Hasta cuatro revoluciones industriales llevamos contabilizadas. La primera de ellas la revolución del vapor, que comenzó en el siglo XVIII y que dio lugar a las primeras grandes fábricas, al ferrocarril, o a la burguesía industrial y las ideologías marxista y anarquista.
La segunda comenzó hacia 1870 y se caracterizó por el gran desarrollo de las máquinas eléctricas que dominaron el panorama mundial durante buena parte del siglo XX. Hacia mediados del siglo pasado comienza a desarrollarse la informática hasta su explosión definitiva en los años 80.
El concepto de Cuarta Revolución Industrial comienza a ganar terreno desde Alemania a partir de la primera década del nuevo siglo XXI, aunque nadie entiende de forma muy precisa qué significa.
Algunos pensadores utilizan el término como aderezo de los nuevos mecanismos globalizadores del mercado. Hay mucho de ideología en el uso de estos conceptos. Así, en el Foro de Davos, su presidente bendice este nuevo término a mediados de la segunda década de nuestro siglo.
Han pasado pocos años, pero hemos ido despejando algunas incógnitas. Las máquinas podían realizar por nosotros muchos trabajos rutinarios, mecánicos y predecibles, en las cadenas de producción. Ahora máquinas más modernas realizan muchos trabajos que requieren tomar decisiones y aprender muchas cosas comprobando los resultados de su actividad.
Estas nuevas capacidades de las máquinas explotan los datos (minería de datos lo llaman), abordan tareas no rutinarias, interpretan estadísticas y utilizan numerosas imágenes. Muchas tareas humanas están llamadas a desaparecer, porque las máquinas podrán escribir artículos, libros, redactar informes razonados y hasta demandas ante los tribunales, tomar decisiones, redactar sentencias, elaborar programas y hasta diseñar los algoritmos necesarios para el funcionamiento de nuevas máquinas.
¿A qué quedará reducido el papel de los seres humanos? ¿Quiénes y en función de qué principios y planteamientos, tomarán las decisiones finales? ¿Qué empleos desaparecerán, que nuevos empleos aparecerán y cuáles otros seguirán siendo necesarios? ¿Qué formación necesitaremos para vivir y trabajar en esta nueva realidad?
Serán preguntas sin respuesta desde el punto de vista exclusivo de la ciencia. Serán los conocedores del pensamiento humano, de sus creencias, del comportamiento de las personas, de sus ansias de felicidad, los que tendrán que aportar ese caudal de conocimientos y experiencias humanas que vamos a necesitar.
Los informes más conservadores anuncian que hasta el 50% de los trabajos actuales podrían ser realizados por máquinas en el futuro inmediato. Eso no significará que los empleos desaparezcan, sino que aparecerán nuevas especialidades que deberán ser desempeñadas por personas que cuenten con nuevas cualificaciones.
Eso, mucho más que cualquier otra cosa, es lo que acarreará la famosa transición digital. Un proceso que tiene riesgos de todo tipo. Las desigualdades pueden aumentar, la dependencia de unos países con respecto a otros puede agudizarse, los derechos laborales y sociales pueden convertirse en papel mojado.
Pero incluso medioambientalmente, el consumo energético puede crecer exponencialmente, el uso de recursos como los metales raros puede dispararse (ya lo está haciendo), al tiempo que los desechos y residuos electrónicos se multiplican.
Estos efectos se producirán en el contexto de un mundo que aborda profundos cambios en los puestos de trabajo, que carece de cada vez más recursos y que no puede generar toda la energía necesaria. El uso de máquinas que automatizan nuestros trabajos puede jugar a favor de mejorar nuestras vidas, o puede verse acompañada de desintegración social y aumento de los conflictos de todo tipo.
Personas más preparadas, más reflexivas y críticas, más humanas, pueden ayudarnos a conducir este proceso de transición digital, dirigir esta “Cuarta Revolución Industrial” hacia empleos decentes y vidas más dignas.
Pero no será así necesariamente, no se trata de un camino cierto, seguro y decidido, porque bien pudiera ser que lo que imperen sean los trabajos mecánicos, rutinarios, degradantes, indecentes, ejercidos por personas descualificadas que llevan vidas duras y monótonas.
Será curioso comprobar cómo las máquinas reproducen los vicios, los errores y las malas prácticas de los humanos, mientras los humanos aprenden a comportarse como máquinas. A fin de cuentas vivimos tiempos de revoluciones aceleradas.
No tiene por qué ser así, a condición de que las ideas centradas en los seres humanos y en la vida en el planeta adquieran protagonismo. Pero no es algo inevitable si tomamos en cuenta la condición humana actual que ya nos desvelaban algunos pensadores como Erich Fromm.