Llevamos unos días aciagos en que contemplamos con profunda preocupación que el ambiente social de algunas calles de Madrid se degrada cada vez más. Las manifestaciones para protestar por la amnistía son evidentes y el Ministerio del Interior empieza a actuar en proporción, por temer que este asunto se le vaya de las manos.
El malestar social es una cosa muy seria como para tomárselo a broma. Ahora es la derecha política la que mueve los hilos para alimentar el vandalismo que se produce. Las algaradas no serán preocupantes, mientras sea posible contenerlas, pero, si se desbocan, pueden llegar a la histeria colectiva. Esto no es permisible en una democracia.
Las cosas empiezan a desviarse inmediatamente después de las elecciones con la cantinela de que solo un partido las ha ganado y están dispuestos a asumir la toma de posesión que le corresponde. Este es un asunto incendiario porque en nuestra Constitución se dice que el Gobierno está en manos de la mayoría parlamentaria.
El rey se lo tomó con calma y puso la investidura en manos del PP, interpretando, quizás, que ningún partido disponía de esa mayoría. En el tiempo amplio que concedió para buscar, la oposición al actual Gobierno no pudo conseguirla y esto debería haber acabado aquí.
Sin embargo, no se aceptó, empezando a barajarse que los populares habían ganado en votos del pueblo y que ellos no han formado Gobierno, porque no han dado a los independentistas lo que pedían. Esto es solo una excusa para no apearse del burro. Si esta fuera la legitimidad democrática, en el caso de que otro partido llegara a gobernar por fuerza parlamentaria mayoritaria sería un gobierno ilegítimo.
Mantener tal posición es un peligro para la democracia, porque algún partido se puede radicalizar y defender barbaridades como que “la Constitución destruye la nación” y odio: “Sánchez muérete
Se ha hecho de todo: destrozos en mobiliario urbano y lanzamiento contra los antidisturbios de toda clase de objetos, quema de contenedores, sentadas, cortes de calles (Esperanza Aguirre no podía faltar aquí). En definitiva, Madrid ha sido un campo de batalla. Seguían gritos a favor de Franco, cantos del Cara al Sol, se pedía a la policía no cumplir órdenes ilegales, se informaba de que gaseaban a niños. Y Feijóo siguió el plan cansino: “el PSOE ha perdido las lecciones y el PP las ha ganado”. Dicho así la afirmación es falsa.
Las propuestas tan violentas las provocan grupos neonazis y la ultraderecha, pero el Presidente Feijóo no deja da animarlas como el primero con cualquier ocasión. También son responsabilidad de Marlasca, que las tiene que parar por mucho para insulten, es su obligación y más si no están autorizadas. El orden público hay que mantenerlo, porque los ultras son capaces de asaltar las instituciones más sagradas. Parece que la provocación va a continuar, ya se encarga de animarla el alcalde Almeida diciendo que los destrozos solo llegan a 2000 €. No me atrevo a decir hasta cuándo durarán, pero es fácil de adivinar. Continuarán hasta que consiguieron su objetivo central, el golpe de Estado. Sería la mayor vergüenza del siglo, pero es posible.
Y a todo esto, ¿qué pasa con la amnistía? Esta es la cuestión. Pasa que todavía no hay nada. Ni siquiera sabemos si nos iremos a unas próximas elecciones. Desde luego hay muchos que lo están deseando, incluso los que proclaman que siguen trabajando y trabajando. Esto parece un todo o nada. ¿qué más da que salte todo por los aires? Al fin y al cabo no sería la primera vez.
En definitiva, solo queda la alternativa. O los ultras conseguían dar el golpe de Estado buscado, o el Gobierno legítimo en funciones se decide a actuar con más contundencia, pero así no se puede seguir. Estamos llegando a las últimas consecuencias.
Creo que cuando tengamos un nuevo Gobierno esto se calmará un poco, pero no del todo. Los ultras se sienten seguros y el ambiente puede hacerse todavía más radical.
El cambio climático está modificando muchas cosas en nuestro país, pero el cambio político modificará muchas más. Mientras tanto, la economía está esperando, el paro también. La Sanidad y la Educación no van mucho mejor. El temporal tampoco se encuentra nada estable. La satisfacción de los ciudadanos no está ahora en las mejores condiciones. ¿Qué se puede hacer para que esto dé un giro hacia la normalidad?
Vale la pena que nos empeñemos en ello. Nos va en esto el prestigio como país y que el mundo nos contemple con posibilidad de perspectivas de futuro. Estamos en un buen momento para alcanzarlo. La oposición debería darse cuenta.