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Realidad no aumentada

14 de Agosto de 2024
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Realidad no aumentada

«¡Ja!» (Escribo esto a mano, en primera instancia, en el reverso del informe sobre «impacto ambiental» y «origen de la electricidad» que acompaña a mi última factura de la luz). «¡Ja», repito, fue la primera declaración que pronuncié este (aquel) mediodía, frente a un nuevo presente de Láquesis, el cual me fue otorgado esta vez a pocos metros de otro punto de intercambio, a la entrada de la Biblioteca Pública. Tras hacerme, de nuevo, con varios libros gratis, para llevar, me dirijo a un cercano expositor con la intención de poner orden en mi mochila, y allí, solo, como si dijéramos esperándome, ¿qué creéis que encuentro? ¡Un ejemplar de Trópico de Cáncer, para llevar! ¡Y justo el mismo día que se publicaba mi artículo de marras, celebrando la adquisición de Primavera negra! ¿Qué os parece? Otro premio a mi trayectoria bibliófila, imputable a ese estar ahí, sin duda. ¿Cuál será el siguiente? De cualquier manera, y como resultado y mandato de obligado cumplimiento, aquí tenéis el consiguiente artículo. Hala.

¿Pensáis que todo es una vil patraña para hacerme el interesante y endosaros otra discutible parrafada? Quien ponga en duda mi relato puede solicitar una copia del video (doy mi permiso en lo que a imagen se refiere) a los aguerridos guardias jurados que custodian la entrada de tan noble institución. Decidles que vais de mi parte, y que los hechos se produjeron a eso del mediodía tardío.

Pero es que la cosa no queda ahí, amigas. Porque en las primeras páginas de este Trópico de Cáncer que ya me pertenece, me topo con tres fotografías de familia (no la mía), junto a una de tamaño carné, con el nombre y apellidos (que no desvelo) de su protagonista en el reverso. Hablamos de una señora muy rubia, mediana edad, convenientemente maquillada y bien hermosa. Pero ¿quién es esta gente? ¿Cuál es su historia? ¿Por qué aparecen en mi vida, en este libro, este verano? La cosa promete. Quizás me dé para una historia de terror.

En cuanto a la edición que tengo en mis manos, esta vez data de 1978, nada menos, ganando en mucho en cuanto a su conservación, si la comparamos con Primavera negra, que os recuerdo fue impresa en 1981. Se ve que este ejemplar ha gozado de una vida menos agitada, mucho más sedentaria, quizás sin moverse del domicilio en cuestión. La pregunta es, ¿por qué dejaron aquí este libro, esta obra intemporal, que se presta a su lectura una y otra y otra vez? A mí una frase bien pergeñada, una página magistralmente dispuesta no me cansa en la vida. Porque es una obra de arte en sí. ¿Desecharíamos cada pintura que vemos, incluso la que cuelga de nuestra pared, porque «ya la hemos visto»? Creo que fue Jünger, seguro que me equivoco, quien declaraba al respecto, hace muchos años: «uno tiene que leer un libro, buen libro, una y otra vez, durante toda su vida». Muy cierto. Si das con ese libro, nunca te aburre. Una y otra vez revisas los párrafos que te hacen reír, pasar un momento agradable, imaginar, y, sobre todo, recordar lo que ya sabías y conviene que no olvides. Esa es una de las principales ventajas y regalos que te ofrece la relectura de un buen libro: una asignatura obligada de toda sociedad: recordar. Recordar que el año pasado hizo más calor que este, y no nos quejamos tanto, que llovió muy poco y ya nadie recuerda que seguimos en sequía, mientras siguen soltando agua de los pantanos; recordar lo que tantos y tantas prometieron y no cumplen, descaradamente, y, sin vergüenza, tirárselo a la cara; recordar lo que tú prometiste, para que no se te olvide cumplirlo; recordar lo que leíste y habías olvidado, y que te enseña lo bueno o malo que era el mundo aquel 1934, cómo se parecía y diferenciaba al de hoy; recordar quién eres, y quién desean que seas, para volver a tu línea, o a tu curva, o a tu laberinto; recordar que el tiempo no existe, que puedes leer este libro y ver aquella película «antigua», y escuchar y cantar tu canción, porque eres libre de hacerlo, «I´m free», como cantaba Mick Jagger en el 69 y canta ahora, por muy pasada de moda que esté, porque no hay nada más actual que un buen libro antiguo o una buena canción mientras está siendo leído o interpretada, respectivamente.

En fin, aquí estoy (estuve), a las 23:45 de un jueves 8 de agosto de 2024, sudando la gota gorda, terminando un artículo a lápiz, sobre un papel comercial, gracias al fortuito, inesperado encuentro con el primer gran escándalo de Mr. Henry Miller, el cual voy leer de nuevo, oh, sí, por enésima, por mucho «machismo», «sadismo», sarcasmo o blasfemia (baratas etiquetas alejadas de la vida) que derramen sus páginas. NADIE, lo impedirá.

Qué afortunado soy, cago en la leche. Qué bien me lo paso en esta calurosa realidad, a secas.

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