Dice el gran actor Robert de Niro, que ha pasado mucho tiempo estudiando a los hombres malos para componer y elaborar sus características, sus gestos, la banalidad de su crueldad, que cuando ve a Donald Trump ve a un malvado. También afirma que sabe lo suficiente de gánsteres, algunos de ellos ha llegado a conocerlos en persona, para saber que Trump intenta ser uno de ellos pero no lo logra porque carece de algo parecido al “honor entre ladrones”, “porque hasta los peores criminales suelen tener un sentido del bien y del mal, de alguna manera poseen una especie de “código moral”, por muy retorcido que éste sea”. Pero en Donald Trump no ve nada parecido a eso. Solo ve a “un tipo duro sin moral ni ética alguna, sin sentido del bien y del mal, que no tiene respeto por nadie más que por sí mismo, ni siquiera por las personas a las que se supone que debe dirigir y proteger, ni por las personas con las que hace negocios, ni por las personas que lo siguen ciega y lealmente. Ni tampoco por las personas que se consideran “amigos”, tampoco por ellos siente otra cosa que desprecio”. Y sigue diciendo De Niro, que conoce bien a Trump, que “en su anterior presidencia, cuando un virus arrasó el mundo, debido a su imprudencia e impulsividad, puso en peligro a su país cuando debía haberlo protegido.” “Fue, sigue diciendo, como si un padre abusivo gobernara a su familia mediante el miedo y la violencia (…) el mal prospera a la sombra de la burla desdeñosa, por lo que debemos tomar muy en serio el peligro que representa Donald Trump (…) la democracia no sobrevivirá al regreso de un dictador en potencia. Y ésta, (la democracia) no vencerá al mal si estamos divididos”. “Tenemos que acercarnos a la mitad de nuestro país que ha ignorado los peligros de Trump y, por la razón que sea, ha apoyado su ascenso de nuevo a la Casa Blanca. No son estúpidos y no podemos condenarlos por tomar una decisión estúpida. Nuestro futuro no depende solo de nosotros, depende de ellos. La democracia puede ser nuestro santo grial, pero para otros solo es una palabra, un concepto, y en su aceptación de Trump, ya le han dado la espalda a la democracia. Hablemos de lo correcto y lo incorrecto. Hablemos de humanidad. Hablemos de amabilidad. Seguridad para nuestro mundo. Seguridad para nuestras familias. Decencia. Volvamos a recibirlos ( a los votantes de Trump). No los conseguiremos a todos, pero podemos conseguir suficientes para poner fin a la pesadilla de Trump.” Esta declaración la hizo en 2024 antes de las elecciones. En un contexto de advertencia y movilización para evitar que Trump regresara a la Casa Blanca. No hace falta decir que De Niro no consiguió convencer a los votantes de Trump, y por tanto no pudo evitar que éste volviera a la Casa Blanca, donde ya está instalado para al menos otros cuatro años, aunque mucho se teme De Niro que “Trump nunca se irá, y no dudará en usar la violencia contra cualquiera que se interponga en el camino de su megalomanía y codicia. Es un hombre desquiciado, hambriento de poder y egocéntrico” (…) “La democracia, bajo Trump está en peligro, este tipo de gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, desaparecerá de la tierra. No es mi intención asustarlos (a los norteamericanos). No, no, esperen, tal vez sí sea mi intención asustarlos, pero si Trump regresa a la Casa Blanca podrán despedirse de esas libertades que todos damos por sentado”. Pues parece que De Niro solo consiguió “asustar” a casi 74 millones de compatriotas que votaron a Kamala Harris, frente a los casi 77 millones que no se “asustaron” y votaron al “ogro naranja, macho alfa de una manada de gorilas”, en palabras de González Pons. Quién iba a decir que alguna vez estaría totalmente de acuerdo con González Pons. Pues lo estoy y suscribo cada una de las palabras de su artículo de opinión publicado en el diario “Las provincias” con el título “Una obispa así quiero yo”, donde alaba la actitud de Marian Budde, la obispa anglicana de 65 años “menuda y enjuta como un Harry Potter episcopaliano, igual que en aquella imagen del estudiante chino plantado frente a cuatro tanques en la plaza de Tiananmén, le decía la verdad a la cara ante todo Washington en el oficio religioso de la coronación.”
Estos son los eclesiásticos que hacen falta, los que, lejos de postrarse ante los poderosos, les dicen las verdades a la cara de una forma clara y contundente, sin que quepan interpretaciones ni medias tintas, nada que ver con esos suavones discursos de los jerifaltes de la Iglesia católica donde los reproches a los poderosos, si es que los hay, son tan sutiles, tan leves y delicados, para no molestar, que es necesario un experto en este sutilísimo lenguaje, como era Paloma Gómez Borrero, legendaria corresponsal en el Vaticano, para descifrarlo. Eclesiásticos bacines, que no saben ya cómo agradar más a los poderosos, que no saben cómo lamerles más el culo para congraciarse con ellos, siempre han sobrado y siempre sobrarán.
Estados Unidos, un país al que no deberíamos prestar mayor atención que a otras potencias mundiales pero, para nuestra desgracia, lo queramos o no, somos una provincia más de su imperio, cada vez se parece más a una violenta película de gansterés donde Donald Trump es el malo, y el bueno hubiera sido Martin Luther King si no lo hubieran asesinado cuando tenía treinta y nueve años. Luther King concibió un sueño de reconciliación entre blancos y negros en un antiguo país de esclavizadores y esclavos, donde todavía, a estas alturas del siglo XXI, todavía persisten la discriminación y el racismo. King, al igual que Gandhi, a quien tuvo por modelo, estaba convencido que las causas justas han de defenderse con procedimientos justos. Cincuenta y siete años después de su asesinato, mucha gente le sigue, le seguimos, teniendo como un símbolo de esperanza.
A raíz del juicio contra Rosa Parks, detenida en diciembre del año 1955 por negarse a ceder el asiento a un viajero blanco en un autobús del servicio público, se funda la Montgomery Improvement Association, que preside Martin Luther King un entonces poco conocido activista por los derechos civiles de la población negra. Este pastor de una pequeña iglesia baptista postula la fe en la capacidad del amor como motor del cambio social. “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” suele decir en sus sermones citando el Evangelio según San Mateo. Pero la postura de Luther King no tiene nada que ver con la resignación. Muy al contrario, está convencido que la víctima que acepta con pasividad un sistema injusto ayuda a sustentar dicho sistema. Es decir: quien se resigna a la opresión, colabora con ella, pues, lo quiera o no, contribuye a que el opresor se convenza y se reafirme en la razón moral de su proceder, sin ser consciente en modo alguno del daño que ocasiona y por tanto no sienta la menor necesidad de rectificar. Pero Luther King dejó muy claro que no todo vale para oponerse a la injusticia. Un mal no se arregla sustituyéndolo por otro. Y también sostenía que la violencia deforma al ser humano. Jamás lleva a una paz digna de ese nombre puesto que humilla al rival en lugar de convencerlo, esto es, de ganarlo para una causa noble. Lejos de frenar la injusticia y el dolor, la violencia los expande. La gran debilidad, el gran fallo de los métodos violentos es que generan aquello mismo que pretenden suprimir. El esfuerzo liberador debe estar encaminado a eliminar el mal, no al malvado. Su tesis está basada en las palabras de un conocido discurso de Gandhi: “Quizá hayan de correr torrentes de sangre antes que conquistemos nuestra libertad, pero ha de ser de nuestra sangre”. Descartadas la pasividad estéril y el derramamiento de sangre, Luther King propone el camino de la resistencia pacífica, totalmente incompatible con la ley del Talión. “A un ataque, decía, no debe responderse con un contraataque ni con venganza; el odio no debe ser neutralizado con odio, sino con amor. Hay que liberar a un tiempo al oprimido y al opresor. Lo que hacemos lo hacemos no solo para los negros, sino también para los blancos. En tanto que liberamos al negro, liberamos al blanco de sus puntos de vista erróneos”.
Por supuesto, no todos los negros estuvieron de acuerdo con esta tesis, muy al contrario, la combatieron con muy severas críticas reprochándole que quiera hacer justicia suplicándosela a los blancos como un mendigo. Pero a pesar de las críticas, del tiempo transcurrido desde su asesinato y los cambios que se han producido en el mundo, la figura de Martin Luther King perdura en la memoria colectiva de la humanidad. Queda el ejemplo de que nunca se le oyó una palabra de odio contra nadie. Queda su apuesta razonada y humilde por la concordia, demostrando que, lejos de ser ineficaz, contribuyó a que su reclamación de justicia se extendiese por todo el planeta. Supo hacer ver a los negros el poder que poseían y a los blancos que el racismo también les degradaba a ellos. Como decíamos antes, siempre ha hecho falta gente que, apoyándose en sus creencias, planten cara, pongan freno y digan las verdades a la cara a los poderosos; siempre han hecho falta hombres buenos como Martin Luther King para difundir estas ideas, y ahora más que nunca para hacer frente a un peligroso tiparraco como Trump, que encarna la peor versión del ser humano. A él y a su peligrosa manada de gorilas multimillonarios que no tienen ningún problema, ningún reparo en decir que hay que echar a los palestinos de su tierra, a los palestinos que quedan después del genocidio perpetrado por Israel y, después de retirar los escombros y los cadáveres, más de un tercio de ellos niños, de las ciudades de la franja de Gaza, construir en ella un complejo turístico, una nueva Riviera, según sus propias, indecentes e intolerables palabras que nunca deberían haber salido de ningún humano. Aquí en España tanto el Partido Popular como Vox, apoyan a Trump y a Netanyahu en sus políticas de exterminio del pueblo palestino, lo cual da una idea de la gigantesca tarea para muchos hombres buenos que todavía está por hacer. A veces me pregunto qué tienen en común, qué tienen que ver los dirigentes de esos partidos, y no digamos sus votantes rasos, con el genocida Netanyahu y con odioso ogro naranja y su manada de gorilas multimillonarios que lo tienen todo pero quieren más. Me pregunto qué va a hacer Santiago Abascal cuando su venerado y reverenciado amo Trump apriete las tuercas, sin miramiento ni misericordia alguna, aplicando unos abusivos e intolerables aranceles a productos fundamentales de nuestras exportaciones como son el aceite, el vino y el queso, entre otros productos. ¿Osará el devoto Trumpista bilbaíno pronunciar una queja, un reproche, aunque sea muy leve y somero, contra su caudillo anaranjado? Y mucho nos tememos que los votantes de derechas damnificados por estos, ya inminentes, agresivos e injustos aranceles a sus productos, unos aranceles que pueden llevarles a la ruina, tampoco se atreverán a pedir explicaciones a los dirigentes de sus partidos por apoyar ciegamente al trastornado Trump, a tenerle esa devoción, esa fe inquebrantable que le tienen. Mucho nos tememos que tales damnificados les seguirán votando como si nada, echándole la culpa también de eso a Pedro Sánchez, que para eso está. No sabe uno si los culpables de toda esta dura y profundamente perturbadora época que nos ha tocado vivir son el ogro naranja y sus gorilas multimillonarios enfermos de codicia, un mal que nunca se sacia, o son, además de sus votantes, los dirigentes de ultraderecha de todo el mundo, entre ellos los de España, que aplauden y jalean cada barbaridad que suelta este ser gravemente enfermo de narcisimo, egocentrismo y codicia.
Pero, aunque sea difícil, no caigamos en el odio, y hagamos caso a Martin Luther King cuando sostiene que el esfuerzo liberador debe ir encaminado a eliminar el mal, no al malvado. Y a no dejar nunca el camino de la resistencia pacífica. Acordémonos de sus enseñanzas: “Nada de resignación, la víctima que acepta con pasividad un sistema injusto, ayuda a sustentar dicho sistema” y, al mismo tiempo, mantengamos la actitud firme, serena y decidida, además de la voluntad y la valentía, de la obispa Marian Budde de decir las verdades a la cara.