En 1889, un frío día de invierno, la vida cambió para Friedrich Nietzsche. Caminaba solo, absorto en sus pensamientos: un filósofo que rompió con la moral y la religión de su tiempo, proclamando la muerte de Dios y defendiendo la creación de nuevos valores para afrontar la vida con valentía, siendo libres de toda idea religiosa que nos esclaviza.
Pero aquel día su vida cambió para siempre. No volvió a ser el mismo. En la Piazza Carlo Alberto, un coche de caballos intentaba avanzar entre la gente; el cochero azotaba brutalmente al animal. Nietzsche vio el sufrimiento, el dolor y el miedo del caballo. Corrió hacia él y se abrazó a su cuello, llorando desconsoladamente y tratando de protegerlo con su cuerpo. Ese fue el último día del Nietzsche que todos conocían como tal, su último acto lúcido antes de derrumbarse mentalmente.
Es complicado explicar el sentimiento que se experimenta hacia los animales. Es complicado explicar que entiendes su mirada, que su amor es tan incondicional e infinito que nadie podría igualarlo. Que, incluso tratándolos mal, como hacen algunas personas, ellos te seguirán a cualquier sitio.
Nos refugiamos en una iglesia para sentir el amor de Dios, meditamos para fundirnos con la naturaleza y ser un poco más libres, pero no comprendemos que, con solo mirarlos, podríamos perdernos en la pureza de su alma. No comprendemos que no es un edificio el que nos eleva el espíritu, sino el amor y la paz interior que tenemos en casa, recibiéndonos y saltando de alegría al vernos.
El mundo se detiene cuando apoya su cabecita sobre ti y te mira tiernamente, dándote las gracias por estar ahí, por existir en su mundo. Y entonces es cuando tú le das las gracias al universo por enseñarte ese amor puro y limpio.
Esta noche hemos ido al parque con mi perrito y ha estado jugando con algunos amigos perrunos. Entonces he vuelto a escuchar un comentario que últimamente se repite con demasiada frecuencia. Es triste escucharlo, pero lo entiendo perfectamente. Una pareja, que tenía una perrita muy simpática, dijo que no tenían hijos porque la vida estaba fatal para traerlos al mundo: la educación no era buena, cada vez se lo ponían más difícil a la gente joven y el mundo era demasiado cruel para criar un niño.
¿Sabéis qué? Después de hablar de lo especiales que son los perros, se me vino a la cabeza la idea de que, por desgracia y por mucho que lo ame, si tuviera que elegir entre salvar a mi perrito o a mis hijos, pondría delante de él a mis hijos sin dudarlo. Entonces lo imaginé a él entendiendo mi decisión y comprendí por qué lo quiero tanto.
Este mundo es complicado también para ellos. En realidad, es complicado para todo ser vivo. Pero, incluso en un mundo en guerra, puedes hallar la felicidad en los brazos de tu madre.
Nada más nacer somos esclavos de un sistema que nos indica el camino a seguir. Un sistema que dice qué tienes que estudiar y hasta cuándo; que enseña que el dinero está por encima de los sueños y que, si no te adaptas, el problema es tuyo. Con el tiempo aprendes a caminar por el mismo sendero gris por el que avanzan todos, a ignorar tus sentimientos, a sonreír por fuera mientras te ahogas por dentro y a vivir para un futuro que ni siquiera tienes certeza de que llegue.
Sí, efectivamente, este mundo está podrido, y es muy respetable que no deseen tener hijos. Pero, sinceramente, yo no traje a mis hijos para el mundo: los traje egoístamente para sentir ese amor tan inmenso que se experimenta cuando, después de haberlos llevado en tu vientre durante meses, los sostienes en tus brazos y te pierdes en ese infinito amor que sobrepasa cualquier sensación que hayas tenido jamás.
Así que, como dijo Antonio Machado: “Ya al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito…”
En realidad, no le debemos nada a este mundo. Mis hijos fueron un regalo que el universo me hizo. Cada día temo que el monstruo codicioso, ruin e ingrato del mundo los destruya. ¿Protectora? Sí, me declaro culpable. Si por mí fuera, los metería en una burbuja indestructible para que nada les sucediera. Pero creo que la vida trata de que les pasen cosas y aprendan a vivirla, aunque yo sienta pánico de dejarlos crecer en este mundo de mierda al que muchos no desean traer hijos, y con razón.
¿Y tú? ¿Tendrías perros, hijos o ambos?