Trabajar en las cloacas y permanecer limpio es una tarea imposible que sólo soluciona la apariencia. Los máximos responsables de la red de alcantarillado del estado sólo en contadas ocasiones transitan por los conductos, porque no soportan impregnarse del característico olor, que aunque les resulta tan propio como familiar, enmascaran con todo tipo de perfumes, unas veces a modo de cargos públicos de especial trascendencia a la democracia, a la libertad y al estado de derecho, y otras simplemente desapareciendo durante un tiempo para amasar fortuna sin notoriedad, sirviéndose de la única habilidad del inepto, que es la manipulación por el mero acceso al conocimiento.
La pocería de estado es arte de la injerencia, del desequilibrio, del acoso y derribo, del espionaje, de las llamadas de ofrecimiento de beneficios personales y empresariales por la inestimable colaboración a la red. Del destrozo de los derechos que interesan de quien interesan, y todo ello mientras aparecen como defensores a ultranza del régimen constitucional y de la Carta Magna de cara a la opinión pública, aprovechando con recurrencia la vulnerabilidad y el desconocimiento de las masas.
En ese escenario de hedor hay quien se mueve como pez en el agua, aunque alguno, por cuestión de dimensiones, sabedor que quedaría atascado en los pasadizos, envía a peones que hacen el trabajo sucio; quizá procede un “réquiem” por el tiempo perdido en el mundo del deporte, donde se hizo de todo menos sudar la camiseta para ganar forma con valores, nobleza, juego limpio e inoculación de una dosis de espíritu olímpico.
Es momento de abordar de una vez por todas la limpieza de las “redes de saneamiento”. En este ámbito es fundamental contar hechos ciertos, porque recibir información veraz es un derecho, el único con el que se puede adquirir el conocimiento y por ende la exigencia de transparencia, que al final es el único detalle que puede situarnos a todos en un plano de igualdad en todos los ámbitos.
El sistema está atascado, sí. Lo primero a dilucidar es quién procura los taponamientos y/o abre las vías de escape (son los mismos), porque cuando lo consideran y precisan, fluye, para volver a colapsarlo si resulta urgente a sus intereses. Aceleran o detienen los tiempos y las resoluciones (incluso las procesales), lo cual no es sino una apariencia democrática y una estafa a la soberanía.
En España la democracia no es plena, ni defectuosa, simplemente no es nuestro sistema, porque es una mera apariencia desde hace décadas. Son muchas las ocasiones en que la Ley y el Derecho son insuficientes frente a la “intervención”, situando a la Constitución como un papel mojado que lo soporta todo, pero que aplica o no dependiendo quien se la juegue, lo cual implica que hacen trampas.
Trampas al estado de derecho, a todos y cada uno de los ciudadanos de este país, incluso a los propios tramposos que juegan con las cartas marcadas en cada alcantarilla de las que manejan, por las que salen y entran sin que nadie los vea, o al menos, eso creen.