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Prótesis egógena comparativa-comentadora

09 de Julio de 2025
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Prótesis egógena comparativa-comentadora. Ego.

Hasta que la especie humana no aprenda a controlar y/o anular su ego y, con él, sus complejos, no habrá paz, ni respeto por el planeta, ni evolución posible.

La fiebre comparativa que dirige los anhelos, las alegrías y decepciones, el gasto, esa fiebre que levanta quimeras y conduce a eternas insatisfacciones, desembocando finalmente en la mayor forma de perder el tiempo: el comentario; esa fiebre comparativa-comentadora es, frontalmente, enemiga de la creatividad, de la acción, la decisión, la información, si se quiere, porque mantiene al sujeto en constante dependencia de los otros, alimentando su inseguridad, ofreciéndole autojustificaciones tan baratas como «ese lo hace peor que yo, de modo que yo no lo hago tan mal», cuando no puras y directas metamorfosis a la carta: «la realidad es como tú quieras que sea», con las consiguientes decepciones asociadas, porque la realidad, querida, es la que es.

El aspecto comentador de esta dolencia comparativa se salda con minutos y horas consagrados a elaborar una papilla de lo que para el sujeto constituyen «razones», cuyos emulgentes vienen a ser «indignaciones»; en otras palabras: simple necesidad de control y protagonismo de ese comentarista de comentarios que, en horario laboral, nada menos (lo que delata negligencia, abandono del puesto y hasta temeridad, según el oficio), viene a enfrascarse en una serie de piques con otros miembros de similar familia, todos anónimos (por supuesto), construyendo así una verdadera saga de mamarrachadas en colaboración, de ida y vuelta, donde ya la temática de la noticia, columna de opinión, video, libro o película de cualquier índole que suscitó el primigenio comentario quedó muy atrás, en completo olvido, consiguiendo el comentador usurpar el protagonismo de la cosa en sí. Ellos saben más que nadie (¡más de lo que el propio autor sabe de sí mismo, de lo que pretendía decir!), por eso malgastan esos minutos y horas de su remunerado empleo (público, en muchas ocasiones), y así descargan su ego y dan rienda suelta a los demonios de sus complejines. Llevar la razón, esa es la meta; ser el último en comentar: esa es la prueba irrefutable de victoria. La victoria del cretino.

Esta explosiva carga de caca mental que abulta las listas de comentarios se eleva a la enésima, en cuanto a su absurdez toca, cuando el ejercicio comparativo-comentador se produce en la esfera más íntima y personal, a través de las llamadas «redes sociales», por parte de pequeños, grandes y mayores, a tiempo completo y pagando, en la cama incluso, o cabalgando el inodoro, gracias a la prótesis egógena o «dispositivo inteligente», inseparable, al cuello, a modo de cencerro.

Si extrapolamos dicha actitud o patología a las relaciones internacionales, a la geopolítica, obtenemos los mismos, idénticos resultados de base: negligencia en cuanto al uso de tiempo y recursos más corrosión de las relaciones, todo gracias al ego comparativo, espoleado por los oportunos complejines. Ese es el espíritu de estos cuatro potentados con poquísima educación, nula prudencia y menos cultura que hoy gobiernan el mundo. Son lo peor, y están al mando, precisamente, como resultado de la devaluación de las humanidades y el adoctrinamiento general en la fórmula éxito = dinero, y viceversa. Se les ha dejado a su aire, consintiendo la brutalidad cortoplacista de sus métodos, y la mayoría de la población aún no parece distinguir los frutos de sus desaguisados. Quizás porque, en el fondo, la mayoría comparte molde.

Nadie se salva. Dota de poder y millones a cualquiera de esos comentaristas de comentarios, y dispondrás al instante de un tirano, presidente o reyezuelo, en toda regla. Aumenta considerablemente el poder adquisitivo de esos millones de redesociomaníacos anónimos, hambrientos de gadgets, coches-aparcamientos, viajes, piscinas (más agua) privadas, y destruirás el planeta, definitivamente, en dos días. Resta poder a la opinión ajena, esa que te escuece, a la presión colectiva, anula su influencia, boicotea su coacción mediante la supresión de tu puñetero ego, liberándote de lo que sobra, escuchando al otro sin interpretar según tu ego dictamine, quienquiera que seas y donde sea que vivas, y alcanzarás la paz, esa que, por lo visto, a nadie interesa, mientras porte un cencerro-prótesis-egógena inteligente al cuello, sin saber siquiera por/para qué lo hace.

Entrar al trapo solo conduce a la involución, y no hay excusa. Bienvenidos sean, pues, los apagones que neutralizan la infernal cacharrería y, con ella, las comparaciones y los comentarios de esta sociedad del «conocimiento» ideologizado, sesgado, siempre a favor del ego, por lo común, del más imbécil.

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