Encontramos dos maneras de enseñar músculo made in USA: el “modelo McHale” y el “modelo Rambo”. El primero es el de la patrulla desastrada que gana guerras pequeñas con picaresca, trueque y una carcajada a destiempo. El segundo, el del bicho solitario, con bíceps de titanio, cuchillo de quita y pon y una devoción casi religiosa por el gatillo. Adivinen cuál ha colonizado el imaginario global.
Rambo es perfecto para un mundo que adora las soluciones simples a problemas complejos: dispara primero, pregunta nunca. Por eso su primo cinematográfico más querido hoy es el francotirador: si no llevaran uniforme serían asesinos a sueldo, pero con parche y bandera se convierten en “héroes” que matan cómodamente desde la penumbra. La épica del tiro limpio esconde lo de siempre: costes obscenos, daños colaterales y esa prensa que te sirve titulares higiénicos con guantes de látex. “Apagón informativo”, lo llaman: el guion se pule en el gabinete de prensa y sale sin restos de realidad incómoda. Y si no, ya están los de VOX y parecidos, para justificar los excesos, aunque sean arancelarios.
Lo malo es que el Rambo-modelo sale carísimo y funciona regular. En Yemen, por ejemplo, la relación coste/resultado da para llorar: miles de millones para unas decenas de bajas; a precio por objetivo, sale más barato comprarles una mansión con piscina con vistas al mar Rojo que seguir lanzando misiles. Sí, así de absurdo. Y para rematar, hoy necesitas un misil de dos millones para parar un dron de ochenta mil. Economía política del ridículo.
Frente a esto, el modelo McHale reivindica lo subversivo: desdramatiza la guerra, vacuna contra el culto a la testosterona y, sobre todo, recuerda que ganar no es exterminar sino convivir. McHale no vence por saturación de fuego, sino por desobedecer con gracia, por negociar con el paisanaje, por convertir al enemigo en proveedor de gasolina y al superior en figurante. Su táctica es barata y humana: menos cadáver y más ingenio; menos medalla y más suministro; menos “semper fi” y más “¿y si no nos disparamos?”. En un mundo de drones baratos y épicas carísimas, la eficacia está más cerca del cambalache que del plomo. (Y cuando los medios te vendan otra epopeya esterilizada, recuerden: callar también mata).
El desenlace del Rambo-verso ya lo conocemos: Trump, restaurador de edades doradas imaginarias, de vuelta en enero de 2025 para prometer grandezas a golpe de espray bronceador y retórica de plomo. Su catecismo es simple: “nuestra” democracia se impone con rifle y se defiende con cárceles (a poder ser, las de Bukele, ahora que van quedando plazas libres en Equador).
Entre McHale y Rambo, conviene elegir: el humor que desactiva la violencia… o la violencia que desactiva la razón. Yo, si me dan a elegir, firmo por la PT-73 y su munición favorita: la sorna.
Y si alguien no conoce "McHale's Navy", encontrarán esa pequeña joya en Youtube.