Las encuestas electorales son interesantes de analizar porque, se aproximen cuantitativamente o no al resultado final (diputado arriba diputado abajo de tal o cual partido), sirven para indicarnos las tendencias y, por tanto, el proyecto político que mejor está encajando en el marco ideológico imperante en la sociedad. En Andalucía el número de encuestas se han disparado desde la convocatoria de elecciones y, a buen seguro, seguiremos viendo semanalmente otras tantas en base a diferentes variables o sucesos acaecidos en la línea de, por ejemplo, el impacto del proceso de constitución de la coalición Por Andalucía o, también, la elección de uno u otro candidato de los partidos según qué provincia. Sin embargo, la realidad es que el criterio antes citado sobredimensiona en exceso el peso de unos acontecimientos que se pretenden como determinantes toda vez que, si o si, las encuestas vienen marcando una plácida victoria del PP.
Lo importante de las encuestas no es, por sí solo, el número de diputados de uno u otro partido sino, más bien, contrastar esa distribución futura de escaños con la evolución de la realidad sociopolítica del territorio. Solo siendo capaces de cruzar ambos fenómenos podremos dar utilidad y veracidad a sus datos para, de forma sosegada y razonada, preparar una mejor estrategia electoral que revierta los resultados proyectados (algo que es casi imposible como bien se comprobó en Madrid) o estructurar una futura respuesta política a largo plazo siendo conocedores de la realidad territorial y el poder de la lógica neoliberal sobre las clases populares.
Las encuestas nos dicen que en Andalucía, siguiendo lo acontecido en Galicia, Madrid y Castilla-León, ganaría el PP. Esta posibilidad no es una sorpresa pues el CENTRA (Centro de Estudios Andaluces) viene ofreciendo desde 2020 datos en los que dicho partido iba afianzándose como primera fuerza política. Sería, por tanto, la segunda vez en la historia del PP que ganarían unas elecciones y, a diferencia de 2012 (acuerdo entre PSOE e IU), tendrían garantizado su acceso al Palacio de San Telmo.
El PP no obtendría mayoría absoluta, pero gobernaría gracias al crecimiento de una ultraderecha que compensa la caía de Ciudadanos. En cifras comparadas se puede ver que si en 2018 el 49,99% de los que ejercieron su derecho al voto (1,8 millones de andaluces) optaron por alguno de estos tres partidos, en junio lo volverían a hacer con un porcentaje próximo al 50% pero distribuido entre PP y ultraderecha. El crecimiento de ambas organizaciones se hace en detrimento de Ciudadanos y parece que su espacio poco más puede ensanchar. En el caso de PSOE nos encontramos con un estancamiento crónico en torno al millón de votos y, según las proyecciones, ese seguiría siendo el suelo del partido que otrora alcanzó la histórica cifra de 2 millones de papeletas.
La izquierda alternativa, inmersa en un proceso de reestructuración acelerado, muestra su resistencia ante la presumible división del voto entre aquellos que en 2018 apoyaron el proyecto originario de Adelante Andalucía. Dentro del drama que supuso la ruptura de la unidad debemos centrarnos en lo positivo, es decir, en valorar cómo sin tiempo físico para estructurar y consolidar un proyecto político surjan dos “nuevos” sujetos: Por Andalucía y Adelante Andalucía. Y es que, tal y como se dieron los acontecimientos, su digestión interna e inexistente debate, demasiado bien ha salido la cosa. En este espacio se da la circunstancia de que el reparto del electorado no es tan exacto como con la derecha o el PSOE. El 21% alcanzado en 2015 (suma de PODEMOS e IU por separado) descendió hasta el 16% en 2018 cuando ya estaba en marcha Adelante. Aunque debemos entender que son espacios diferentes y pudo generar el rechazo del electorado progresista menos soberanista, la nueva ruptura debería generar la vuelta de aquellos que votaron en 2015 pero… no es así. La suma entre Por Andalucía y Adelante no alcanzarían el 16% y, además, el número de escaños se reduciría en 4 (13 frente a los 17 de 2018).
¿Qué lectura podemos sacar de las encuestas actuales y resultados electorales anteriores? Nuestro punto de partida, para entender el comportamiento electoral y sociológico andaluz, debe tener en consideración la existencia de un proceso de clara consolidación de la lógica neoliberal. Si bien las clases populares andaluzas están atravesadas por la ideología capitalista desde su nacimiento (como planteaba Juan Carlos Rodríguez no se salva nadie), no es menos cierto que existen políticas prácticas y teóricas que desde la izquierda combaten con cierto éxito su plena instauración. No obstante, la gestión neoliberal de los continuados gobiernos del PSOE (exceptuando la legislatura de cogobierno con IU) ha sido la mejor simiente para que las clases populares andaluzas se encuentren “sociológicamente preparadas” para acoger con entusiasmo a la ultraderecha en su gobierno. Además, a ello debemos sumar un contexto Estatal e internacional muy favorable (que no determinante).
Dicho de otro modo, las derechas y el PSOE juegan en casa con un público volcado, el arbitraje favorable y con el partido de ida ganado por goleada ¿qué les puede salir mal? Lo único, con lo que realmente pueden estar molestos, es que la izquierda alternativa, pese a sus errores, continúe con vida. Que sea capaz de reconstruir el espacio con dos sujetos políticos diferentes y que, además, entiendan que son la única alternativa a largo plazo para Andalucía. Si, a largo plazo. No hay que ponerse histérico porque en un proceso electoral sin margen de maniobra y con todo en contra ganen los de siempre. No es plato de buen gusto que la ultraderecha gobierne pero si echamos la vista atrás ¿qué otra cosas podríamos esperar?
A la izquierda alternativa le toca consolidar lo creado. Es tiempo de construir proyectos políticos bien definidos y compatibles (de una vez!) que canalicen su actividad coordinada en el Parlamento, los Ayuntamientos y las Diputaciones. Crear un ambiente popular propicio para frenar la lógica neoliberal y a la ultraderecha no se logra en unas elecciones, la suma de siglas o con el trabajo parlamentario de una legislatura. Hace falta volcarse en la dinamización de los colectivos, asociaciones y sindicatos que, de forma independiente y autónoma, den lugar a una sociedad civil estimulada y concienciada para la toma del poder político institucional y su posterior transformación (si es que ese es el objetivo final).
La izquierda alternativa debe afrontar este proceso electoral con autocrítica pero sin dramas. Reconociendo que tumbar la lógica neoliberal es harto difícil y que las derechas van a volver a gobernar Andalucía (una vez más y no es ninguna novedad). Pero ante esa certeza, la izquierda alternativa tiene ante sí la posibilidad de contar con dos proyectos políticos que deben poner la mirada en las elecciones municipales, estatales y, sobre todo, las andaluzas de 2026.