Las elecciones autonómicas de Galiza, Euskal Herria, Comunidad de Madrid y Andalucía vinieron a ratificar la tendencia generalizada de retroceso electoral de PODEMOS y sus Confluencias. Esta situación abrió un periodo de críticas y malestar entre cargos públicos, orgánicos y militantes ante lo que se interpretaba como un rotundo fracaso del proyecto PODEMOS. Las miradas incluso se orientaron hacia aquellas escisiones que habían dado lugar a otros partidos políticos nuevos o compañeros puntuales de procesos electorales que, por diversos motivos, ya no lo eran. El ambiente era de ruptura total del consenso que el propio PODEMOS había hábilmente promovido desde 2016 y que, por desgracia, en las EEMM de mayo de este año venían a demostrar el plof final de un periodo histórico de la política del Estado que PODEMOS había protagonizado.
PODEMOS irrumpió en la vida institucional como un auténtico cañón (equiparable, por ejemplo, a la zurda de Pernía). En los dos años que van desde su fundación hasta las EEGG de 2015 pasa de prometedora fuerza política de la izquierda alternativa a echar un pulso electoral al PSOE (se queda a 374mil votos de sorpasarlo). En este laborioso camino PODEMOS y sus dirigentes logran canalizar el malestar del 15M para convertirse en su partido de referencia y, de paso, aislar a IU hasta denostarla a fuerza política menor del Régimen (después cambiarán de parecer).
A partir de PODEMOS la vida política e institucional cambia por completo. Los Mass Media le dan al citado fenómeno un lugar en sus informativos y programas hasta que, proceso tras proceso, se convierte en una amenaza real. Es entonces cuando comienza una campaña de desprestigio, hostigamiento, espionaje y persecución contra sus dirigentes más representativos. Es también el momento en el que los medios de comunicación y las instituciones públicas (controladas por el PP) hacen que PODEMOS pase de movimiento representativo del 15M a un partido político de la izquierda radical cuya financiación estaría vinculada con el narcotráfico o el terrorismo.
Los ataques contra esta fuerza política coinciden con la estrategia de las Confluencias para afrontar con el mayor éxito posible los procesos electorales venideros. La fórmula es bien sencilla: si como PODEMOS se puede aspirar a sorpasar al PSOE y ser determinantes en el gobierno del Estado, con la suma de los votos de la vieja izquierda del régimen, como por ejemplo IU, se deben lograr mejores resultados.
El punto de inflexión se produce en la repetición electoral de 2016. Para entonces PODEMOS decide poner en marcha un ambicioso plan de Confluencia bajo la denominación UNIDOS PODEMOS que aspiraba a convertirse en la segunda fuerza política del Estado. El recuento vuelve a dejar al partido como tercera fuerza, a otros 374mil votos de sorpasar al PSOE, y con un más que cuestionado proceso de Confluencia a uno y otro lado del espacio político recién creado hasta que, por desgracia, comienza a fracturarse y debilitarse ¿por qué?
PODEMOS olvidó hacerse fuerte en los territorios a través de las Asambleas locales y de Barrio en las ciudades. Tener implantación y crear estructura propia es fundamental para construir un proyecto político de largo recorrido. A cambio de ello decidió respaldar a “partidos independientes” (las conocidas marcas blancas de PODEMOS) que dieron lugar a los Ayuntamientos del Cambio (duraron apenas 2 legislaturas). Además, cuando decide iniciar el proceso de Confluencia también olvida que unos días antes había una fuerte “pugna dialéctica” (lo voy a dejar así definido aunque algunos comentarios, argumentos y enfrentamientos daban vergüenza) entre cargos públicos que se hicieron extensibles hacia militantes. Esta situación
fue cerrada en falso y muchos simpatizantes y militantes (incapaces de superar debates que pasan al plano personal) se bajaron del proyecto sin haber arrancado. Y, por último, las Confluencias se estructuraron con un marcado objetivo electoralista que de no cumplirse (pasar a ser segunda fuerza política) convertían cualquier resultado en un rotundo fracaso que, en manos de los más críticos con dicho proceso, lo acabaría haciendo zozobrar.
Así las cosas, y bajo un contexto de fragmentación del espacio de las Confluencias y cuestionamiento de la estrategia electoral, se mantiene una marca electoral que nunca termina por cristalizar en un proyecto político. Existe un discurso escenificado por sus dirigentes en las instituciones y los medios pero, de cara a los militantes y simpatizantes, se carece de espacios propios para el debate y la integración del discurso en su realidad local y vital. Dicho de otra forma, no se hace partido porque aún se piensa, erróneamente, que el ambiente emocional del 15M perdura en las gentes y para la incorporación progresiva de votantes basta con los discursos televisados, ser activos en las redes sociales y aglutinar al resto de partidos políticos alternativos. Partidos que, por cierto, se dejan llevar por la estrategia de PODEMOS porque hasta el peor de los resultados electorales de las Confluencias superaban con creces los obtenidos en solitario.
La consecuencia de todo ello es el plof final de PODEMOS y sus Confluencias aunque, a cambio de ello y gracias al histórico trabajo de éstos, toma el relevo SUMAR como marca/proyecto que aspira a aglutinar a los partidos de la izquierda alternativa. En este nuevo espacio de Confluencia PODEMOS es un partido más, no la fuerza protagonista y aglutinadora, pero irremediablemente esencial para transmitir a SUMAR los errores de continuar reproduciendo la anterior estrategia. Es esencial que los dirigentes de PODEMOS y sus estructuras confluyan con naturalidad en un proceso de debate, reflexión y transmisión de experiencias para que SUMAR se constituya en un proyecto político o partido que deje atrás la idea de generar marcas políticas para cada proceso. El argumento para denostar a SUMAR no puede ser su equiparación con los resultados del PODEMOS cañón de 2015 porque vivir, electoralmente hablando, de los rescoldos del 15M es, tal y como han demostrado la repetición electoral de 2016, imposible.
La cuestión es bien clara, ya no se trata de letras o colores para atraer votantes sino, más bien, de consolidar la idea de unidad en torno a un proyecto político común de mínimos que permita ir creciendo poco a poco para que las clases populares se sientan representadas y sean determinantes en el devenir futuro del Estado español.