Hace poco me presenté en urgencias, animado por un problemilla que resultó ser nada, pero que llegó a asustarme, como a todo el mundo le ocurre a veces (¿verdad?), cuando no entendemos lo que sucede y nos negamos a esperar. De modo que allí me ubiqué, entre jóvenes tosientes, personal que, en apariencia, como yo les debía parecer a ellos, no sufría ninguna urgencia propiamente dicha, merecedora del servicio en cuestión. Aunque también, por supuesto, pude hallar a los mayores acostumbrados, verdaderamente jodidos, ante los cuales me invadió un sentimiento de “¿qué hago yo aquí?”. Me reconocí del todo fuera de lugar, egoísta, preocupado en exceso por mi culo y la suerte que podría correr en las próximas horas, en lugar de afrontar el presente más inmediato y largarme, desertar en busca de ventura, compañía y alguna cerveza. Eso habría sido lo mejor, para mí y el resto de personal que verdaderamente precisaba asistencia urgente: un cinco por ciento de los que estaban allí, calculo.
No sabéis el asco, en línea con este sentimiento, que me provoca ese asqueroso palabro, ahora tan de moda: “preparacionismo”. Se dice que los alemanes y tales o cuales buscan restablecer el servicio militar obligatorio, que los preparacionistas se preparan ante posibles, al igual que los papelhigienistas, aquellos que corrían, miserablemente, llenando carritos de sucio papel higiénico (a ver si aprenden a usar el bidé, señores). Se habla del primer pie en Marte, del restablecimiento de las visitas a la Luna, de no sé qué estaciones y hasta colonias espaciales, del preparacionismo y la cultura militar, en lugar de cuidar la Tierra, vivir el presente, crear en el presente, disfrutar al máximo y dejar de producir armas. Todo se reduce a un puñetero negocio de infelices, de psicópatas ultratecnologizados. Y si finalmente estallara ese “gran conflicto” que tanto ansían periodistas, políticos y empresarios, la masa boba iría a combatir, cegada, borreguil y enmascarillada, y grabaría con su móvil sus hazañas bélicas, y las subiría a las redes y llevaría a cabo el acto guerrero de la misma, idéntica forma que ejecuta sus pasatiempos, sus salidas de sábado noche, sus turisteos, cenas de empresa o jornadas laborales, con igual ausencia de sentido, lejos del momento, de la realidad, incapaz de valorar en su medida un orgasmo, una fotografía, una humillación, un degollamiento.
La masa, obsesionada con proteger su culo y controlar su círculo, ha perdido toda noción de lo que realmente pasa a su alrededor, de lo que lleva y se lleva a cabo. Autómata en extremo, se sirve de unas herramientas controladas por el Gran Lobby, como el miedo a esa guerra en la que participaría, en la que YA están participando algunos, potentados o no, mientras practican su miserable, egoísta, ridículo preparacionismo. ¿Hay forma más lamentable de morir que escondido entre rollos de papel higiénico y latas de fabada? ¿Por qué no os preparáis para la paz, combatiendo el miedo y la desinformación, promoviendo la deserción y el desarme, en lugar del atrincheramiento ratonil?
Os detesto, «preparacionistas» y voceros afines. Representáis el espíritu del egocentrismo, de la ruindad y la locura. Merecéis caer los primeros, llegado el caso. Allí estaré yo y muchos otros, desertores freelance, para vaciaros, a mano armada de lo que tercie, el frigorífico, la despensa y el ropero, y para limpiarme el culo a fondo, qué duda cabe, con vuestros inútiles teléfonos inteligentes para idiotas, en los cuales encontráis los miserables argumentos para seguir ahí, acumulando, amontonando drones, fusiles, conservas y balumbas de toda naturaleza, que os llevarán a morir un poquito más tarde, quizás, como ratones en sus podridos agujeros.
Pdta: mi más sincero escupitajo para esos medios de desinformación que alimentan la noticia, el mito y la estupidez de los preparacionistas, así como la “inminencia” de una “gran guerra”, esa que parecen pedir a voces. Moraleja: Haz el amor, y apaga las pantallas; esta también, ahora.