El ejercicio de la política tendría que ser vocacional y haciéndolo bien por un tiempo limitado. Sin embargo, a los cargos públicos desde hace mucho tiempo, más concretamente, desde el comienzo de la Transición y a partir de las elecciones municipales de 1979, salvo honrosas excepciones, han venido accediendo personas sin sensibilidad o experiencia en reivindicaciones y luchas: sindicales, sociales, feministas, homófobas, antirracistas, pacifistas, medioambientales, etc.
En este sentido, era una práctica habitual de las organizaciones políticas de izquierda, fundamentalmente el Partido Comunista que, junto con Comisiones Obreras, hicieron oposición al nefasto, genocida y fascista régimen franquista, internamente en nuestro país y externamente bien organizados, a través de los emigrantes españoles en los países receptores. Este sobre todo era el ámbito, donde hasta el Congreso de Suresnes de octubre de 1974, el PSOE ejercía su acción política.
Los partidos políticos de derecha, no tenían ninguno de esos compromisos y se limitaron a administrar la herencia del franquismo. A medida que los partidos políticos se iban consolidando, todos sin excepción, pero fundamentalmente los más importantes y con mayor poder, se convirtieron en auténticos coladeros de políticos profesionales. Esta es la peor de las lacras (la casta política), que venimos padeciendo.
El desprestigio de la política y los políticos, ha llegado a niveles insospechados, con el resultado del alejamiento cada vez más por parte de la ciudadanía, debido a sus prácticas, actuaciones y ejemplos deplorables. Sin duda, todo esto menoscaba cada vez más a la democracia y viene siendo “caldo de cultivo”, para la reaccionaria derecha extrema del PP y fascista extrema derecha de Vox, que, con lenguajes populistas de odio, agresivos y plagados de bulos y mentiras, suelen llegar y tener el respaldo electoral, de un electorado que, les debería ser contra natura por sus condiciones humildes y de vulnerabilidad, pero que les apoyan por la frustración e indignación que padecen.
Es evidente, la necesidad de una profunda regeneración democrática que, contemple una ley de partidos políticos que desarrolle el articulo 6 de la Constitución: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”.
También una ley electoral que especifique las circunscripciones electorales por distrito. De esta forma, se eliminaría la gran descompensación en el número de votos para la elección de los candidatos. Igualmente posibilitaría el acercamiento entre los electores con su electorado y obligaría a los partidos políticos, a presentar en sus respectivas candidaturas a personas apreciadas por sus vecinos y no, como ocurre en nuestro país que, la gran mayoría de los candidatos al Parlamento Estatal o autonómicos, son perfectos desconocidos, pues sólo tienen un mínimo contacto con la ciudadanía, para hacer promesas en vísperas electorales, pero posteriormente se olvidan o no cumplen con lo prometido y así, hasta las próximas elecciones. El ámbito electoral de los partidos políticos, debería ser el de los territorios a gobernar.
Dentro de la regeneración de la democracia, tendría que contemplarse la erradicación de los bulos y mentiras que, impunemente mediante el anonimato viene produciéndose en las redes sociales. Para eso con éstas, habría que hacerse una especie de “borrón y cuenta nueva”, mediante una ley que obligue a las personas que deseen utilizar estos medios de comunicación, a darse de alta en los mismos facilitando sus datos: nombre apellidos y DNI (con foto incluida). De esta forma, cualquiera que intervenga en la red social que elija, tendrá que responsabilizarse acerca de lo que expone.
Nos jugamos mucho, nuestro propio sistema democrático, como para que este tipo de infames e indeseables conductas no se erradiquen. Esta formula la vienen practicando impunemente los partidos políticos de ultraderecha. A Vox se le unió SALF (Se Acabo La Fiesta) del fascista Alvise Pérez que, se presentó a las pasadas elecciones europeas y obtuvo más de 800.000 votos y tres europarlamentarios. Creó su formación política por mediación de las redes sociales, con las que cuenta con cientos de miles de seguidores, utilizando un discurso populista como el de Javier Milei en Argentina. ¿Pero como es posible que la democracia no tenga instrumentos contundentes y eficaces, para defenderse combatiendo y disolviendo legalmente a este tipo de partidos políticos fascistas y a sus respectivos dirigentes que, precisamente, valiéndose del sistema democrático, quieren acabar con su existencia?.