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Pocoyó, Crocodoc y el pinchacito

04 de Febrero de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Queridos niños, Crocodoc ha hablado. El simpático doctor cocodrilo que protagoniza la serie producida por RTVE y retransmitida a través de Clan, el canal infantil, ha comenzado una campaña para explicar a los más pequeños los beneficios de la vacuna del Covid y animarles a ponérsela sin miedo.

Durante un mes, los amigos del canal colaborarán con divertidas piezas sobre este tema, en las que no faltarán personajes entrañables como el conocido y querido por todos Pocoyó. Todos ellos unirán sus fuerzas para que los niños españoles, de más de cinco años, acudan raudos a pedir a sus progenitores que rápidamente concierten una cita en el vacunódromo porque, si sus personajes preferidos ya han probado el “pinchacito” (como han llamado a la inoculación), ellos no querrán quedarse atrás.

Esta campaña no es otra cosa que la continuación (y adaptación para los más pequeños) de aquella que el pasado mes de diciembre inició el Ministerio de Sanidad a través de un video, también entrañable, en el que los actores infantiles que actuaban en él, locos de contentos por haberse abierto la vacunación para su franja de edad, decían cosas como que ellos iban a vacunarse para “abrazar sin límites”, para “ayudar a acabar con el virus”, para “proteger a las personas mayores”, porque “depende también de mí” o para “volver a jugar sin topes”. Y terminaba con la frase “¡yo regalo vida!”, voceada al unísono.

Dejando a un lado las disquisiciones filosóficas sobre la procedencia o no de esta clase de iniciativas por parte de los poderes públicos, me gustaría centrarme en aquello que, con relación a los menores, establecen los convenios internacionales y, en concreto, el más importante en este ámbito, la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, aprobada por la Asamblea General el 20 de noviembre de 1989.

Este texto, en su artículo 3, dice literalmente que “en todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los órganos legislativos, una consideración primordial a que se atenderá será el interés superior del niño”. Y el 17, que “los Estados Parte reconocen la importante función que desempeñan los medios de comunicación y velarán por que el niño tenga acceso a información y material procedentes de diversas fuentes nacionales e internacionales, en especial la información y el material que tengan por finalidad promover su bienestar social, espiritual y moral y su salud física y mental”.

A lo que yo me pregunto, ¿la vacunación de los niños se realiza en su propio beneficio? ¿Atendiendo al interés superior del menor? Porque, de todas las consignas que se verbalizan en el video del Ministerio de Sanidad, ninguna de ellas habla de la necesidad de vacunarles para protegerles del virus. Tienen que inocularse, dice el video, “para proteger a los mayores” o “para volver a jugar sin topes”. Pero ¿y su salud? Si en ningún momento se dice que la vacuna sirve para prevenir que enfermen gravemente por causa del Covid, ¿cuál es la razón última de incitarles al “pinchacito”?

La realidad es que los datos no avalan la necesidad de la vacunación infantil para proteger a los niños. Puede que sí para otra cosa, para “ayudar a acabar con el virus”. Habrán de ser los expertos, todos, los mediáticos y los silenciados, quienes lo determinen. Pero lo que está claro es que, con los datos a la vista, la probabilidad de que un niño enferme gravemente o fallezca por causa del Covid es extremadamente baja.

Según el último informe del Instituto Carlos III (organismo público de carácter autónomo adscrito al Ministerio de Economía y dirigido por el Ministerio de Ciencia e Innovación), desde el 22 de junio de 2020 hasta el 9 de junio de 2021, es decir, sin vacunas, se ha constatado que los menores de 19 años (ni siquiera menores de 11) fallecidos en España como consecuencia del Covid ascendieron a 22, mientras que los ingresados en la UCI fueron 229. De forma que, de dicho informe se puede concluir que la tasa de mortalidad por Covid en España de los menores de 19 años en el año analizado ascendió a 0,00023 y la tasa de hospitalización a 0,0024.

Las matemáticas hablan por sí solas. Pero es que, además, si se tiene en cuenta el hecho de que la vacuna del Covid es reciente y que, precisamente por ello, sus efectos secundarios a medio o largo plazo no se pueden conocer, ¿no sería más adecuado actuar con prudencia a la hora de decidir vacunar o no a nuestros hijos?

Es posible (y ojalá que así sea) que no haya ningún efecto secundario. Por el bien de todos, de los padres, de los niños y de los impulsores de las campañas de incentivación de la vacunación infantil. Aunque podría haberlos. De hecho, ya los ha habido con carácter inmediato. Algunos casos, pocos, de miocarditis o pericarditis. Un hecho objetivo y constatable que debería ser más que suficiente para pararse y reflexionar.

La prueba está en que muchos padres, cuando fueron llamados a inocularse, acudieron sin dudarlo a ponerse la primera y la segunda dosis. Sin embargo, cuando ha llegado el momento de vacunar a sus hijos, este entusiasmo ha sido sustituido por la reticencia, motivada ésta por un sentimiento natural en el ser humano, cual es la cautela en todo lo que atañe a la salud de sus hijos.

En resumen, si la vacunación de los niños no se realiza en su propio beneficio, como cualquier otra medida que se tome con relación a estos, puede que se estén vulnerando sus derechos reconocidos por las Naciones Unidas. Cuando se trata de éstos, nada, excepto su salud, importa. Ni abrazar, ni acabar con el virus, ni jugar, ni incluso los mayores. Sólo los niños.

Sólo los niños importan.

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