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Reprobación a unos calzoncillos

09 de Enero de 2024
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La noticia de la cancelación de una obra de teatro en la localidad toledana de Quintanar de la Orden porque los actores la representaban en calzoncillos, me ha dolido doblemente, primero porque una obra teatral no puede prohibirse por ese motivo de ninguna manera, y segundo porque Quintanar de la Orden es un pueblo cercano al mío, y a uno le duele el atraso, la ignorancia y la incultura de cualquier lugar, pero más todavía la de su tierra.

María del Carmen Vallejo, concejala de Cultura del PP del Ayuntamiento de Quintanar de la Orden, municipio gobernado por el Partido Popular y VOX, no tuvo el menor reparo en prohibir la obra teatral alegando que los cuatro actores protagonistas salían, como decimos, en ropa interior. Una ropa interior nada provocativa por cierto, ya que se trataban de unos castos, púdicos y recatados calzoncillos largos, que nadie piense en nada parecido al grosero e indecoroso tanga que lucía el actor inglés Sacha Baron Cohen en la provocadora, descacharrante, y también genial, comedia de 2006 “Borat”.

La concejala de cultura, erigiéndose como guardiana de la moral y las buenas costumbres, al enterarse de que los cuatro actores que representaban la obra iban en calzoncillos, decidió cancelar la representación porque, según sus propias palabras, “no estaba segura de que al público de Quintanar de la Orden le fuera a gustar”. Esta absurda, disparatada e irracional decisión, lejos de hacer que la obra cayera en desgracia, ha conseguido tal aluvión de muestras de cariño y apoyo, tal repercusión, que ahora la compañía está desbordada ante la gran cantidad de solicitudes de muchos pueblos y ciudades del país para que representen esta obra censurada por la incultura de una concejala de cultura que cree que lo que no entra en sus mezquinos moldes, sus estrechuras mentales, en sus cortas miras, no tiene cabida alguna en la sociedad. Tomar la decisión de prohibir una obra de teatro, o cualquier otra propuesta o manifestación cultural, simplemente porque no le gusta a ella y, por lo tanto, y según ella, no le va a gustar a nadie, es una muy grave muestra de estupidez, además de una necedad y una torpeza descomunal. Valerse de un cargo público para imponer los propios gustos, vetando lo que no le gusta, se llama censura, y es un acto absolutamente  demencial más propio de odiosas dictaduras que de regímenes democráticos.

Si el responsable de la programación cultural de un pueblo o ciudad usa anteojeras y tiene por todo horizonte a su ombligo, más le valiera dejar inmediatamente el cargo  o, en caso de que se aferre a él, ser inmediatamente cesada por, como mínimo, incompetente.  Eso de confundir sus gustos particulares, sus fobias y filias, manías y rarezas, con el sentir de la ciudadanía en general es bastante habitual en las Españas, y a diario podemos ver, y padecer, a políticos conservadores, y también a ciudadanos de esa ideología, llamar España al país habitado única y exclusivamente por ciudadanos y ciudadanas que piensan como ellos, ignorando a esos 26 millones de “okupas” que el general de aviación retirado Francisco Beca quería, y supongo que todavía quiere, fusilar: “no queda más remedio que fusilar a 26 millones de hijos de puta” dijo este español de bien y de orden refiriéndose a los que no  entran en sus estrechos y podridos moldes, troqueles y hormas mentales. Esta idea, algo drástica, de despachar a los que no comparten su ideología ni, naturalmente, tienen porqué hacerlo, no es solo el delirio de un españolazo bíblico como el general Beca, sino que esa idea es compartida por mucha otra gentes de bien y de orden que creen que los que no comparten su ideología, están de más, sobran.

Esta grave anomalía que consiste en confundir la forma de pensar, los gustos de uno con los de los demás, me recuerda a un hombre, vamos a decir “inocente”, de un pueblo cercano al mío, que cuando se levantaba por la mañana sin hambre ninguna decía: “poco pan van a vender hoy en el pueblo”. Éste no será un país  ni medio normal hasta que muchos de ésos que hacen uso y abuso de la bandera y los símbolos de todos, dejen de negar la condición de españoles a los que no secundan sus alardes patrióticos de boquilla. La responsable de la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Quintanar de la Orden, ha caído en este tremendo error, y horror, de confundir sus gustos con los de la ciudadanía negando  el “pan” de la cultura a sus vecinos y vecinas porque ella no tiene hambre ninguna de ella. Igual lo que ella hubiera querido es una de esas obritas teatrales de usar y tirar, ésas donde te ríes un rato y al salir a la calle ya te has olvidado de ella.

He asistido a las suficientes representaciones teatrales en mi pueblo y los pueblos de alrededor para darme cuenta que una nada despreciable cantidad de público busca en una representación teatral la risa fácil, el entretenimiento banal, las tramas sencillas de esas comedias amables de situación donde, por ejemplo, el marido siempre encuentra a su mujer con el butanero, y ella lo niega y se producen divertidas situaciones y diálogos que provocan grandes carcajadas entre el público entregado a esas gracias  mejor o peor traídas. Desde siempre, estas comedias han sido muy apreciadas por el público. Nada hay que objetar a la gente que acude al teatro a reírse un rato con una comedia llena de situaciones divertidas y diálogos graciosos, ocurrentes, para olvidarse por un rato de la más bien áspera y trabajosa realidad cotidiana.

Pero el teatro, y eso debería saberlo la señora concejala de cultura del Ayuntamiento de Quintanar de la Orden, además de ser una magnífica herramienta para hacer reír sin más, también es un espejo de la vida y como tal debe tratar todos los aspectos de ésta, no solo los cómicos, también los trágicos, porque la vida también consta, y en grandes cantidades, de drama, desdicha, infortunio, injusticia, adversidad, fatalidad…. y esta cara áspera, fea, desagradable de la vida no puede en modo alguno ocultarse, sustraerse, esconderse, silenciarse, y menos prohibirse al público como si éste fuera menor de edad o, peor aún, “ pobres inocentes” a los que ese tipo de obras van a desasosegar, a inquietar y disgustar, a ponerlos tristes y melancólicos. De esa particular percepción de sus vecinos y vecinas como gente simple, inocente, influenciable, cándida, ingenua, poco formada, viene  ese “no estoy segura de que al público de Quintanar de la Orden le vaya a gustar”. Lo cual, no hace falta decirlo, constituye una absoluta falta de respeto hacia sus vecinos y vecinas a los que califica de no aptos mentalmente para según qué cosas.

Esta obra censurada por la ignorancia que cree que hay que sobreproteger a la gente, tratarles como si fueran niños en vez de adultos,  se llama “Qué difícil es” y narra el encuentro de cuatro actores en un camerino de una sala de teatro, que ante el anuncio de la cancelación por parte el director, de la obra que estaban representando, dan rienda suelta a todo tipo de reflexiones sobre su profesión como actores y sobre el teatro. En medio ese diálogo a cuatro voces van surgiendo distintos temas, tales como el acoso escolar, la diversidad sexual o la paternidad. La razón de los cuatro personajes aparezcan en calzoncillos, se debe a que ésa fue la situación real que vivieron ellos mismos cuando el director de “Qué difícil es ser guapo”, una obra que estaban representando en un pequeño teatro madrileño, les anunció, de un día para otro, que la cancelaba sin darles explicación alguna, dejándoles literalmente en calzoncillos.

Hay que decir que la forma de proceder de esta concejala de cultura no es, por desgracia, un caso aislado, sino que forma parte de una manera de actuar de los responsables de salas de teatro, casas de la cultura y demás centros culturales.  Hace unos años escribí una obrilla de teatro titulada “El acostado” que solo fue representada una vez en el salón de actos de la biblioteca Eugenio Trías del madrileño parque del Retiro. Después de escribir la obra, busqué un grupo de teatro que la representara. Me puse en contacto con algunos grupos de teatro aficionado a los que ofrecí la obra, pero ninguno de ellos quiso representarla, todos ellos rechazaron amablemente la propuesta. Como encontrar a un grupo dispuesto a llevarla a escena se había convertido en una tarea poco menos que imposible, decidí echar mano a un grupo de amigas y amigos para que hicieran una lectura dramatizada del texto. A este grupo teatral le puse por buen nombre “Placer oral” y supongo que este inquietante nombre ya puso en guardia a los responsables de teatros, casas de la cultura y centros culturales a los que fui a solicitar permiso para representar la obra. Todos ellos me citaron a una entrevista donde, entre otras preguntas, me pidieron que hiciera un resumen de la obra, primero de palabra y después por escrito. Adjuntando, además, un cuestionario debidamente cumplimentado.

Pero, por desgracia, después de tantas entrevistas, llamadas de teléfono y formularios debidamente cumplimentados, a ninguno de los responsables de los centros culturales de Madrid y de algunos pueblos castellano manchegos cercanos al mío, incluido el mío, algunos de ellos gobernados por partidos de izquierdas, no les gustó mucho algunas escenas de la obra donde se hace una suave, muy suave, crítica a la sociedad actual, a la iglesia católica y a los demás poderes que someten a un permanente acoso y derribo al ciudadano común y corriente que se atreve a hacerles cualquier leve reproche. Como puede verse, nada del otro jueves, nada que no sepamos ni padezcamos a diario los contribuyentes de a pie. Solo hay en la obra, algunas gotas de provocación, de voluntad de remover al espectador, porque creo que ninguna obra de arte que no provoque, que no remueva al espectador puede considerarse una obra de arte de verdad. Esta opinión no era compartida por los responsables culturales que, por medio de carta o de silencio administrativo, fueron rechazando mi propuesta, quizás temiendo peligrar, un temor infundado, absurdo, su puesto de trabajo, y ante esa posibilidad decidieron que lo mejor era curarse en salud, alegando, como la concejala Quintanareña, que la obra no iba a gustar a sus vecinos y vecinas.

Convendría decir a esos “responsables culturales” que si un agitador cultural, así entiendo que debe ser la labor  de un responsable cultural, tiene miedo a agitar, a remover, a cuestionar, a someter a la crítica cualquier tema, por espinoso y delicado que éste sea, a  poner en tela de juicio al poder; si un trabajador de la cultura deja de ejercer su labor agitadora por miedo a las represalias de ese poder que le paga su sueldo, más le valiera dedicarse a otra cosa. Si el modesto grupo teatral, del que ostento conjuntamente los cargos de director y último mono, lleva el nombre de “Placer oral” es, no piensen ustedes mal, para rendir un homenaje al arte de lo “oral” es decir, a la palabra hablada. Y ningún responsable cultural digno de ese nombre, debería prohibir, censurar, negar a nadie el uso de la palabra; ningún encargado de fomentar la cultura, no solo no debería coartar la libertad de expresión sino, muy al contrario, animar, alentar su uso, garantizar su ejercicio.

Que al menos podamos decir, como decía Blas de Otero en un hermoso  poema, que nos recuerda que más allá del dolor, más allá de toda derrota, más allá de todo lo perdido,  “Me queda la palabra”.  Y Paco Ibañez le puso música a esos versos, sacándolos de los libros y poniéndolos en la calle, en los corazones de los hombres y las mujeres, de los viejos y los jóvenes. “Me queda la palabra”, la palabra como  herramienta de exploración, de conocimiento, de indagación, de control, contrapeso, intervención, de permanente fiscalización del  poder que siempre quiere controlarla, limitarla, restringirla, porque ven en ella una poderosa arma en manos de los supuestamente desarmados. Mal está que el poder vea la palabra como una amenaza y quiera defenderse de ella a toda costa, pero que una supuesta servidora de  la cultura se atreva a censurar, a prohibir el libre ejercicio de ésta, es una de las peores noticias de ese turbulento río de malas noticias que a diario nos amenaza con ahogarnos en sus malolientes remolinos, sus agitadas y cenagosas  aguas. La señora concejala de cultura, a la que los actores censurados por ella han invitado a ver una representación de la obra, todavía no ha contestado a la invitación.

Para arreglar un poco este feo, desagradable e indecente asunto, los vecinos y las vecinas de Quintanar de la Orden deberían pedir a la compañía teatral que la obra censurada sea representada en la localidad a la mayor brevedad posible, para salvaguardar el honor, la dignidad y el buen nombre del pueblo.

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