Comprender al político y a la política actual es complicado, sobre todo en un país con la tradición territorialista que tenemos, heredada de los Reyes Católicos. Pero para eso están los clásicos: para comprender lo ambiguo desde ideas universales exportables a nuestra época. Maquiavelo, el inventor de la política moderna, ya anticipó una reflexión sobre el poder y la naturaleza humana que aún nos sirve. El gobernante no es una figura simple ni unívoca, sino un ser que debe navegar entre la virtud y la necesidad, entre el ideal y la realidad. La complejidad del contexto contemporáneo, con sus múltiples actores y escenarios cambiantes, multiplica esta dificultad. Maquiavelo nos enseña que solo quien entiende la tensión permanente entre la finalidad moral y la estrategia política puede captar la verdadera esencia del ejercicio del poder.
La política, en su esencia, es inseparable de la estrategia. La acción política requiere la combinación de un fin moral con los medios adecuados para alcanzarlo. Esto no significa que la estrategia sea un instrumento neutro o prescindible, sino que constituye la estructura misma del ejercicio del poder. La voluntad ética debe estar siempre acompañada por un saber hacer que tome en cuenta las condiciones reales en que se desarrolla la acción política.
Maquiavelo ya señalaba esta relación compleja entre la finalidad y los medios. Y por eso es un incomprendido: su mensaje no se entendió bien; se le asocia erróneamente con la idea de una estrategia para el mal. Pero para él, el gobernante debe tener la habilidad de adaptarse a las circunstancias sin perder de vista su objetivo principal. La estrategia no debe estar jamás desconectada del bien que persigue.
El político, entonces, debe ser consciente de esta tensión y exigirse una constante revisión ética de sus acciones. La estrategia política, en este sentido, no es un simple cálculo de poder, sino un arte que integra medios y fines. La ética, lejos de oponerse a la política, la orienta y la limita, garantizando que la búsqueda del poder tenga sentido.
Por eso, el político responsable debe actuar siempre con la conciencia de que la estrategia está subordinada a la finalidad, y no al revés. Esta es la mayor lección que Maquiavelo nos legó: el equilibrio entre la acción eficaz y el compromiso ético es la condición para una política legítima y duradera, que siente los pilares de la civilización.