El fin de semana, los debates en el Congreso de los Diputados nos han ofrecido un patético espectáculo, en el que numerosas fuerzas políticas practicaron un nefasto ping-pong revisionista del pasado: “ustedes hicieron esto”, “pero ustedes hicieron esto otro”; “ustedes dijeron una cosa y luego otra”, “pero ustedes hicieron tal cosa que fue mucho peor”, etcétera. La sede parlamentaria se convirtió en la mesa de juego de dos bandos que se replicaron estériles reclamos, interminables chicanas, mala política.De un lado, un grupo de partidos de derechas cada vez más alejados del centro. El discurso del líder del Partido Popular, otrora fuerza moderada europeísta, se mimetiza con el discurso de Vox, el neo partido anti-liberal, la sorpresa de las elecciones de noviembre, que por momentos pareciera llevar la voz cantante de la oposición. Y Ciudadanos, que desde 2014 se había presentado como un partido liberal de centro y buscaba el beneplácito de Guy Verhofstadt y de Emmanuel Macron, despreció una posibilidad de coalición con el PSOE, se alió con Vox a nivel municipal y autonómico y perdió el sostén de los liberales europeos (y el de casi el 60% de sus votantes), precisamente por haber abandonado el centro.Del otro, una coalición un tanto resignada, acaso artificial, con un programa progresista pero que deberá satisfacer voluntades muy distintas, en especial geopolíticas, todas a la vez, y cuya fragilidad no puede pasar desapercibida, con solo uno o dos votos más de apoyo que de rechazo y dependiendo de la abstención de varios partidos. ¿Es esta la coalición ideal? Seguramente no, pero es la única posible.Pedro Sánchez sabía que su investidura no iba a producirse el domingo, porque en la primera votación es necesaria la mayoría absoluta, con la que no cuenta.El éxito de Pedro como secretario no se ve reflejado en su performance como líder: ganó la secretaría del PSOE, pero su arrogancia lo llevó a nuevas elecciones - cuyo resultado, a su vez, lo obligó a formar una coalición que había rechazado hace unos pocos meses.El primadonnismo de Pedro y el subsiguiente voto de noviembre no debilitaron especialmente al socialismo, que perdió poco menos del 3% respecto del voto de abril, pero fortalecieron formidablemente a Vox y en menor medida al PP, a la vez que atenuando significativamente a Unidas Podemos.Curiosas contradicciones de la política: volver a ganar, aunque dependiendo de un aliado (UP, ahora más débil) y con enemigos más fuertes que en las elecciones pasadas.Por otra parte, el PP, Ciudadanos y Vox acusan al socialismo de incumplir con sus promesas. Pero con este Congreso, el PSOE no puede hacer otra cosa que aliarse con los partidos que acepten redactar un programa. Sí, aunque Pedro haya dicho lo contrario.Cada una y cada uno de los diputados que gritaban cuando exponía uno del grupo contrario sabe que la alternativa a un gobierno PSOE-UP es la ingobernabilidad. No se puede convocar al electorado a expresarse una vez más, tres veces en dos años, para tener una situación institucional cada vez más pantanosa.Desde el punto de vista político, ¿es sostenible que el partido que gana las elecciones no encabece un gobierno? Probablemente no. Y hay que formar un gobierno, hay que redactar un programa. Los partidos europeístas deberían demostrar que ya está bien de politiquería tacaña, que España realmente les interesa más que estos obstáculos eventuales, y entrar en el gobierno, redactar un programa común, llevando sus propias propuestas, dar un ejemplo de convivencia política sensata. En otras palabras, hacer política.Quizás, en las próximas elecciones generales, los partidos se den cuenta de que el Parlamento no es un bar desde cuyo estrado se exponen continuas y miserables ironías, sino una sede institucional común a todos, que hay que respetar, en la que cada diputada y diputado representa a un trocito del electorado, y donde los representantes son llamados a encontrar soluciones. Y por que España necesita salir de esta inmovilidad cuanto antes, es necesario apoyar a este gobierno.
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