Nuestra economía avanza. En el segundo trimestre de 2025 creció un 0,7%, lo que sitúa el crecimiento interanual en un 2,8%. Sin embargo, con el pago de impuestos, muchos se molestan. ¿Por qué? Aquí, como en muchas otras cosas, la ideología neoliberal tiene su influencia.
Nos falta mucha pedagogía, desde la misma escuela. Esta ideología neoliberal nos enseña que el mejor lugar para el dinero es el bolsillo de los ciudadanos. Los impuestos nos confunden. Hacienda me ha quitado 1000 € en la declaración de la renta. Percibimos las obligaciones fiscales como un robo. Tenemos una conciencia cívica muy deficiente.
Algunas comunidades proclaman que, bajando los impuestos conseguiremos mayor inversión y esto es lo que nos interesa. Conviene preguntarse, ¿a cambio de qué?, incluso desde el corto plazo, sin dejarnos engañar por la publicidad envolvente.
¿Quién se atreverá a rechazar los impuestos? Ah, la eterna pregunta que mezcla valentía, ideología y un toque de rebeldía fiscal. Rechazar los impuestos no es cosa menor: implica desafiar el contrato social, las leyes del Estado y, en muchos casos, arriesgarse a sanciones severas. Pero a lo largo de la historia, ha habido quienes se han atrevido.
La mayoría no se decide a rechazarlos, pero sí a cuestionarlos, exigir transparencia, o pedir reformas. Después de todo, los impuestos bien gestionados sostienen hospitales, escuelas, carreteras… pero mal gestionados, pueden alimentar la desconfianza.
Claro que sirven y son muy útiles, aunque a veces cueste verlo cuando llega la factura. Los impuestos son como el pegamento invisible que mantiene funcionando una sociedad moderna.
Son necesarios para mantener los servicios públicos al día Financiamos hospitales, escuelas, transporte público, bomberos, policía… todo lo que usamos sin pagar directamente.
Infraestructura. ¿De dónde salen las carreteras, puentes, redes eléctricas y de agua? Todo eso se construye y mantiene con dinero público.
Protección social. Pensiones, subsidios de desempleo, ayudas a familias, becas… los impuestos permiten redistribuir recursos para notar un poco menos desigualdad.
Cultura y ciencia. Museos, bibliotecas, investigación científica, universidades públicas… también dependen del presupuesto estatal.
Para mantener la estabilidad económica. El Estado puede usar los impuestos para estimular o frenar la economía según el momento.
El problema no suele ser que los impuestos existan, sino cómo se gestionan. Si hay corrupción, despilfarro o falta de transparencia, la gente empieza a preguntarse si realmente valen la pena. Pero en países donde se administran bien, los ciudadanos suelen estar más dispuestos a contribuir.
¿Cuáles son las críticas comunes a los impuestos? Son esenciales para el funcionamiento del Estado, pero no están exentos de críticas. Algunas son ideológicas, otras prácticas, y muchas surgen de experiencias personales.
Muchos ciudadanos sienten que no saben exactamente cómo se usa su dinero y la opacidad en el gasto público genera desconfianza y sospechas de corrupción.
Se critica que el dinero recaudado no se traduzca en servicios de calidad. Esto depende de que el Estado sea ineficaz. Todos conocemos casos de despilfarro, burocracia excesiva o proyectos mal gestionados, los cuales alimentan esta percepción.
No digamos nada si hay una carga excesiva. Algunos consideran que los impuestos son demasiado altos, especialmente para autónomos o pymes. En cambio, a las rentas más altas de Madrid las ha ahorrado la Presidenta de esa Comunidad, con su particular sistema económico, 5000 millones de euros. Convendría pensarlo un poco, si no nos congelamos del susto.
Hay quienes creen que el sistema fiscal favorece a los más ricos o a grandes empresas, que pueden eludir impuestos legalmente. La clase media suele sentirse atrapada entre beneficios sociales, que no recibe, y obligaciones fiscales que sí paga.
Algunos impuestos, como el IVA, afectan proporcionalmente más a quienes tienen menos ingresos. Se trata de los llamados impuestos regresivos. Esto genera debates sobre justicia fiscal y redistribución. Cada vez hay mayor desigualdad social.
Como alternativa se puede, no eliminar los impuestos, sino plantear reformas fiscales más progresivas, reducir la burocracia, permitir mayor control ciudadano sobre el gasto público o establecer incentivos para el cumplimiento voluntario.
¿Qué alternativas fiscales se proponen para mejorar la situación? En España el debate fiscal está más vivo que nunca. Las alternativas no buscan eliminar los impuestos, sino hacerlos más justos, eficientes y sostenibles.
Para esto habría que aumentar los tramos superiores para grandes rentas, reducir la carga sobre rentas bajas y medias e incluir mejor tratamiento para familias, jóvenes y autónomos.
Es necesario un mayor control sobre paraísos fiscales y estructuras opacas, reforzar la Agencia Tributaria con tecnología y personal y pedir la cooperación internacional para detectar fraude transnacional.
Hay que ocuparse de las grandes fortunas, que en las grandes capitales hay más de una. Revisar el impuesto de sucesiones y donaciones. Impuestos sobre activos financieros y propiedades de lujo. Evitar que grandes patrimonios queden fuera del sistema. El que tiene mucho debe pagar más y el que poco no ha de contribuir con su desgracia.