Reflexión para un jueves y viernes santo

Pilar Martínez Rodríguez
22 de Junio de 2017
Actualizado el 28 de octubre de 2024
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Estamos en Semana Santa, los cristianos recordamos la pasión de Cristo, víctima inocente de la injusticia y rememoramos el sufrimiento de Jesús camino de la cruz. La traición de Judas, uno de sus discípulos; la negación de San Pedro, otro de los suyos; la oración en el huerto de los olivos, aceptando su destino, mientras los apóstoles lo dejaban solo; su prendimiento tras ser señalado con el beso de judas y renunciar a que sus discípulos lo defendieran; su enjuiciamiento entre Anás, Caifás, Pilatos y Herodes, entre burlas, torturas e improperios; la presentación  ante la multitud y el sometimiento a elección del pueblo, sobre si debían salvar a Jesús o a Barrabás; su condena a muerte con el lavado de manos de Poncio Pilatos y, finalmente, el camino a la cruz con varias caídas, ayudado solo por Simón, Verónica y su madre, para concluir con el despojo de sus ropas y la crucifixión entre dos ladrones. Para quienes no son creyentes, estas fechas no significan mucho más que una semana de vacaciones aunque, eso sí, la figura de Cristo es respetada y reconocida como un hecho histórico sin precedentes; los creyentes en cambio, recordamos esta pasión y muerte de Jesús, desde la perspectiva de quien, mediante el sufrimiento redimió a los hombres. Unos y otros, no obstante y al margen de las creencias, podemos reflexionar sobre estos hechos y analizar a través de la pasión de Cristo el comportamiento de los hombres y la realidad que nos rodea. Si observamos alrededor, es fácil encontrar el sufrimiento y la pasión a nuestro lado hoy en día, en esta actualidad descarnada, en la que todo se mueve rápidamente y por intereses materiales, sin contemplar a las víctimas y, lo que es más grave, señalándolas y callando ante la injusticia o mirando para otro lado.  Y es doloroso ver, que son muchas veces los creyentes, los que en esta Semana Santa se dan golpes de pecho y se sienten privilegiados por haber sido los elegidos por Jesucristo, los que una y otra vez, actúan como aquellos que participaron, por acción o por omisión, en la pasión y muerte del inocente. Hagámonos las siguientes preguntas, ¿Cuántos de nosotros vemos alrededor, cada día, a una víctima de la injusticia y callamos?; ¿Cuántos de nosotros, como Judas, señalamos ante los demás con un beso a aquel que ha de convertirse en víctima para nuestra salvación, a cambio de unas monedas de plata?; ¿cuantos negamos y nos alejamos del amigo, diciendo “no sé de qué me hablas”, “no conozco a ese hombre”, “efectivamente algún error cometió”, para salvarnos a nosotros mismos?; ¿cuantos acompañan al amigo en su sufrimiento al huerto de los Olivos?; ¿Cuántos asisten silenciosos a un juicio que saben injusto?; ¿Cuántos contribuyen con su silencio e incluso con su opinión o con el gesto a hacer culpable a quien saben que no lo es y callan ante la tortura y el improperio de otro o solo hablan y se dirigen a él cuando no los ven?;  ¿Cuántos distanciándose o mirando para otro lado o actuando vestidos de justicia ,  se lavan las manos y  se dicen al margen de la sangre que derrama el inocente, sabedores de que dicha distancia es la condena?; ¿Cuántos acompañan verdaderamente a las víctimas en su camino hacia la cruz?; ¿Cuántos, sabedores de que el vestido y los ropajes, confieren al hombre una posición social, tratan e incluso animan  a otros a desprender a las víctimas de sus vestiduras, propiciando que aparezcan ante la muchedumbre como marginados, despreciados, no merecedores de ningún reconocimiento, como si fueran culpables? Todo esto no es ajeno a nuestra vida cotidiana, ni a la realidad que vivimos en la actualidad, una y otra vez vemos alrededor como, cada día, condenamos de nuevo a Jesús, incluso actuamos como Judas, como Poncio Pilatos, como aquellos apóstoles que le dejaron solo en el huerto, como los que en silencio veían como le insultaban y despreciaban, como los que le despojaban de las ropas, privándole con ello del reconocimiento social y haciéndole aparecer como despreciable y marginado, cargándole con la deshonra, como si fuera culpable. Me pregunto, ¿Conoces, conocemos a alguien cercano, que esta Semana Santa, mientras rememoramos la pasión de Cristo o incluso participamos en la liturgia, esté como Jesús, sufriendo la pasión?, yo sí, quizás podamos evitarlo.

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