Estamos asistiendo desde hace décadas al desmantelamiento de la Enseñanza como actividad intelectual; conste que separo aquí el trabajo de la Primaria (ojalá estuviera volcado en las Neurociencias y la Pedagogía) del de la Secundaria, especialistas en sus materias. Lentamente, las sucesivas Leyes Orgánicas (hoy no sabe ni Dios cuál rige exactamente) han ido despojando al profesorado de lo que era su dignidad profesional e intelectual (de la económica no hablamos, que somos muchas): la Libertad de Cátedra consagrada por la Constitución.
Que una Ley consensuada por un Parlamento diga qué contenidos se han de estudiar para garantizar una formación parece lógico; que exprese sus deseos acerca de lo que se debe conseguir, parece menos lógico pero es asumible; decir a la profesora qué y cómo y cuándo y depositar sus decisiones en una página web, con no sé qué pruritos de una objetividad que todos sabemos que no existe, es quitarle su capacidad profesional y convertirla en una tramitadora de títulos.
Si las autoescuelas exigieran estudios, comprensión y perfecta conducción las empresas automovilísticas se arruinarían, el trasporte no te digo, todo estaría más tranquilo y menos contaminado pero ay, la pasta manda. Ok. A tramitar permisos de conducción, de armas (¿quién corregirá los tests psicológicos?), de manejo de sustancias peligrosas, de alimentos, de pesca, de caza... no me quejo, pero ¿es la Enseñanza un dispensador de permisos?
La Inspección Educativa sabe de sobras que en el gremio nadie cumple las Leyes, perdón, que todos las cumplimos y casi nadie nos las creemos. Esa gilipollez ingeniosa de las “situaciones de aprendizaje” no es más que lo una buena docente ha hecho, hace y hará y se llama dar clase, anclando lo que se aprende a la realidad vital (no puede ser de otra forma); obligar a reglamentarla, a compartirla públicamente, a ejecutarla con plazos y a depositar en una tabla “competencias clave” a desarrollar a través de “descriptores operativos”, vinculándolas otras “competencias específicas” de la materia con unos “criterios de evaluación”, con claves numéricas, letritas y demás verborrea pseudotécnica de apariencia matematizante es una cagada [sic] del tamaño del Titanic.
Yo rellenaré cuadrículas, cortaré, copiaré o, como hacen los nuevos, pediré a las IAs que me desarrollen esos trabajos (eso sí, advirtiendo al alumnado que están prohibidas), pero al final un grupo humano se controla con la personalidad (imposible de garantizar) y la capacidad para despertar el interés en lo que explicas: no hay fórmula, pero está claro que el conocimiento de la materia sí puede garantizar algo... Hace décadas que el profesorado no tiene ningún estímulo profesional vinculado a la formación (salvo que llamemos formación a los cursillos recurrentes de inglés y de actualización de los deseos de las leyes, que en nada repercuten en las clases prácticas), no hay carrera profesional (hasta este año no había conseguido nunca ir con permiso como ponente a un acto cultural), no hay revistas científicas relevantes como foros de investigación, de hecho sólo te consideran investigador a efectos de permisos y ayudas si te dedicas a esas pseudoactividades curriculares...
El sentido común impele a que preguntemos, a que nos asesoremos con artistas, literatos, científicas, ingenieras, arquitectos, matemáticas, filólogos, historiadoras... de prestigio máximo cuáles han sido su métodos de trabajo para alcanzar esa excelencia profesional, ¿dónde están los currículos profesionales de nuestros pedagogos más allá de las endogámicas Facultades de Pedagogía y Magisterio?, ¿no estaremos engañando al alumnado y sus progenitores? Notaría, Fiscalía o una plaza de Ingeniera de Canales, Puertos y Caminos no sé si se aprueban con situaciones de aprendizaje...
El profesorado debe(mos) hacer una autocrítica en dos direcciones: hasta qué punto aumentamos continuamente nuestro caudal de información para poder atender la actualización permanente en nuestras materias (o adiós a la erudición), y ¿cómo es posible que llegados a esta situación, con programas mentirosos de la Administración asegurando reducir una burocracia que cada vez es peor, perdida la “Auctoritas” en todos los sentidos, cómo es posible que no exijamos a los sindicatos (¡sindiqué!) una Huelga General en el sector ya, con exigencias claras?
Sin una Enseñanza y una Educación públicas de calidad no es posible la democracia; quizá deberían empezar los politólogos sus sesudos análisis por aquí, la juventud ultrarreaccionaria no lo es por casualidad, años de abandono y de dejar intervenir en el sector a los usuarios (con todos sus derechos, por supuesto) han destruido ese antiguo “ascensor social”, expresión que hoy provoca más risa que orgullo. En una multitud de institutos de Andalucía es imposible dar clase, especialmente en la ESO, porque el analfabetismo funcional conlleva falta de capacidad ética (antes los docentes estudiábamos a Kohlberg, miren, miren).
Nada funciona, la inclusión de la chavalería con problemas es abandono monitorizado para evitar denuncias; la acción de la Orientación Educativa es heroica, ¿cómo se puede atender con un orientador a medio millar de adolescentes (sin querer dar los números reales)?; los servicios sociales ¿actúan en los centros salvo denuncias, qué prevención hay con la guetización progresiva de los extranjeros?; para qué sirve adjudicar un servicio de enfermería al alumnado si no puede hacer absolutamente nada y ni siquiera, en muchos casos, ha estado nunca en el centro?...
Mientras callamos y rellenamos esta patulea de papeles electrónicos en “nuestro móvil” (¡quieren geolocalizar nuestros dispositivos privados!) estamos hundiendo la democracia. Huelga ya, promueva el debate, docente, a ver si alguna vez actuamos con la independencia intelectual que debería caracterizarnos. Y todo esto lo sabe la Inspección, que calla y otorga, en vez de cumplir con sus funciones legales.