Con el olor y el calor de la primavera, vuelven a mi mente los momentos de frío en aquél segundo confinamiento que viví, por suerte, en habitación con vistas y baño propio como si de un hotel se tratara. Sin haberlo planificado, tras el primer encierro por el positivo de una compañera, llegó mi intervención de muelas con una baja que duró lo mismo que mi cara de ardilla. Después llegarían las Navidades en el más “petit comité “de la historia, y qué mejor, que pasar por la peluquería antes de incorporarme, de allí saldría con unas mechas pandémicas que me pondrían de nuevo en la casilla de salida de un segundo encierro, que ahora rescato desde la lejanía haciéndolo presente; el mundo ha vuelto a salir a la calle lleno de fobias y descerebrados y la situación sanitaria real no es tan idílica como querríamos...
A mi alrededor, veo con tristeza, como la sanidad pública se desmorona porque nadie cuidó de los cimientos. Desde hace años, inundándose y ahora no hay flotadores.
Este fantástico Titanic que teníamos, está ya en vertical a pesar de que a muchos se les llenó la boca, presumiendo de profesionales excelentemente formados, una pena.
Hospitales desbordados en “prime time” mientras la maltratada primaria agoniza en silencio. Tampoco las unidades de apoyo a la Primaria es que vayamos muy sobradas de personal y medios, así que entre todos, hemos hecho realidad lo de “ir tirando”.
Estar sin TV es una maravillosa terapia de desintoxicación, ya decidí al principio de todo este desmadre, que había que elegir muy bien donde informarse. No serían los grandes medios los que me aportarían las evidencias que justificaran muchas de las actuaciones que se han llevado a cabo.
Nuestro país, especialmente, se llenó de pastores sordos que no pudieron evitar durante sus siestas el empacho del lobo y capitanes de barco ciegos que guiaron sus naves hacia el iceberg.
De pequeña creía historias que luego resultaron ser medias verdades y, será por eso, que conservo aún la ilusión en esa noche mágica nada más empieza el año. Ahora ya no sé a quien creer, mi intuición me lleva hacia territorios no explicados por la lógica.
Salir del globo para ser espectadora de la locura colectiva con datos manipulados por un lado, y alucinados mezcla-teorías que tiran por tierra cuestionamientos críticos con la falta de rigor y de evidencias.
Pobre palabra, la Señora Evidencia, ha sido y sigue siendo constantemente insultada por quienes la usan sin miramiento, tan manoseada, que ha acabado en la consulta de la psicóloga para que le devuelva la dignidad. Han sido demasiados años aguantando el abuso.
En otra onda anda el “Pseudo”, un tipo de esos chungos, mediocres, que fue acoplado como parásito a todo aquello que se quisiera desprestigiar, convirtiéndolo en lo más rastrero, chabacano y sospechoso de la sociedad.
Sigo viendo cruzadas absurdas sin fundamento, la Inquisición sigue aquí pero ahora, es más peligrosa porque se esconde entre la multitud. He echado de menos voces críticas autorizadas que aportaran un poco de contraste a toda la información que nos ha desbordado los sentidos.
Confinada, asintomática y en la fase creativa de mi ciclo, un cocktail peligroso para quien no se haya trabajado la inteligencia emocional y sea incapaz de controlar sus reacciones.
Apurando este segundo regalo de tiempo para mí que me quitó de nuevo los abrazos de mi familia y me sorprendió con algo que el frío me trajo por primera vez, los sabañones de soledad.