Son muchos los cambios e innovaciones que se deben realizar para que realmente se produzca la regeneración democrática en nuestro país. Por ejemplo, la ley electoral que nos viene rigiendo desde el comienzo de la Transición, incluida las primeras elecciones generales de junio de 1977. Fue diseñada en los estertores del franquismo y guarda reminiscencias de ese nefasto régimen. Una de las principales personas que jugó un gran papel en su consecución fue el fascista Manuel Fraga Iribarne, fundador de Alianza Popular y posteriormente reconstituida en el actual Partido Popular, al que pertenecían gran parte de los dirigentes de Vox, entre muchos otros su principal jerarca Santiago Abascal. Por eso, no es de extrañar la afinidad de estas dos organizaciones políticas.
Ya, y en lo que respecta el valor de los votos dependiendo de las provincias, su diferencia es muy desigual e injusta. Así, por ejemplo, para la consecución de un escaño en provincias muy pobladas: como entre otras Madrid y Valencia, se necesita la obtención de 96.175 y 93.103 votos respectivamente. Mientras que en el lado opuesto provincias poco habitadas, necesitan muchos menos votos como Teruel 24.765 y Soria 23.449.
Es evidente, la necesidad de reformar o mejor aún, desarrollar una nueva ley electoral, que sea mucho más democrática, participativa y justa. En ese sentido, como hemos visto recientemente en los ejemplos de las elecciones del Reino Unido que cuenta con 650 distritos electorales y de Francia con 577. Esto hace que los electores y el electorado se sientan más unidos, por la inmediatez de sus distritos y, en consecuencia, de sus representantes institucionales, que deben desarrollar su actividad política en contacto permanente con sus vecinos. Muy diferente a lo que ocurre en nuestro país, que, cuando único vemos a los políticos que se presentan a las elecciones, es en las campañas electorales, para hacernos todo tipo de promesas y después de ser elegidos, como se suele decir: ”si te vi no me acuerdo y hasta la próxima”.
En los sistemas del Reino Unido y Francia ganan las circunscripciones de los distritos una sola persona, la que obtenga más votos. En consecuencia, los partidos políticos se ven obligados a presentar como candidatos a las personas más respetadas y apreciadas por sus vecinos y no como aquí, que en la mayoría de los casos, los candidatos son auténticos desconocidos y sin méritos, experiencia o capacidad que les avalen. Además, y debido a que la ley electoral se lo permiten, pueden perpetuarse en los cargos, engrosando como casta la cuota de políticos profesionales.
Aparte de dotarnos de una nueva ley electoral, para profundizar en la regeneración de la democracia, se tendría que complementar con leyes que motiven a la participación, como la de los referéndums, para que estos se realicen de forma normal mas frecuentemente. Lo mismo tendría que ocurrir con la ILP (Iniciativa Legislativa Popular), ofreciendo más facilidad a la ciudadanía para poderlas realizar. Los apoyos al respecto logrados en sus correspondientes reivindicaciones, para hacer una democracia con más alicientes y participativa, se deberían contabilizar y tener la misma validez, que los emitidos por los votos de los parlamentarios.
Para que el conjunto de nuestro país no esté a expensa de los nacionalismos y Canarias de los insolidarios insularismos que, deliberadamente y a través de las oligarquías isleñas nos dividen y enfrentan. Las leyes electorales tendrían que contemplar que, el ámbito de los partidos políticos que se presentan a las elecciones, debería ser igual al de los territorios a ser gobernados.
Tenemos muchas (demasiadas) instituciones inútiles: Senado, diputaciones, cabildos insulares, Consejo de Estado, Tribunal de Cuentas, Defensor del Pueblo y todos sus homólogos territoriales y con sus tantos cargos públicos y de libre disposición, para mantenerlas se emplean en las mismas grandes presupuestos, necesarios para invertirlos en servicios públicos de calidad: Sanidad, Educación, Cultura, Dependencia, Socio Sanitarios, etc. Y, sobre todo, para mejorar las rentas de las personas más humildes y desfavorecidas. Estos componentes son de los más necesarios, si de verdad se quiere regenerar la democracia.