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El sabor de los viejos tiempos

16 de Enero de 2025
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Murcia

Hay ciudades que me gustan más, como París o Madrid, pero Murcia posee algo que la hace imbatible. La mitad de mi familia salió de allí y, por eso, cada vez que contemplo la fachada de su catedral barroca o paso por el Puente de los Peligros, en cierta manera me reencuentro con una fibra muy íntima de mí mismo. Los recuerdos fluyen de forma natural y el Universo entero parece conspirar para que vengan a mi cabeza no solo las imágenes de lo que viví sino las que me gustaría haber presenciado. Sí, ya sé que pido la luna, pero pagaría por encontrarme en la carretera de Alcantarilla con mi padre cuando, tras conocer a mi madre en Barcelona, fue por primera vez a visitarla en el Rincón de Seca, una pedanía de la capital.

Aunque se supone que los seres humanos somos racionales, hay algo en nosotros que nos hace desear lo imposible. Mientras tecleo estas líneas tengo frente a mí una imagen de mi abuelo materno, Joaquín Hoyos Orenes. Es el único de los cuatro que a todos nos corresponden al que no conocí. En la fotografía aparece joven, apuesto y muy elegante, con traje y corbata, una indumentaria poco corriente en un hombre de origen humilde que trabajó en múltiples ocupaciones. Fue, por ejemplo, conductor de autobuses. Una las paradas estaba precisamente en la Plaza Camachos, la misma donde me detengo para curiosear el escaparate de una de las muchas y buenas confiterías que allí se empeñan en tentarme.

Aunque me han contado muchas cosas sobre él, el padre de mi madre siempre será un enigma. No puedo imaginarme, para empezar, el sonido de su voz. Ni como sería que tuviéramos una conversación cualquiera. Creo que le habría gustado un buen debate porque sus descendientes hemos salido, casi por definición, polemistas. Lo que está claro es que su pérdida, cuando no había cumplido ni cincuenta años, fue la gran tragedia en la vida de su mujer, mi abuela Juana, y de sus hijos. No puedo resistir la tentación, cada vez que pienso en ello, de trazar un paralelismo con This is Us. Esta serie, protagonizada por Milo Ventimiglia y Mandy Moore, va de una familia con tres hermanos. Dos chicos y una chica, igual que los Hoyos Pérez. Ellos, en plena adolescencia, también se quedan sin su padre y la ausencia de esta figura gigantesca, todo nobleza y honestidad, marca sus vidas para siempre. No hace falta decir que me resulta muy próxima esa melodía.

El corazón, inevitablemente, posee sus preferencias. Si hablo de “mi tío” sin dar más especificaciones, es obvio que me refiero al de Murcia, que además es mi padrino. Podría estar una semana entera solo para contar los episodios memorables que nos unen. Cuántas veces, en su casa del Rincón, estuvimos hasta las tres de la mañana enfrascados en controversias apasionadas sobre lo divino y lo humano. Aunque nuestras opiniones han sido y son muy distintas, un día le manifesté que coincidía con él en algún punto. Me corrigió de inmediato: “No me des la razón, sobrino. ¿De qué vamos a discutir entonces?”.

En otro momento me pregunté en voz alta, como si acabara de tener una ocurrencia estúpida, si existiría el turrón de fresa, algo que, en aquel momento, me parecía el colmo de la extravagancia. Pues bien: no habían transcurrido ni veinticuatro horas y ya podía paladear una pastilla de aquella delicatessen. Los murcianos son así: les falta el mundo para agasajarte. Y no hablemos de la Historia de España, en ocho volúmenes, que mi padrino me regaló hace un millón de años. Aprendí infinidad de cosas con aquella colección.

Ahora encuentro al viejo león cansado. Me consuela que su cabeza no haya perdido la chispa de siempre y su espíritu siga siendo igual de indómito y batallador. Pero no lo puedo evitar: siento como si un cuchillo afilado se me clavara en el vientre. Soy dolorosamente consciente de que mi tío, por más que yo quiera lo contrario, no va a ser eterno. No sé cómo encontrar las palabras para expresar lo que eso me angustia. El día que falte, espero que aún dentro de mucho tiempo, me sentiré como si el sol hubiera dejado de alumbrar sobre Murcia. No en vano, para mí, siempre pertenecerá al orden de los seres mitológicos, como los dioses griegos, así que su muerte vendrá a ser una especie de cataclismo cósmico.  

Pero nada de eso, gracias a Dios, ha sucedido todavía. Como el Ulises de Tennyson, mi héroe, debilitado por el tiempo y el destino, permanece aún fuerte en voluntad. Su presencia carismática sigue obrando prodigios. Las instantáneas del pasado continúan en mi memoria vivas, fuertes, rotundas. De regreso a casa, mientras pruebo los cordiales que ha hecho mi tía, me digo, con toda solemnidad, que ese dulce típico sabe a los viejos tiempos cuando todos éramos fuertes y guapos. Así, el arte de una gran cocinera me hace pensar que nuestro antiguo mundo aún no se ha ido del todo.   

 

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