Estoy esperando, desde la primera vez que un médico especialista me confirmó el insulto a la inteligencia y salvaje atentado a la salud que constituye el vestir mascarilla al aire libre, esperando una tímida declaración, en este mismo lógico y evidente sentido, del Colegio de Médicos o quien corresponda, si es que existe y quiere y lo dejan, y si no, ya ves tú, del periodista, abogado mediático, artista o youtuber que lo parió. Porque, me parece a mí, que el silencio sepulcral de todos aquellos que luego llaman terraplanistas a los que cuestionamos esta locura fehacientemente sádica los define a ellos como tales, precisamente, sin escapatoria. Quizir: que un desconocido o desconocida acuerde semejante despropósito (a saber: obligarte a vestir bozal en la soledad de una campiña o dehesa, por tu salud y bajo pena de multa), que resbale como vaselina por todo el arco parlamentario y cristalice en surrealista BOE, salga a prensa y sea tragado y digerido y acatado sin mayor escozor en un país que presume de Progresista y Vanguardista, cuna de los más egregios científicos, demuestra todo ello la altísima y preocupante tasa de masoquismo que nos asola. Es que no puedo imaginar otro encuadre que el de ese desconocido experto pensando de qué manera puede joder a sus “compatriotas” (expresión fetiche de su Señorío Sánchez). Puedo verlo ahí, en su sillón, dictaminando para sí: “ahora os voy a joder a todos y todas; por mi jeta que vais a vestir bozal hasta en el Pico Aneto”. Y aquí lo preocupante, fuera bromas, rectifiquen o no tales aberraciones, es que han llegado a ellas tranquilamente, sin oposición mayoritaria de una masa domadísima, agachada hasta las alcantarillas del “a mandar, mi Generalísimo Experto”.
Cuando, no sé cuándo, salgan a flote las tremebundas cuentas del desastre contable, ecológico, sanitario y psiquiátrico del cual esos “expertos”, si es que los hay, son responsables, me gustaría escuchar la voz de algún actual masoca de a pie, solicitando la pena máxima para estos criminales. Sería un consuelo constatar que su perversión era fingida.