Julián Molina Illán

La religiosidad y la infancia

15 de Octubre de 2024
Guardar
La religiosidad y la infancia

En una noticia de hoy en la prensa local murciana podemos leer que “la FAPA se suma a la indignación y el rechazo por la organización de un Vía Crucis y una Misa en Caravaca (de la Cruz) dentro de las actividades programadas para los alumnos”. Los argumentos de la FAPA van en el sentido de la no confesionalidad del Estado Español, así como la “inconstitucionalidad” de dar preeminencia a una determinada confesión religiosa frente a otras. El argumento me parece correcto, pero circunstancial y, por lo tanto, oportunista. Al final, una Constitución es una norma, un papel, donde se dicen cosas en las que nos hemos puesto de acuerdo la ciudadanía en un determinado momento, y del mismo modo podríamos cambiarlo o malinterpretarlo; o hacer enfrentarse a unos derechos constitucionales de los unos, con los derechos constitucionales de los otros. El asunto es mucho más profundo. Como ya he puesto de manifiesto en algunas ocasiones, yo trabajo en un colegio de Educación Especial. En ese colegio se han llevado a cabo misas, y el colegio ha estado empapelado de connotaciones religiosas (cristianas) de celebración a celebración, de manera que las paredes permanecían permanentemente repletas de mensajes y corolarios religiosos. En noviembre se empezaba a colocar la decoración religiosa navideña que duraba hasta que era sustituida por la de Semana Santa; ésta se mantenía hasta el Corpus Cristi, con lo que se terminaba el curso, y a su vez era sustituida en noviembre por la decoración de la nueva fiesta de Navidad. Y así sucesivamente. Yo le advertí al entonces director, al que aprovecho aquí para mandar un cordial saludo, de que aquello era inconstitucional. Él me respondió “¡cómo se te ocurre acusar al Equipo Directivo de hacer algo inconstitucional!”. En realidad, fui muy bueno, porque tenía que haberlo denunciado. Pero la cuestión, como he dicho antes, es mucho más profunda.

Las personas somos tremendamente influenciables (por eso funciona la publicidad, las estafas, o la educación…), aunque no del mismo modo según la edad. Cuando somos niños y niñas, somos muy influenciables por nuestros padres; en la pubertad nos influyen nuestros ídolos (normalmente grupos de rock, o futbolistas); de jóvenes algún profesor o profesora; de adultos no hacemos caso a casi nadie, y la influencia es muy peregrina. Es cuando más fuerte somos antes las influencias y más autonomía crítica poseemos. Ya de viejos, solemos hacerle algo de caso a las figuras de gran autoridad, como médicos, gobernantes, etc. Pero la intensidad de la influencia suele ser inversamente proporcional a nuestra edad: es decir, la influencia es más profunda y duradera conforme somos más jóvenes, y tiene menos efecto conforme nos hacemos mayores, alcanzando su pico negativo (de escasa influencia) en la edad adulta, donde fundamentalmente, somos bastante descreídos. Y este es el problema, lo tremendamente influenciables que somos las personas durante la infancia. Las personas que creen en Dios, en su infinita mayoría, se hicieron creyentes de pequeños por la influencia de sus padres, influencia que tenía su continuidad en los colegios. Pero debemos preguntarnos, ¿tenemos derecho a influir en una persona cuando más indefensa está, imprimiéndole una marca indeleble para el resto de su vida, limitando de manera extraordinaria su libertad, y determinando así su futuro? ¿Hay derecho a que un niño o una niña sea creyente, o de izquierdas, o de derechas, o del Real Madrid, porque sus padres lo sean? Y por favor, que nadie se escude en aquello de “no, si yo no le he obligado a nada”. No, tú solo le has llevado a misa a hacer la Comunión, has celebrado todas las fiestas religiosas habidas y por haber, y por si no fuera suficiente, has matriculado a tus hijos en colegio confesional. Pero no, tú no les has obligado a nada… Claro, a punta de pistola no ha sido, pero sí has ejercido una influencia irresistible sobre él, o ella. Una influencia que durará toda la vida ¿Hay derecho a esto? Yo creo que no.

Yo tengo la mala costumbre de adelantarme a mi tiempo haciendo predicciones en las que nadie cree. Se llama síndrome de Casandra. Algunas personas tenemos la capacidad de interpretar pequeñas y casi imperceptibles connotaciones de la realidad e intuir la dirección en la que éstas van a materializarse. Esto se parece mucho a averiguar el futuro. No es así, se trata simplemente de una “capacidad interpretativa”. Aunque para el caso es lo mismo, porque la gente suele pasarse las predicciones por el forro de los cojones. Yo dije, hace así como treinta y cinco años, que algún día estaría prohibido fumar en cualquier sitio público y cerrado, incluidos los bares. Se rieron de mí, y encima me echaban el humo a la cara al hacerlo. También dije, hace unos veinticinco años, que algún día la infancia estaría tan protegida que estaría prohibido darle un bofetón a un niño, incluso por sus padres. Me dijeron: “a mí nadie me va a decir cómo tengo que educar a mi hijo, y si tengo que darle un guantazo, se lo daré”. Ha habido otras predicciones, pero tampoco quiero aburrir a los pocos y pacientes seguidores y seguidoras que tengo. Me limitaré a hacer otra predicción aquí, y ahora: algún día estará prohibido influir religiosa o políticamente en una persona menor de edad. Y si no, al tiempo.

Un saludo a todo el mundo

Lo + leído