08 de Abril de 2024
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TerraZAS

Apoyado en el rastel del balcón, Pedro degusta el humo de un Ducados como si fuera el mejor dulce de pastelería. Los antebrazos sobre la barandilla, de vez en cuando levanta el derecho y saca el brazo totalmente fuera del mirador y con dos dedos de la mano toquetea con dos golpes secos el cigarrillo para que se desprenda la ceniza. Dos pisos más abajo, doña Blasina tiene sábanas tendidas, fuera de la galería, al sol de la mañana. Pero a Pedro le da igual porque ni siquiera se ha planteado que pueda manchar las sábanas con su tabaco o peor, como ya ha sucedido alguna vez, sin que la vecina haya protestado, que el rescoldo haya agujereado alguna de las prendas tendidas.

Mientras fuma, observa la calle. No será la primera vez que se ha quedado prendado de alguna ventana en la que ha intuido que se cambiaba de ropa algún vecino. Tampoco se le escapa cuando llega el cartero y, sabiendo que Pedro está todas las mañanas en casa, toca el telefonillo del 7 C esperando que le abran. Pero Pedro, que sabe que es el cartero el que toca porque le está viendo desde su atalaya, se hace el sordo. Y eso que, a veces, más tarde tiene que ir a Correos. Y con el aviso en la mano por ausencia, monta en cólera porque estando en casa, el repartidor no le ha subido el certificado.

Pedro es un hombre ya de cierta edad. Jubilado. Sindicalista de la UGT toda su vida y por tanto militante de carnet del PSOE. Eso, no le impide ir a misa todos los domingos y ser un acérrimo defensor de los toros de los que dice que es cultura y tradición nacional. Hace cuarenta años, formó parte de lo que llamaron la movida madrileña y era asiduo de garitos como el Blanco y Negro, dónde la oscuridad y el ambiente eran propicios para los escarceos sexuales entre personas del mismo sexo. Hizo sus pinitos en la incipiente industria cinematográfica de los primeros años ochenta e incluso dio algún que otro espectáculo subido en un escenario con algunos de los que posteriormente se convirtieron en destacados músicos y actores de la movida.

Con esa trayectoria, Pedro dice ser una persona tolerante. En la actual polémica sobre transfobia, qeerismo y terfismo, él se posiciona claramente con el qeerismo y tiene claro que mujer es toda aquella persona que se sienta como tal, independientemente de su sexualidad, sus genitales y su género. Y defiende su posición a capa y espada. Lo mismo le pasa con la coyuntura actual prebélica. Acérrimo defensor en el 82 del «OTAN No, bases fuera», acabó votando que SI a la pregunta capciosa sobre la participación de España en la NATO y hoy es partidario de la guerra contra Rusia.

Si se le pregunta, dice estar de acuerdo con la igualdad y querer la justicia social. Aunque la mayor parte de las veces, cuando llega al mercado y hablan en la cola de la carnicería, de la pollería o del embutido, acaba asumiendo todos los tópicos contra los migrantes y despotricando sobre el abuso, según él, que hacen de las ayudas y los derechos que les dan y que no tenemos los de aquí. Porque Pedro ante todo es español y como siempre dice, de los que se viste por los pies. No le gusta nada que Pedro Sánchez haya pactado la amnistía con los catalanes aunque sea para lograr el gobierno y si por él fuera, llevaría a Barcelona a la División Acorazada Brunete para que pusiera orden. Ignora que esa unidad militar desapareció en 2006.

Cree de verdad que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y no le importa poner una lavadora o tender la ropa si hay que hacerlo (y él lo hace porque está en su rol). También dice que cree en la educación pública. pero aconsejó a su hermana que llevara a sus hijos a un colegio concertado para que sus sobrinos no se mezclaran con gitanos o inmigrantes. Y con la sanidad, tres cuartos de lo mismo, debe de ser pública pero no le importa que cuando acude al especialista y le dan la opción de acortar la lista yéndose a una privada concertada, prefiera ir a la privada que esperar turno en la pública.

Si con algo es pertinaz e intransigente es con aquellos que se atreven a cuestionar el Colacho, una fiesta tradicional que hacen en su pueblo natal desde 1621, en la que, el domingo después del Corpus, los niños nacidos en la localidad durante el año (ahora se ponen los descendientes porque allí ya no nace nadie), son acomodados en colchones en la calle y el Colacho, un hombre vestido de demonio, salta por encima de las camas de los niños, de uno en uno. La verdad es que no hay peligro para los niños, pero si a alguien se le ocurre criticar esa tradición y calificarla como barbaridad, y Pedro está presente, es posible hasta que lleguen a las manos. Porque las tradiciones son para conservarlas y son cultura.

Claro que a Pedro, lo que hacen diez kilómetros más hacia poniente, todos los dos de febrero, llevando dos ovejas atadas por las patas, una a cada lado del lomo de un caballo, le parece una monstruosidad y una tradición con la que hay que acabar cuanto antes porque es maltrato a los animales.

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Pedros

Los hipócritas se nutren del chisme, destruyen con su envidia y se mueren sin amigos.

Leo en Público el siguiente titular «Beyoncé o cómo arrasar con un disco que reivindica las raíces negras de la música ‘country’», y no puedo menos que sonrojarme. No es que yo sea un virtuoso de la música, un especialista melómano o un gran aficionado del country americano. Pero sólo hay que conocer un poco de historia de los siglos XIX y XX para saber que la música country es a las raíces negras como el baloncesto. La música negra de las plantaciones derivó en el Soul y en los grupos góspel de las iglesias. Lo que conocemos como country, llevado a la fama mundial por artistas de la talla de Jonny Cash o la enorme Dolly Parton (ambos blancos) es la música que llevaron a la conquista del oeste americano los migrantes europeos, sobre todo irlandeses y de la Europa central. Así, que resulta que Beyoncé lo que hace es reivindicar su cuenta corriente con un disco en el que la canción principal es una apuesta segura. La de la famosa cajera Jolene que le “arrancó” el marido a Dolly Parton.  Al final, lo que el redactor de Público pretende con ese titular es que la gente cliquee dentro del enlace que es lo que cuenta como difusión para su medio y lo que le va a dar de comer.

En esta coyuntura que nos ha tocado vivir, y más en este país que lleva pendiente de una revolución más de dos siglos, dónde los poderes son imperecederos, decadentes y atávicos, la prensa ha pasado de jugar el papel de quinto poder que contaba los chanchullos y vericuetos oscuros del poder a ser el catecismo, la enciclopedia, la correa que transmite los valores que ayudan al poder a manejar a las masas conforme a los intereses de esa minoría que se enriquece a base de la explotación, del trabajo ajeno y del expolio de los bienes propiedad de otros.

Corría el año 75. Franco moría en la cama de un hospital y al día siguiente, en lugar de llenar las calles festejando que un tipo que había llevado a cabo una purga de más de un millón de compatriotas, entre muertos, desparecidos y exiliados, y exigiendo la destrucción del régimen,  colas kilométricas esperaban para darle el último adiós postrado en la caja de caoba. Era el poder de la única televisión que había entonces en este país. Tres años después, acudían como corderos a refrendar a su sucesor, al que, para evitar que fuera expulsado a través de un referéndum, colocaron con calzador en una Constitución, la de 1978, que con el paso de los años sólo es un bonito papel con propósitos que no se cumplen. Las encuestas daban una mayoría republicana, pero gracias, de nuevo a la TVE, la UCD de Adolfo Suarez ganó con mayoría absoluta y pudo conformar una carta magna acorde con los intereses de los de siempre. Gracias a la TV, también un PCE con una intención importante de voto, sucumbió ante el fraude del PSOE renovado por los franquistas. Y de nuevo, la gente pasó por el aro. Había que despojar España de industria para que lograran admitirla en las instituciones europeas. El clima debería ser el factor que convirtiera a nuestro país en el país de las vacaciones de alemanes, nórdicos y británicos. Y para ello, el nivel de vida debería seguir siendo favorable a los turistas. Parece que la gente no estaba muy por la labor de dejar la industria o la minería y salarios decentes para reconvertirse en camareros con jornadas laborales interminables y salarios de miseria. Y ahí vino el falso golpe del 81, la victoria del infiltrado de Carrero en el PSOE de Suresnes, el referéndum de la OTAN y no lo olvidemos la pandemia de la heroína que se llevó por delante a toda una generación en las grandes ciudades y focos industriales (todos los cinturones «rojos». Allí estaba “El País” para hacernos creer que la carcunda de Isidoro era socialista y republicano y venía a renovar. Ahí estaba RTVE para contar las bondades del nuevo régimen frente a la carcunda franquista. Y nos lo creímos. Y tras un ambiente irrespirable, una corrupción impagable y un hastío general, la prensa y sobre todo las nuevas televisiones que habían sido concesiones administrativas de un gobierno regido por los intereses neoliberales, auparon al repulsivo, ególatra, cantamañanas, insufrible falangista inspector de hacienda por oposición. Un tipo que hizo de la miseria humana su virtud, que trajo confrontación, mentiras y el mayor atentado terrorista de la historia de España. Y una vuelta al franquismo que jamás se había ido pero que estaba cataléptico. Y estalló la burbuja del ladrillo, la de las preferentes y la de los bancos. Y la gente nos echamos a la calle. Y en lugar de traer por fin la revolución que España lleva esperando dos siglos, algunos, los hijos de los que ya mandaban, quisieron subirse al carro y encauzaron el movimiento hacia la renovación del régimen pero sin cambiar el régimen. Y con la carcunda franquista pululando en las instituciones que deberían impartir justicia y una prensa convertida ya directamente en mamporrera del régimen, acabaron convenciendo al respetable de que los que venían a renovar eran igual que los que ya estaban y convencidos por las encuestas de que podían llegar al poder y subygarlo, acabaron arruinando sus reputaciones y sacando lo peor de las personas: el ego que acabó con ellos borrándolos del mapa. Y consentimos.

Porque nosotros somos así, capaces de liarnos a mamporros porque la virgen de tu pueblo es un trozo de madera mientras la mía es milagrosa. Porque los toros son una cultura indecente a erradicar porque maltrata a los animales, pero los Correbous, los San Fermines o los recortadores no me los toques porque son la cultura de mi pueblo. O capaces de llevarnos las manos a la cabeza porque un hombre vestido de diablo salta por encima de un bebé recostado en una cama, pero aclamar las procesiones de Semana Santa de mi tierra y que no me las toquen, aunque sea un acto religioso que debería celebrarse en la intimidad y cada vez restrinja más la libertad de los ciudadanos que allí viven y que no soportan cinco días de tambores, redobles, saetas, ruido y no poder ni dormir, porque es una cultura milenaria (cosa que también es mentira). Somos capaces de reírnos de que Pablo Iglesias haya acabado montando un bar, pero incapaces de tomar ninguna acción sobre una sanidad que no funciona, con listas de espera a uno o dos años vista, consulta a médicos de familia en quince días o urgencias a diez kilómetros en un barrio que tiene cien mil habitantes. Capaces de tragarnos todas las tonterías que cuentan en la TV sobre la guerra de USA y la OTAN contra Rusia en Ucrania, que no tenemos ninguna opción de ganar y mucho que perder o seguir el genocidio realizado por Israel sobre Palestina como el que está viendo Terminator 6.

Y olvidamos que el fundamento de todo esto es la base ideológica del hijoputismo que forman todos los mandamientos que hacen funcionar los gobiernos tanto de USA como de la UE y que sus consecuencias llevan, irremediablemente, a la pérdida de derechos y a la desigualdad más violenta. Y que Incluso en el genocidio cometido por Israel contra el pueblo palestino es consecuencia de ese hijoputismo liberal de un estado que comenzó como una comuna socialista con los Kibutzs para acabar siendo un estado terrorista, basado en el ejercicio de la violencia con sus vecinos y el expolio del territorio y bienes palestinos.

Hay muchos Pedros en el mundo. Capaces de partirse la cara por el quítame esas pajas y tolerantes con la injusticia, con la corrupción, la destrucción del Estado de bienestar y la sanidad y la educación pública. Partidarios de la libertad de las terrazas de los bares privados en las aceras públicas, de las procesiones religiosas que ocupan calles y vías públicas durante semanas, de la destrucción del patrimonio público en celebraciones de títulos de sus equipos de futbol, pero intransigentes con quién aboga porque las religiones se practiquen en la intimidad de los practicantes, con quién no le gusta el fútbol y quiere dormir o con quién corta una calle reclamando un ambulatorio o que los llenen de médicos, porque en el acto, le fastidian llegar al bar media hora más tarde.

La prensa es la transmisora y formadora en valores sobre injusticia, desigualdad y conformidad. Apagar la TV es un deber moral para tener criterio propio. Clicar en la prensa de la camorra es justificar que el gobierno de turno acabe regalándoles cientos de miles de euros de los que viven para poder seguir mintiendo.

Centrémonos con la que está cayendo en arreglar los efectos del cambio climático, en la ecología, en el feminismo y en el decrecimiento como forma de compartir recursos y no de expoliar.

Salud, república y más escuelas.

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