Los españoles y españolas asistimos con pavor al reciente ¿debate? sobre financiación autonómica sin saber muy bien qué es lo que nos estamos jugando, así como las consecuencias que este nuevo sistema de distribución tiene para lo que todos y todas conocemos como España. La idea que se está planteando es que los recursos finales por habitante no alteren la posición de los territorios conforme a su capacidad fiscal, lo que se conoce como Principio de Ordinalidad, según el cual no tiene mucho sentido que las regiones más pobres, receptoras de ayuda por parte de las más ricas, terminen siendo igual de ricas que las que les ofrecen la ayuda, porque si no estas regiones estarían perdiendo, gilipollescamente, una grandísima ventaja competitiva, y, sus habitantes, una parte importante de su bienestar para que otros estén igual o mejor que ellos, a su costa. Es decir, el Principio de Ordinalidad (por encima del Principio de Solidaridad) lo que pretende es que los más ricos siempre sean más ricos (que para algo se lo han ganado...) y a los más pobres ayudarles lo justo para que vayan respirando (…y compren y consuman los bienes y servicios que producen los más ricos). Así pues, el acuerdo con Cataluña recoge que los catalanes pagarán un cuota por los servicios que aporta el Estado (la defensa del territorio, por ejemplo), y otra cuota, mucho más pequeña que hasta ahora, en solidaridad con las regiones más pobres (el mercado donde ellos venden sus productos). Como este sobrante estará sujeto a las circunstancias propias de la Comunidad donante, eso significa que se dará algo, si sobra. Que levante la mano el que crea que darán dinero en el largo plazo. Darán algo al principio (poco) y muy pronto no darán nada porque todo serán excusas para justificar que no hay dinero en la caja para ser solidarios. Se siente. Esto es lo que ocurre cuando el bienestar propio depende pasivamente de la benevolencia de un donante: que el donante se cansa. Nadie puede ser eternamente benevolente, o solidario.
Las cifras de las que se habla resultan ser lo menos importante, pues cambian en función de quién haga los números. Lo más importante es el profundo cambio en el modelo de Estado que se está haciendo sin que los españoles y españolas lo entiendan, y sin que, aquellos que lo entienden, lo acepten.
Este embrollo tiene varias claves. La primera es el poco entendimiento que se tiene del Principio de Proporcionalidad en la contribución solidaria de las regiones más ricas a la caja común, o a la misma proporcionalidad en el pago de los impuestos por parte de las personas físicas. El motivo por el cual debe pagar más el que más tiene es que, de manera indefectible, el que tiene más es porque detrae más recursos de la sociedad en donde vive y realiza sus actividades, y es por ello muy natural que contribuya proporcionalmente a su mantenimiento. A aquellos que dicen que en España se pagan muchos impuestos solo hay que responderles que en Bangladesh, Nigeria, Mali, Paquistán o Guinea Conakry, se pagan muchos menos impuestos. Pueden irse a vivir allí cuando quieran. Por el contrario, en sitios como Noruega, Holanda, Francia o Alemania se pagan más impuestos que en España; comparen el nivel de desarrollo. Es decir, aunque pueda no parecerlo, las regiones más ricas se benefician más del hecho de pertenecer a España que las regiones más pobres. Por eso deben contribuir algo más al mantenimiento de España y al desarrollo de esas regiones que, precisamente, compran y consumen los bienes y servicios que ellos producen.
La segunda cuestión tiene que ver con el hecho de que cuando se instauró nuestro sistema autonómico basado, entre otras cosas, en la solidaridad de las regiones más ricas con las pobres, se hizo partiendo de la base de que poco a poco, y debido a esas ayudas, las regiones más pobres fueran equilibrando sus parámetros económicos e igualando su PIB con el de las regiones más ricas (vertebración). Sin embargo, a día de hoy, y de manera inexcusable, las regiones más pobres siguen siendo más pobres. Es inaceptable. Fijémonos en Irlanda. En solo unos pocos años ha pasado de ser pobre a ser rica. El cómo lo han hecho es lo de menos, lo importante es que es posible convertirse, si una región se lo propone, en una potencia tecnológica, o agrícola, o industrial, o turística… etc. Esto no se ha hecho y se ha estado viviendo cómodamente de la solidaridad de unas regiones que están hartas de ser solidarias. Hay que entenderlo también.
La tercera cuestión, y no por ello menos baladí, es el fuerte tufo antidemocrático y antisocialista de estas negociaciones y acuerdos que alteran la estructura y naturaleza del Estado convirtiendo a España, no ya en un Estado Federal sin comerlo ni beberlo, sino en un Estado Cuasiconfederal. Si a lo que vamos es a un sistema en el “cada perrico se lama su pijico”, y a quien “Dios se la dé, San Pedro se la bendiga”, en donde haya un ¿idioma común? y un, eso sí, sistema de defensa común (ejercito), estamos ante un Sistema Cuasiconfederal. Un sistema en el que, Estados Independientes, con importantes lazos comunes llegan a acuerdos internacionales (equis) entre ellos, pero son países independientes con potestad casi absoluta sobre su territorio, sus ingresos, y sus políticas. Eso ya no es España. Eso es otra cosa.
Es profundamente antisocialista establecer diferencias entre las personas que atentan contra la igualdad de oportunidades; asimismo, es profundamente antidemocrático hacer recaer decisiones de semejante naturaleza en los representantes sesgados y apesebrados de los ciudadanos y ciudadanas (los y las diputadas) unas decisiones en las que les va la vida al conjunto de los españoles y españolas. Estas cosas se explican en campaña. Se hace un profundo debate y después un plebiscito. Y si los españoles y españolas deciden que quieren que España sea otra cosa diferente a lo que es, pues muy bien, adelante. Pero nunca jamás este tipo de decisiones a espaldas de la ciudadanía con el espurio argumento de un debate y votación en el Congresos de los Diputados, donde te van a apoyar una mayoría de personas que no tienen donde caerse muertos, y cuyo estómago agradecido se lo debe todo al que los puso ahí, que no fueron los y las ciudadanas, sino quien controla las listas electorales.
¿Puede el Socialismo ayudar a resolver esta cuestión? Por supuesto; de hecho, es la única solución. Socialismo es el conjunto de la crítica que yo he hecho en este artículo, y socialistas las políticas que derivan de él: transparencia y honradez en el discurso. Sinceridad absoluta con la ciudadanía. Igualdad de oportunidades entre todas las personas de este mundo como principio rector. Justicia social. Solidaridad personal, e interterritorial. Y por qué no decirlo, orgullo y confianza en nuestro país. No es cierto que lo que es bueno para Cataluña sea bueno para España; es al revés: lo que es bueno para España, es bueno para Cataluña. Un saludo a todo el mundo.