toda guerra”, si lo sintiera pediría inmediatamente detener el genocidio con todas las letras que Israel está cometiendo contra el pueblo palestino. Un pueblo palestino que ni siquiera nombra, ¿para qué? solo habla de la eliminación de Hamás, que es lo que le interesa. Habla de la eliminación de Hamás como el primer y único objetivo. Que para eliminar a Hamás, se temga que eliminar a todo un pueblo a cañonazos y bombazos, o de hambre o sed, o falta de atención sanitaria, debido a que los hospitales han sido convenientemente reducidos a escombros por los incesantes bombardeos de la aviación israelí, o una combinación de todo eso, parece que le da igual. Lo que cuenta es el resultado. Y si por medio de este genocidio, además de acabar con Hamás, acaban con toda la población de Gaza y se apropian toda esa tierra, pues mejor que mejor. El genocidio es “la solución final que ha adoptado el actual gobierno israelí para acabar de una vez con décadas de apropiación ilegal de territorio palestino, pasándose, como ya viene siendo tradición, todas y cada una de las resoluciones de la ONU por el forro.
Por desgracia, la señora Benarroch no es la única que piensa que la muerte a bombazos de decenas de miles de palestinos, en su inmensa mayoría población civil desplazada, hambrienta, sedienta, aterrorizada e indefensa, es un daño colateral inevitable, ¿qué se le va a hacer?. Tanto ella como otros muchos y muchas, están convencidos que hay muertos de primera clase y otros de segunda, incluso de tercera, y que en modo alguno se pueden equiparar unos muertos, los suyos, a los otros, que para ellos son simples números, estadísticas, daños colaterales.
Recordemos que “daño colateral” es un eufemismo bastante asqueroso y repugnante utilizado para referirse a las muertes, heridos y daños “no intencionados”, las comillas son mías, que se producen como resultado de una operación militar. El término fue acuñado, cómo no, por el ejército de los Estados Unidos durante la guerra del Vietnam. Y puede referirse tanto al “fuego amigo”, como al asesinato de civiles y la destrucción de sus propiedades. En este genocidio, a cargo del bravo ejército israelí comandado por Netanyahu, no hay daños colaterales porque hay un mismo objetivo: acabar con Hamás y con los civiles que encuentren a su paso, ya sean viejos y viejas, y niños y niñas en su mayoría, sepultados todos ellos bajo los escombros de sus casas bombardeadas sin tregua ni descanso por la muy eficiente, amén de valiente, aviación israelí y sus bombas inteligentes de última generación, que pueden destruir un pequeño o mediano pueblo palestino, dejándolo listo para sembrar patatas, en lo que tarda un rabino en cantar un salmo.
Según la UNRWA, la agencia de la ONU que proporciona alivio, desarrollo humano y servicios de protección a los refugiados y refugiadas de Palestina, más de 12.300 jóvenes han muerto en Gaza en los últimos cuatro meses, frente a los 12.193 muertos en todo el mundo entre los años 2019 y 2022. Es decir, que en los últimos cuatro meses han muerto en Gaza, a manos del criminal y sanguinario, además de genocida, ejército israelí, más niños que en cuatro años de conflicto en todo el mundo. “Esta guerra es una guerra contra los niños”. Es una guerra contra su infancia y su futuro”, ha dicho el comisionado general de la UNRWA.
De esa población civil palestina masacrada por los bombardeos israelíes, de los miles de niños despanzurrados por las bombas, la señora Benarroch no dice nada, lo que da a entender que los 40.000 muertos palestinos en lo que va de genocidio, pueden ser muchos más, porque la información que recibimos está filtrada y controlada por Israel, son para ella algo inevitable, el precio que hay que pagar para eliminar a Hamás, el gran peligro para el mundo.
Y para justificar lo injustificable, la señora Benarroch se queja amargamente de que la gente haya olvidado el Holocausto. De eso modo, haciendo valer su condición de víctimas de otro genocido, el perpetrado por la Alemania nazi a mediados del pasado siglo, “la peletera de la beutiful people” como se la conocía en los años ochenta, trata de justificar el actual genocidio israelí contra el pueblo palestino. El Holocausto es la excusa recurrente, el comodín que emplea Israel, y los que aplauden y jalean la guerra, como hacen aquí PP y VOX, para justificar el continuado robo de territorio palestino a lo largo de décadas, expulsando a los legítimos dueños de las tierras alegando “motivos de seguridad”. Y ahora, a cuenta del atentado del 7 de octubre del pasado año, no han dudado en invocar otra vez, y las que hagan falta, al Holocausto sufrido por su pueblo a manos de Hitler y sus secuaces. De ese modo intentan justificar lo injustificable. Porque no hay nada, y menos un atentado terrorista, que justifique el exterminio o eliminación sistemática y masiva del pueblo palestino. Y a ese exterminio sistemático se le llama genocidio.
El genocidio, por abundar en el término, es un delito internacional que comprende los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico o religioso. Además de la matanza de miembros del grupo, se considera igualmente genocidio a la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, así como el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial. Todas estas condiciones se están dando en la respuesta de Israel al ataque terrorista del 7 de octubre. Una respuesta a la que el gobierno israelí dice tener derecho, pero la respuesta que esgrime, es decir, su derecho a defenderse, y eso Israel, y cualquier persona no fanática de cualquier parte del mundo lo sabe, debería ser proporcionada al daño sufrido, y no aprovechar el atentado para cometer un genocidio contra la población palestina y, ya de paso, quedarse con su tierra. Y, también de paso, amenazar a los países que denuncian el genocidio, con estar a favor del grupo terrorista Hamás. Es decir, o estás conmigo y apoyas el genocidio, los crímenes de guerra, cualquier salvajada que haga, sea la que sea, o estás contra mi, lo que te convierte en un amigo de los terroristas de Hamás. Así se lo hicieron saber con muy malas formas, lo que vienen siendo las formas y los modos del gobierno israelí, a Pedro Sánchez, con el apoyo de las derechas de aquí, del terreno, a las que les faltó tiempo para colocar a Sánchez poco menos que como agente de Hamás. La botarate de la Ayuso, ¿quién si no ? Ha eructado que la izquierda, la malvada izquierda culpable de todos los males, pretende que las democracias hagan con Hamás lo mismo que con ETA”; y ha añadido esta animalada: “Tú mata que yo te daré una comunidad autónoma, tú mata que yo te daré un Estado. Ése es el mensaje que están dando”. Esta es otra de sus habituales barbaridades, de sus ya cada vez menos eficaces imbecilidades y asnadas, para que se hable de ellas y no de la gestión de la comunidad que preside, y no digamos de los muchos problemas que tiene su “famiglia” con la justicia.
Volviendo al genocidio que está cometiendo el gobierno ultraderechista de Netanyahu contra Palestina, habría que decir que genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación. Se trata más bien de realizar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos del plan serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad e incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos. Según el sociólogo estadounidense Michael Mann, el genocidio es el grado más extremo de violencia intergrupal y el más extremo de todos los actos de limpieza étnica. El genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, se considera un delito de derecho internacinal. Tanto la Convención para la prevención y la sanción del delito de Genocidio de 1948, como el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) de 1998, recogen una idéntica definición de Genocidio, que ya hemos señalado anteriormente. Para la RAE, es decir, el lenguaje común, la palabra Genocidio tiene un significado diferente, y lo define como “El exterminio o la eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política”.
Pero no caigamos en el grave error de tomar a todos los israelíes como si fueran Benjamín Netanyahu y su gobierno de extrema derecha, que está perpetrando un genocidio contra el pueblo palestino a la vista de todo el mundo, un mundo que, salvo algunas honrosas excepciones, mira para otro lado de forma vergonzosa e indecente. El escritor y periodista argentino Martín Caparrós, de ascendencia judía, en un reciente artículo publicado en el diario El País, dice que “somos muchos los que lamentamos que Israel, como Irán, Arabia, El Salvador, haya sido secuestrado por una camarilla de extrema derecha que, so pretexto de haber sido víctimas, haga víctimas a otros”. También aclara Caparrós otra cuestión: “soy judío, y eso, pese a los que suponen muchos ignorantes, no supone que defienda a Israel. Y lamento que tantos españoles y ñamericanos se crean, o pretendan creer, que judío e israelí son la misma cosa y, peor, que israelí y Gobierno israelí también lo son. Son muchos los israelíes, y somos muchos los judíos que no compartimos sus políticas, como fueron muchos los norteamericanos que no quisieron pelear contra Vietnam, y muchos los españoles que no apoyaron los asesinatos franquistas”. También sostiene Caparrós que “Estados Unidos necesita una avanzada en una de las regiones más explosivas del planeta y que por eso sostiene a Israel desde hace casi 80 años. O que cuando venden innúmeras armas a Israel, el que gana fortunas es el famoso complejo industrial – militar norteamericano, sus fabricantes de armas, todos muy gentiles, que forman un lobby tanto más poderoso que cualquier junta judía”. “El gobierno ultra de Netanyahu mata por la misma razón que muchos otros: para aferrarse al poder”. Y podría añadirse que lo hace por huir, una huida hacia adelante, de la corrupción que le rodea a él y a su gobierno. “Yo, acaba diciendo Caparrós, soy judío y no tengo nada que ver con señores como Netanyahu, de la misma forma que soy español y rechazo a Abascal, argentino y rechazo a Milei. Pero a muchos les conviene mantener la confusión: que el gobierno israelí no lo hace por ultraderechista, que lo hace por judío”.
Ojalá que más pronto que tarde los israelíes reaccionen echando al actual gobierno ultraderechista del poder, y poniendo a Netanyahu a disposición de la justicia, tanto de la justicia israelí como la de la Corte Penal Internacional. Y sea juzgado por el daño que está haciendo al, esperemos que muy pronto, Estado Palestino de pleno derecho, al propio Estado de Israel, y al mundo.