Duelo al sol
Conducía despacio. Era la primera vez que se dirigía a aquel pueblo pero ya le habían avisado dónde estaba la iglesia. El coche era grande y le asustaba no poder manejar la situación. Nada más salir de la autopista, se hizo una idea de lo que le esperaba. A la derecha, en lo alto, la iglesia emergía como castillo medieval. ¡Y encima había dos enormes árboles uno a cada lado de la rampa de acceso! Matías enfiló el coche hacia el empinado camino y subió a la iglesia. Era algo mejor de lo que esperaba y allí arriba, junto a un enorme castaño que refrigeraba un caluroso día de agosto, cabía perfectamente el coche fúnebre. Aparcó debajo del árbol. La gente que se arremolinaba bajo la sombra, se le quedó mirando. No era buena señal. Igual era uno de esos pueblos llenos de gentes malhumoradas que miran mal a cualquier forastero que ose irrumpir en sus apacibles vidas. Matías bajó del coche, abrió la puerta trasera, y fue sacando la corona y un par de ramos de flores que descansaban encima del ataúd. No parecía haber nadie que se hiciera cargo de las flores. Tampoco catafalco. No había mujeres. Sólo hombres que le seguían mirando, y que cuchicheaban en voz baja y sonreían maliciosamente. Apiló la corona y los dos pequeños ramilletes junto al vehículo y esperó a que el cortejo se acercara para sacar la caja. Pero nadie parecía estar dispuesto. Nadie se acercaba al coche.
-¡Joder! Menudo pueblo – pensaba Matías- ¡Cómo para morirse aquí!
Todos siguen inmóviles. Matías no sabe qué hacer. Mueve la angarilla y hace intención de sacar el féretro, pero los paisanos siguen en sus corrillos, con sus cínicas sonrisas y sus chascarrillos.
Sale el cura y los monaguillos. Salen solos. Matías no da crédito. Es la primera vez que ve un duelo sin dolientes. El cura, se gira. Parece muy enfadado. Le dice algo al oído a una de las niñas que ejerce de monaguilla y ésta entra en el templo y sale, unos segundos después, acompañada de tres varones y una mujer. El cura, visiblemente enfadado, les dice que saquen el cadáver del coche fúnebre. Uno de los del corro del castaño echa una mano. Sacan el muerto, lo meten en la iglesia y Matías, por fin, puede cerrar el portón trasero e irse.
Ahora viene lo peor. Tiene que dar la vuelta para bajar la rampa con el coche. El sitio es estrecho. Da marcha atrás. Marcha adelante. Marcha atrás. Adelante.
-¡Para, para, para…. ¡ ¡Ehhhhh! -Le vocean los del castaño-.
Una de las ruedas está fuera del camino, volando sobre el precipicio. Matías está muy asustado. No le da tiempo a pensar porque las sonrisas han pasado a ser ceños serios. Las personas se arremolinan junto al coche. Al menos diez.
- ¡Unaaaa, doooooos, y…. tres ¡
El coche se levanta, se gira y la rueda vuelve a estar en tierra firme. Ahora sobre el camino. ¡Y alineado para poder emprender la marcha!
Matías da las gracias y piensa ¿A ver si no va a ser el pueblo y es el muerto?
Pecado nacional
Desconocido por una gran mayoría, Marcos Ana, poeta, comunista y luchador antifranquista, fallecía unos minutos antes del Black Friday. Fernando Macarro tuvo la desgracia de ser el preso que más tiempo pasó en una cárcel franquista. No tuve el placer de conocerle personalmente pero sus entrevistas a @radiocable y a @carnecruda quedarán para siempre en mi recuerdo por su entrañable personalidad.
Ahora viene lo peor. Ahora es cuando algunos, esos que siempre dan y quitan “carnets”, los que califican de buenos y malos, los que viven eternamente en una añoranza de algo que nunca ha sucedido y que ni siquiera estuvo cerca, reivindican para sí y sólo para sí, la figura del poeta.
Este es un país de hipócritas. Un país lleno de gentes que nunca vota corruptos y en el que un partido encausado por delitos de corrupción, es el que gobierna. Un país en el que nunca se defrauda, pero pagar sin IVA, en B o llevarse la pasta a Suiza, Andorra o Gibraltar, es norma cotidiana. Un país que tan pronto encumbra como acaba defenestrando al más pintado.
Un país tan moldeable, tan manejable, sólo es posible gracias a la ignorancia y lo que es peor, a la creencia de que lo sabemos todo.
Así bailamos siempre al son de la música del Hamelín de turno, que no sale de una flauta sino de una caja tonta que contemplamos, sin pestañear, una media de cuatro horas diarias. No es extraño pues, que un uno de octubre saliéramos en masa a vitorear a un enano dictador y genocida, y un año y dos meses después todos fuéramos demócratas de toda la vida y jamás hubiéramos visto a Franco. Eso sí, sin cambiar nada.
Esta maleabilidad, fruto de un adoctrinamiento cristiano, de una educación en la hipocresía y de una consideración de la necedad como virtud de la que presumir, permite que un día alguien sea adorado por las masas, otro día corrupto de mierda y un tercero combustible de una polémica que permita arrimar el ascua del voto a la sardina del gaitero de turno. Una maleabilidad que permite que unos actores que representan una obra de marionetas en el Retiro, sean acusados y encarcelados por terroristas. O que una pelea en un bar, a las cinco de la mañana, entre gente pasada de copas, se convierta en una reconstrucción de una banda terrorista.
Con la aquiescencia de quién dice sentirse libre de toda rémora, bailamos siempre al son que marcan los que controlan esos medios de incomunicación, adoctrinamiento y efervescencia del espíritu nacional, además a trompicones y entramos en su perverso juego como un pobre ratón acude al queso pinchado en una ratonera pensando que es su día de suerte y que se dará el atracón de su vida.
Todos tenemos que morir. Y, a pesar del dicho, la muerte no nos iguala. Solo lo hacen los gusanos. Porque la muerte, en el caso del querido poeta, sirve a la indiferencia de esa mayoría que no es silenciosa, sino hipócrita porque sólo levanta la voz ante una caña y un plato de cacahuetes. La muerte, en cambio sirve para enfrentar, desviar atenciones y eximir de responsabilidades en el caso de la ex alcaldesa que, aunque prototipo para un ataque al corazón, se convierte en una víctima de twitteros, perroflautas, extremistas y populistas. Los que le enviaban misivas amenazándola de muerte, desaparecen de escena. Los verdugos se posicionan como defensores.
Todos somos demócratas pero, ¡ay de ti! como no quieras pasar por el aro de acudir a misa en una fiesta mayor si eres alcalde, como no quieras participar en un minuto de silencio por un presunto corrupto, o en cinco por los muertos de Bruselas (porque el mismo día y a la misma hora murieron doscientos cincuenta en un país de África que el 90% no sabría ubicar, sin que el flautista se haya acordado), o les digas a la cara que ya está bien de dar lecciones de moral y de llamar putas a las meretrices. Ay de ti porque el minuto de silencio, la misa mayor y acudir por la noche y a oscuras un lupanar, son el traje de seda que te da bula para poder robar, estafar y engañar. Porque como dice un refrán futbolero español hasta la médula, la ropa siempre se lava en casa.
Pero aquí, la culpa, siempre es del muerto.