Por fin todo estaba en silencio. Los últimos vecinos habían abandonado la casa apenas cinco minutos antes. No hacía ni tres horas que la habían enterrado y ya la echaba de menos. Y eso que, ahora se daba cuenta, no la había visitado tanto como ella hubiera deseado. Una madre siempre está ahí, hasta que la pierdes y eres consciente, de golpe, que es tarde. Que deberías haber estado más atento. Que deberías haberla dejado menos tiempo sola. Que deberías haber hablado más con ella. Que la soledad es muy jodida y que sólo contaba las penas de vecinos y famosos porque era su forma de evadir el aislamiento. Que aquella tos crónica no podía ser una alergia y que los dolores de espalda no estaban justificados ni por el trabajo de su vida, ni por su escasa actividad física.
Ahora, sentado en aquella vieja mecedora en la que ella tantas horas había pasado tejiendo cojines, zurciendo calcetines, cosiendo sábanas, mientras la televisión era su único intento de tener compañía constante, se percata que nunca se había interesado por los problemas que su madre sufría, allí, sola en la casa de un pueblo en el que, como tantos otros, la mayor parte del invierno no eres capaz de ver un alma por la calle. Un lugar dejado de la mano de las administraciones dónde el médico ha dejado de pasar consulta semanal, para presentarse a la carta, dos días después de que des aviso y le cuentes a una operadora tus síntomas, quién decide si son graves o pueden esperar. Quién decide si te recomienda que te busques la vida para acudir a las urgencias, en la capital, a más de media hora de tu residencia o si te indica, según protocolo, que no te preocupes que en un par de días el doctor te visitará en tu propia casa.
Sentado allí, entre movimientos de vaivén, advierte que en su vida, lejos de allí, en la gran ciudad, tampoco siente la preocupación de sus vecinos quienes comentan que la cita en el ambulatorio para el médico es a siete días vista y que en las urgencias les atiende una enfermera en lugar de un doctor quién decide si lo considera de cierta gravedad, recomendar que se vayan a urgencias del hospital más cercano. Porque Carlos José, tiene poco más de treinta años y una salud que no ha necesitado hacer uso de la sanidad pública. Para él, el problema no existe. Como tampoco existe el problema de las mutuas que dan el alta médica a los trabajadores a pesar de no estar curados totalmente. Como no existe el problema de que te deriven a un centro privado que le cuesta el doble a la administración que si lo prestara el estado con sus medios, como servicio público, dónde además escatiman en pruebas que influyen gravemente en el diagnóstico, lo que en muchos casos puede provocar una muerte prematura.
Sentado allí, en la vieja mecedora de mimbre en la que su madre pasó media vida, mientras las lágrimas van raspando sus mejillas y se le clavan como cuchillas de afeitar en el alma, se da golpes de pecho por haber sido tan egoísta.
No hace ni un mes que celebraban el que sería el último cumpleaños de su madre. Buena comida, buena compañía, risas, recuerdos de la niñez, vecinos que ayudaban a su progenitora durante todo el año acompañándoles en la mesa,... Discusiones políticas sobre el abandono de los pueblos por las autoridades. Él, empeñado en discutirle a su tío Marcial que no se puede tener un médico en cada pueblo, ni urgencias en las comarcas, ni escuelas ni servicios públicos, porque no es rentable y el estado bastante hace con pagar millones de pensiones a señores mayores que, empeñados en su propio bienestar, deciden irse a vivir al pueblo en lugar de quedarse en la ciudad dónde tienen todos los servicios. Ahora se arrepiente. Pero ahora ya es tarde. Su madre no va a volver. Diez días después del cumpleaños, entraba en quirófano. Una caída tonta le había roto el fémur. Le pusieron una prótesis metálica que jamás utilizó. Dos días después de la operación, había entrado en coma. Le dijeron que no era normal. Parecía tener una especie de leucemia que no habían detectado hasta entonces. Un tac, reveló a los médicos que el fémur no se había roto en la caída sino que se había caído porque se le había roto el hueso debido a una metástasis de un cáncer de pecho no detectado porque a las mujeres de más de 65 años, ya no les hacen mamografías a no ser que el médico vea algo raro o tenga antecedentes. Y su madre los tenía, aunque no lo supiera. Su abuela había muerto de repente cuando tenía sesenta años. No le hicieron autopsia ni pruebas. El médico certificó su muerte porque entonces es lo que se llevaba.
En los quince días que pasó en la UCI, le preguntaron varias veces si no había tenido síntomas. Carlos José les dijo que tenía una tos persistente y dolores de espalda. Pero que les dieron cita para el especialista para un año después. El médico del pueblo le había auscultado y no había visto nada. Él fue el que le hizo el volante para el especialista. Pero no llegó a verle. Aún le faltaban dos meses para la visita y ya no le hacía falta.
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Purgatorio y Averno
Mientras los medios de incomunicación, manipulación, adoctrinamiento y difusión del régimen nos tenían entretenidos con supuestos globos chinos que sobrevolaban USA para espiar, no sabemos muy bien qué, extraterrestres que estaban a punto de invadir la tierra y otras zarandajas propias del infantilismo social en el que vivimos, algunos medios internacionales informaban de una supuesta segunda fuente que confirmaría la más que segura autoría norteamericana de la voladura del gasoducto Nord Stream 2 que suministraba gas desde Rusia a Alemania.
Mientras, la directora de Opinión de Diario 16, nos informaba el jueves 16 de febrero que un cuarto tren descarrilaba en USA, tras otros tres descarrilamientos sucedidos en Carolina del Sur, Texas y Ohio, este último con el resultado de una nube tóxica resultante del incendio de polietileno, polivinilo, polipropilglicol, cloruro de Vinilo e isobutileno, entre otros, que ha llevado la muerte a millones de peces y animales en 100 km a la redonda, con lluvia ácida, peligro de muerte para los habitantes de la zona y hasta periodistas detenidos por informar del suceso.
Al parecer, entre las causas, aunque hay quién habla de mano negra de Black Rock porque además de los descarrilamientos hay varios incendios en almacenes americanos, estarían el mal estado de las vías a consecuencia de la nula inversión en mantenimiento. Este artículo de la BBC es de febrero del 18 y ya entonces era evidente. En septiembre del 22, Biden se saca de la manga una ley que impide que los ferroviarios americanos se pusieran en huelga porque eso, según los de siempre, provocaría estragos en la economía americana. La huelga era por la situación caótica de las vías ferroviarias y las condiciones laborales en un sector que ha pasado de tener cerca de 700.000 empleados en 1979 a poco más de 115.000 en 2022. En los últimos cinco años, las empresas de transporte de mercancías por ferrocarril, han despedido al 30 % de sus plantillas.
El hijoputismo siempre tiene prioridades. Y las personas no lo son. El imperio es capaz de gastar miles de millones de dólares en armamento en Ucrania, que piensan recuperar a través de inversores como Black Rock, una vez se acabe la guerra y haya reconstrucción, sobre todo en Rusia (eso creen ellos, al menos), pero tener 40 millones de personas viviendo en chabolas en los márgenes de las carreteras, vías de tren en estado tan deplorable que los trenes descarrilan a tres kilómetros por hora, o carreteras que se caen a cachos.
Ha sido viral estos días un vídeo de una muchacha española que está estudiando en USA. Cuenta en Tick Tock como tuvo que ir al médico, quién ni la auscultó, ni la tocó. Simplemente le hicieron un análisis para confirmar lo que ella ya sospechaba que tenía. Antes de irse tuvo que pasar por recepción dónde le pasaron 1600 dólares de factura de los que tuvo que abonar 350 que le va a reclamar al seguro. Mil seiscientos dólares por una analítica, cuarenta y cinco minutos de espera y unas recetas de antibiótico para poder ir a la farmacia.
Y a esto, querido lector es lo que aspiramos en España cuando la mayoría de los ciudadanos votan a esos señores que en cualquier otro país estarían ilegalizados por corruptos y a los otros que, estando en el gobierno desde 1982, han procurado siempre por los ricos y poderosos, cepillándose todo lo público, desde Telefónica a Repsol, desde Hidroeléctrica Española a la Caja Postal. Este es el mundo idílico de los de las cañas y la libertá, el mundo de los deseos igual a derechos y los del yo, yo y solo yo. Sanidad para quién pueda pagarla, carreteras infernales, vías de tren que descarrilan trenes que transportan materiales peligrosos porque no hay regulación porque las regulaciones limitan la economía, pobres viviendo en casas que no aguantan ni el soplo de un erizo y jetas que se abren camino a base de chanchullos y que son el ejemplo del sueño americano. Trabajo desde los 12 años para poder pagarte los estudios y hasta que llegue la muerte porque sólo hay pensión si has procurado guardar durante tu vida laboral. Una vida en la que el 99 % bastante tiene con llegar al cobro del final de la semana.
A esto, queridos lectores es a lo que nos dirigimos desde el momento que creemos que triunfar en la vida es poseer bienes y para ello, acumular dinero, consumir sin conocimiento y contaminar como si el planeta fuera una cloaca. El petróleo es un bien cada vez más carente que los poderosos no van a dejar que siga al alcance de casi todos. El agua potable cada vez más escasa, está siendo expropiada por grandes corporaciones alimentarias que acabarán decidiendo quién puede o no consumirla. El hidrógeno verde es un engaño, un timo para que los grandes emporios y fondos buitres reciban subvenciones públicas que se obtienen de los impuestos y que se dedican a los de siempre en lugar de a la sanidad, a la educación, a las pensiones o a evitar la pobreza.
En una coyuntura individualista como la que nos ha tocado sufrir, el hijoputismo es como tener un cáncer en Madrid. Que te va comiendo poco a poco y cuando te ve el especialista ya es tarde. El hijoputismo va minando poco a poco la sanidad, la educación, las pensiones, los servicios públicos de forma invisible y silenciosa. Cuando te toca es cuando te das cuenta pero, para entonces, ya es tarde.
Salud, feminismo, ecología, decrecimiento, república y más escuelas públicas y laicas.