Los políticos traman, los ciudadanos pagan

Iría Salgado
30 de Junio de 2025
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Los políticos traman, los ciudadanos pagan

Tramas y más tramas de corrupción política: una epidemia crónica. Políticos de sonrisa fácil y cara de póker que prometen ética y transparencia mientras reparten favores, presupuestos y sobres. Autónomos, pequeños empresarios y trabajadores sentimos vértigo cada vez que miramos el calendario fiscal, sabiendo que la Seguridad Social y la Agencia Tributaria llegarán puntuales a cobrar… pero no así la prestación de los servicios públicos que sufragamos con nuestros  impuestos y que deberían facilitarnos la vida.

Los ciudadanos no pedimos privilegios, sino respeto y justicia. Queremos  gobernantes a la altura del esfuerzo que hacemos cada día para llegar a fin de mes y cumplir con nuestras obligaciones fiscales. No queremos seguir pagando impuestos para mantener a quienes han hecho de la mentira y la corrupción  sus estrategias para alcanzar y conservar el poder.

Pagaríamos impuestos con más convicción si tuviéramos un sistema sanitario que respondiera en tiempo y forma a las necesidades reales de sus usuarios. Si no hubiera que esperar semanas para ser atendido por un médico de familia; si no hiciera falta recurrir a favores para conseguir una cita con un especialista antes de que pasen meses —o incluso años—; si no nos viésemos empujados a recurrir a la sanidad privada porque ya no quedan ni fuerzas ni salud para seguir esperando por una cita en la pública; si las urgencias no fueran un lugar donde enfermos doloridos deben pasar horas y horas sentados en sillas diseñadas para estancias breves, pero nunca para quien está sufriendo. Una sanidad lenta, sin los recursos adecuados y que no apuesta por la educación sanitaria y la prevención, es una sanidad que no cuida, y eso afecta no solo a la sostenibilidad del sistema sanitario, sino también a la productividad del país.

Pagaríamos impuestos con menos frustración si las escuelas públicas fueran verdaderos espacios de aprendizaje y no engranajes que premian la memorización y castigan a quienes necesitan otro ritmo, otra atención o una evaluación distinta. Hay docentes que gritan, que reconocen ante los alumnos no querer estar ahí, que han perdido la motivación… y, por tanto, la capacidad de inspirar. Tenemos un sistema educativo que adoctrina en lugar de enseñar. La educación pública es un reflejo más de un sistema que no cuida ni a quienes enseñan ni a quienes aprenden.

Pagaríamos impuestos incluso con orgullo, si la justicia, uno de los pilares del Estado, no se desmoronara entre la sobrecarga, los retrasos y la precariedad. Juzgados colapsados, causas que se eternizan, ciudadanos que esperan tiempos poco prudenciales por sus resoluciones… Abogados del turno de oficio trabajando por cantidades irrisorias y en condiciones indignas, sin el reconocimiento ni los recursos necesarios para garantizar una defensa eficaz.  Una justicia lenta es una justicia que no llega y, por tanto, es pura injusticia y con ella se tambalea, también, la confianza en el sistema democrático.

Vivimos una lenta y anunciada desaparición de lo público. Los autónomos pagamos. Los empresarios pagan. Los trabajadores por cuenta ajena pagan. Pero lo público, aquello para lo que supuestamente pagamos impuestos para que nos proteja, cada vez responde peor. Hacemos malabares para asumir nuestras obligaciones fiscales trabajando más horas de las que la salud y la vida familiar permiten —renunciando al descanso, a la crianza de los hijos, al cuidado de los mayores y convirtiendo a los abuelos en padres—, al tiempo que surgen escándalos de corrupción política como mosquitos en verano.  Desde los años 80 hasta hoy —y seguro que no están todos— hemos visto desfilar el caso Flick, Filesa, Naseiro, Roldán, Ibercorp, Malaya, Gürtel, Nóos, los ERE de Andalucía, Púnica, el 3%, Taula, Kitchen, Pokémon, Mediador… y ahora, el de Ábalos, Koldo y Santos Cerdán.

Mientras el dinero público sostiene a políticos corruptos, demasiados españoles llegan a las cinco de la tarde sin haber comido, intentando trabajar, conciliar… sobrevivir sin perder la dignidad. Millones viven en piloto automático, con estrés y ansiedad porque, aunque trabajen, no pueden asumir el pago de la hipoteca, de la alimentación,  de los servicios básicos…, tienen que tener varios trabajos por necesidad, no por ambición.

Los ciudadanos no precisamos estrategias para mantenernos en el poder, sino para resistir sin perder la esperanza. La esperanza de que algún día se gobierne con honradez, sentido común y verdadero compromiso con lo que nos une: lo público. Lo triste, el problema:  la desconfianza. Todo lo relacionado con la política y sus actores ya huele a podrido, lo esté o no.

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